Aún niñas las pupilas,de sus ojos arrancó, su imagen,aquella mujer parte de la familia,que a la razón inquisidora del pueblono cabe. Presente en su vida por afinidadligada a su sangre de ascendencia,acrecentó a diario su gusto,por esa infantil quimeraobsesiba, de amar a una señoramayor, ajena,de honra, respeto y apetencia. Su sueño nació en la lóbregaalcoba matrimonial de su morada,cuando en infante inocenciacontempló desnudarsea aquella mujer incautaen poses repetidas de doncella. Esa escena despertó su corazón,colmó de a poco su pensamientoasido a la idea de ser élel que acaricie su pielalgún día de entrega infiel. Eso hizo que pendierade sus movimientos,a hurtadillas,como novio en acechoque frecuenta buhardillas,observando por añossus mudas, sus baños, sus placeres. Conforme el tiempo, cambió el cuerpono así por ella su hálito,dejando aflorarinsinuaciones de vista a sus antojosque no calaban,pues sus años aún estaban mozos.Aquella,nardo inalcanzable de perfectibles formascuidando su hogar,ignorando sus contornosvivió a sus cercascontenidos deseosque más de una vez humedecieronsus entrañas, sus sábanas y sus sueños. Tormentosos eran los crucescon ella,después de perderseen la costumbre tempranerade fisgonear su alcoba;y ella,percibiendo inadvertidasus efluvios de deseos y miradasacaloradas que cegabanen imágenes irrealizables. Era como un desangreque podía terminar con la muertepresagiada por la genteque no podía entenderun sentimiento. Ni un matrimonio con su hermanade similar hermosurapudo firmar el desistimientode ese profundo ensueñoque seguía creciendoen la bravura. Un día,el del juicio finalse cortó en aplomo la pasividad;la sentencia era la muertesin reparos ni enmiendas;consumar lo prohibido en la carne,no sólo era una afrenta,también un pecado mortal. Fijado en la buhardilla,la alcoba encerró un aireasfixiante de sepulcro,adentro la señora,la dama con traje oscuromovíase lentamentecual insigne demostraciónde profundo luto. Frente a su frío reflejoque sostenía un escaparate,soltó el moño en su pelo,y tremenda cabellera negraen oleada golpeó sus hombros,y sobre su espalda se tendió un tapizde pura realezaque le invitaba a seguir. Resbalando su mano en la sien,descubrió su pálido oído,sacó con sutileza su pendienteque tenía incomparable placer reverentede besar su cuello fino.Igual lo hizocon su otro oído. Afuera… éldesordenando sus pensamientos,se fijaba en la cómplice ventanilla,tembloroso por la incontrolable ganade asaltar la soledadde aquella desdichada. Adentro… la mujercontemplando su encanto,uno a uno soltaba en su pecholos botones de la blusa que ocultabansus ya no secretos senos,pues los había observado tantoque sabía lo que se hallabadetrás de ese sostén blancoque se confundía con la alburade su torso tierno. Sus hombroscansados de soportar su pesodejaron caer la blusa al suelo,enredada los puños en sus manosdelgadas, blandas de princesa.Entoncesse vio corto un destelloen la trémula miradadel mórbido hombre en acecho. Luegoen una mediana inflexiónlevantó su bata hasta el muslomostrando la perfecta formade la basa que soporta su bustocautivador.Deslizó sus manos en su piernarecogiendo la liga que tensabala transparente y opaca seda de sus medias,hasta los tobillos de medida protuberancia,en simétrica composición de sus dos jambasclásicas y perfectas;para después de repetida acciónen hábil danza y restregón de sus piesliberarse del calzado y vendaje escurridizo. En tanto,posando sus manos en su cintoaflojaba la escarcelaque ceñía siempre a su vientrepara guardar consigo pequeños objetosque sentía muy amados.Al caer,bruñeron metales viejos,cortamente esparcidos,donde se dejó ver un soldadode platade él, de niño,que lo había perdido cuando jovensin saber cómo ni por qué. El decíaque así quería ser,soldado de ímpetu y firmezapara cuidar su amor por una mujerde más grande riqueza,poseedora de un amor recíproco al de él. Saltó entonces la intrigadel por qué la señora llevaba consigola figura que creía su semejanzaentre los objetos más queridos;acaso era de lo más bajo?,acaso ella sentía lo mismo?;él no sabía que ellaen su interior deseaba con ansiasque así fuera su maridocomo él, como el hijo,apasionado, seductor, tierno,que lo miraba lejano y prohibido.Ella también sentía lo mismo,pero controlaba sus instintosdespués de ser amada por completopor su marido, que no era perfectocomo el hijo que había tenido. La damaprosiguió con su rito,zafó el botón de su batay ésta chorreó como pergaminorotoque hablaba de su nobleza,que ansiaba, de sí sea despojada,para vivir el ensueño que en su vidase había vuelto camino de abrojoscristales despedazados y espadas. Los respiros se escuchaban tantoentre la mansedumbre de la alcobacuales bufos de toro heridoen defensa de su existencia,que arreciaban en eco sonoro y estimulantea sus frágiles oídos,debilidad de su carne.Lo que había visto, si bien era iguala lo por siempre admirado,también era distinto;la prenda de algodónque ajustaba sus caderasformaban algo inexactode asesino impacto visual,en complicidad con el candorde su delirante frente posterior. Amplios glúteos contenidosen justa mancomunióncon parte de sus abductores estrechosque apenas dejan mirarsu quiebre sacro lumbar,inicio del canal del deseoque lleva a su esencia corpóreae inmaterial;también a la perdición. Su desesperación se dejó sentir,más cuando a través de la ventana,el sol del atardecer dibujó su siluetaen el interior de la alcobasobre el cuerpo semidesnudode la hermosa dama,y el borde derechodel escaparate color caobajunto al que saltaban alegres las flamasde dos morados cirios.Ella,volvió su mirada a su diestray evidenció que era observada.Sabía por quien,y sin mostrar asombropretendiendo ignorar su presenciacontinuó su indecencia.Quería sentir por cada parte de su pielel calor de sus miradas. Llevó sus manos atrásbajo el tapiz de su pelo negro,soltó el gancho de su sostény en el espejo se dejaron verpequeños conos redondosde flor y de miel,adornados por minúsculos brochesde carne color de la negruraofreciendo en derrocheel néctar de sus conservados años. Más abajosu ombligo pulsaba en parecidoestertor de postrímera vida,su vientre, la fuente de existenciaqueriendo fraguar sus humorescon otrosde pretendida pertenencia. Con sus pulgares tensó el elásticode su más íntima prenday en pose de tentación adulterapausadamente se liberó de elladejando a la intemperie su cuerpocomo Eva, en su paraíso terreno.Brillaban en nácar sus miembrosmovidos en tenues contoneosque por ratos dejaban mirarla púbica vellocidad de sus mediosimpúdicos y de tormento. La resistencia fue rebasada por el deseo,sus instintos nublaron el pensamiento,a un impulso leve se abrió la ventanay se dejó pasar con mucha cautelaentre los maderos;consciente que actuabacomo un delincuente contumazperdiendo la vergüenza en su fazse acercó por detrás a ella,levantó su muñeco en peso;suspiró sobre sus cabellos;en arrítmico resuelloposó los labios en sus hombros,y en su cintura su mano de fuego;siniestro tope que estremeciósu figura y su dignidad. Aún sin querer mirarel rostro de aquel intruso,bajó sus párpados rojospara dejar ahogar su gustoque la inquietaba,que la había convertido en esclavade su efímera lujuria,chorreada a sus anchasen su lecho de “fidelidad”respetada por la obligaciónde ser mujer y consorte. Mansa, sometida a su deseo,la señora se dejó llevar por la pasión,a la exquisita conflagración de su cuerpo;giró de repentey entre una loca confusión de besos,despojó sus andrajosal osado invasor de su cuarto,en incontenible respuestade tan censurable acto,asaltar la alcobade una mujer de respeto. El intruso,empuñando el soldado de plata en su manofue arrojado al suelo,y sobre el tendal de ropajes diversosrevolcó sus instintos mancebosen cópula incestuosacon la dama del largo cabello negro,transgrediendo la moral férreadel pueblo hipócritaignorante de un sentimiento profundo. Fue perfecto,un proceso de consumación mutuaen los placeres del sexo. La señora encerrando su rostroen un cerco formado por su pelo,en cóncava posición se posósobre el perverso hombre;besó su frente,besó su boca,beso su pechocomo si escarbarapara descubrir sus adentros;besó su abdomenbesó su pelvisenalteciendola nobleza de su miembro,besó sus muslos,besó sus piesen clara demostración de reverenciahacia el poder de seduccióny encantos del místico mozuelo. El, difuminó sus ansias,sobre la piel de la bella damamanchando su honray su reputación olvidada;escribiendo una historia de amorcandente y sin escrúpuloscomo un cuento de hadas;pintando lienzos vivoscon salivas, sudoresy espesos líquidos de vida,que adornaron su sensual esbeltez. En geométrica posición horizontalsobre el pasivo furor extendido de ella,en el frío piso de madera,el sagaz mozuelodislocó sus mandíbulasbebiendo uno a uno los porosde su capullo de seda,chupando el néctar dulcede sus fuentes maternas,comiendo el fruto prohibidosin medir las consecuencias. Quebrantaron la costumbrepenetrándose en esencia,la inspiración emanada del amorfue la fuerza de variaciónque hizo de la cópulauna indecente providenciade apertura de la muertepor el maleficioque regó en el pueblo la genteconsumida por la envidiala impotencia y el temor. El calor en la habitación obscenaacrecentóno sólo por la pletórica concupiscenciaque reinaba en su interior,los pecaminosos olvidados en su entregadesbordaron su pasiónignorando el maleficioque creyeron al final,se trataba sólo de una leyenda. La unión sexual en revuelopor ratos carecía de control y mesura,los estrepitosos vaivenesde los ardientes cuerposno decrecían en consistenciacon el llegar de la penumbra,en excitante alborotolos cirios regaron su fuego,el descontrol del sexoatizó la hogueraen que degeneró la impura habitación. Después se vio una infernal escena,llamaradas de voraz dimensiónconsumían parte de la casa campera,los gritos de desesperaciónretumbaron por todo el pueblo,allí las mujeres sólo murmuraroncon hipócrita voz y silencio:- pecaron en incesto -,mientras se persignaban repitiendo,- Dios… no nos dejes caer en la tentacióny líbranos del mal… amén… -aún muriéndose por dentro.
- Autor: ULISES CAPELO (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 7 de junio de 2013 a las 00:46
- Comentario del autor sobre el poema: Un cuento en verso, un sueño que hace estremecer mi cuerpo
- Categoría: Erótico
- Lecturas: 47
Comentarios1
que bello niño muy bueno
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