Tengo mucha hambre, amada, después del largo viaje que me llevó a imaginarios lugares cuadrados, verticales, redondos, lumínicos, tranquilos.
Mi hambre, amada, no puede saciarse con el exquisito pan que amasan tus delicadas manos y luego los horneas en el horno de arcilla que construí para ti.
Ni la fresa temblorosa de tus labios en los míos.
Ni el manjar más apetitoso.
Ni el dátil ni la miel del ángel que alimentaron a San Onofre en el desierto.
No, amada, tú no puedes saciar mi hambre.
Porque tengo hambre de sabiduría que sólo el sabio milenario que busqué en mi viaje sin destino cierto, y no encontré, por no ser digno de recibir sus enseñanzas, puede prodigarme.
Porque tengo hambre de la humildad que mi soberbia ha arrojado a un sitio que ahora no puedo encontrar.
Porque tengo hambre de la sencillez que mi arrogancia alejó.
Algún día, amada, saciaré mi hambre.
- Autor: rodulfogonzalez (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 2 de junio de 2013 a las 08:26
- Categoría: Espiritual
- Lecturas: 62
- Usuarios favoritos de este poema: Rosa del desierto, CARMEN
Comentarios2
Creo que esa hambre es insaciable en el ser humano, lo que nos diferencia de las demás especies, según Freire, es que tenemos conciencia de ser inacabados, lo cual nos mueve en una constante búsqueda del conocimiento. Me gusta lo profundo de tu poema.
Me fortalece tu comentario, amiga. Muchas gracias, Eladio
Hambre de la sencillez.....
Comparto contigo esa hambre que provoca la arrogancia.
Cuanta profundidad en tus letras, que certeras y sobre todo...
que reflexivas.
Gracias Eladio
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