Recuerdo la emoción que experimentaba cuando en ocasión de “perder” algún diente, “la madrina”, le pedía a su hijo, que llegaba, ya tarde a descansar, alguna moneda que ella colocaba entre comentarios y risas bajo la almohada.
Yo fingía dormir. Quizás, ella percibía mi engaño, pero me hacía creer que no.
¡Qué maravilloso juego entre los adultos y los niños! Más aún cuando éstos, mantienen la inocencia que sustenta la credibilidad. Los he podido recrear con hijos y nietos y me retrotraen a aquellos días, haciendo que revivan en mí. Me parece oír el leve crujido de las sábanas y fundas almidonadas, la mano introduciéndose entre ellas para dejar el tesoro.
Cuando la ansiedad ganaba, luego de un rato que me parecía prudencial, a oscuras tanteaba lo que me habían dejado bajo la almohada y no pudiendo evitarlo, la llamaba:
-¡Eugenia! ¡Eugenia! ¡Mira lo que dejaron!
Entonces ella se hacía la sorprendida y seguía el juego.
-¿De dónde las habrán sacado?
-¡Seguro que se las robaron a “la China”!- refiriéndose a la amiga, propietaria del almacén más grande del barrio.
-¡Ahora dormite! Que falta mucho para que aclare.
Las guardaba en el puño cerrado y hacía planes, sumando con los dedos, para saber cuánto me faltaba o si, ya eran suficientes, para la entrada de la Matinée del domingo, así podría ir con mis hermanos. Entonces me dormía feliz.
El cine fue la principal actividad recreativa de entonces. Eran muy pocas las familias que poseían televisor. En algunas de estas casas, los sábados y domingos, jóvenes y niños nos reuníamos, constituyendo una platea, que duraba desde que comenzaba el canal, hasta que finalizaba la programación, o los padres nos permitieran. ¡Qué molestos debimos resultar!
La semana transcurría de manera rutinaria, estudiar, ayudar en la casa, leer, jugar y esperar el fin de semana, donde podíamos agregarle otras actividades. El poder ir al cine era lo máximo.
Cuando la edad me lo permitió, la madrina me invitaba para ir a la función de la hora 21, a la que íbamos, con la amiga. Ésta también había concluido su etapa de “madre”. Ambas eran abuelas, trabajaban mucho, cada una en lo suyo y trataban de disfrutar, de lo que la sociedad ofrecía entonces: los tablados, el cine, una vuelta por el centro de la ciudad, mirando las vidrieras y finalizaban el paseo, luego de cenar en la casa de una de ellas, o en alguno de los numerosos restaurantes, que atendían adentro o sacaban mesas a las veredas. Paradójicamente hoy casi en extinción, reemplazados por los servicios de entrega a domicilio, conocidos delivery.
Doña “China” fue para mí, la primera persona que me permitió obtener dinero mediante el trabajo, poco gratificante, pero que me entusiasmaba, porque además del dinero recibía otras atenciones. Era la mamá de mi compañera de juegos que se había casado. Me confería un trato agradable. Nunca me dio una orden, sólo me hacía saber lo que había que hacer y yo lo hacía con total libertad y voluntad.
Si sentía el deseo de comer o beber algo, servía para las dos y ella me agradecía. Así transcurrían las horas del sábado o de los días de vacaciones hasta, que mis obligaciones estudiantiles aumentaron, de tal manera, que me fue imposible continuar. Más que una patrona era, “la China”, que significaba, la amiga de “mi madrina”.
La recuerdo enérgica, de figura robusta, andar algo entorpecido por la artrosis, su carácter fuerte frente a sus clientes morosos, de risa fuerte y franca cuando algo lo ameritaba.
Lo único que no me agradaba hacer, era lo primero que tenía que hacer: varios casilleros con botellas vacías, esperaban que las llenara de queroseno, combustible utilizado en casi todas las casas, tanto para el calentador, marca Primus con que se cocinaba, para el farol o la estufa, en invierno.
Inmediatamente que la saludaba, al llegar me dirigía a donde estaba el tanque de doscientos litros, afuera del salón, bajo un techo, para evitar la contaminación en caso de derrame.
Luego que tenía varios casilleros completos, entre las dos los llevábamos hasta dentro del salón. Trataba de ser cuidadosa para no ensuciarme demasiado. A pesar de que no usaba guantes, nadie supo jamás, que era parte de mi ocupación. Cuando finalizaba esta ingrata tarea, lavaba muy bien mis manos y me ponía una pasta hecha con azúcar aceite y limón, con la que desaparecía el olor, además de agregarle brillo a la piel.
Hoy me pregunto, ¿qué jovencita estaría dispuesta a realizar esta tarea?
La respuesta es una. Nadie, porque ya no se utiliza este combustible para esos usos, salvo excepciones.
¡Seguro que lo considerarían algo bastante sucio y muy poco grato!
¡Qué orgullosa me sentía cuando, haciendo uso de mis ahorros, me compraba alguna prenda de vestir o el pasaje para viajar en las vacaciones!
Verdaderamente creo que esa oportunidad de trabajar en la más temprana adolescencia, mientras estudiaba, me dio la verdadera magnitud que tiene el trabajo, como valor que dignifica al ser humano. Valor que rescaté, indudablemente de mis mayores, padres, abuelos, tíos, de “la madrina”, de sus hijos y de Doña “China”.
Cada año que pasaba más me alejaba de la casa, donde recibiera tantas emociones y sensaciones.
Con la adultez, las responsabilidades laborales y mi propia familia, fueron imposibilitándome para visitarla con frecuencia. Lo hacía esporádicamente, y en cada una de las visitas, la encontraba menos activa y más callada.
Cuando percibí el deterioro físico y emocional de “la madrina”, algo dentro de mí, también se quebró. La enfermedad la iba atrapando, lentamente, aunque de manera progresiva.
Primero fueron leves temblores que le impedían utilizar correctamente sus manos. Luego, las piernas no la llevaban donde quería, ni le permitían mantenerse de pie. La angustia hacía presa de ella, hijos y nietos la acompañaban y trataban de ayudarla. Las lágrimas surcaban el rostro, la impotencia le ganaba. Llegó el momento, en el que ya no pudo estar sola. Al visitarla, la encontraba con personas extrañas, que se “ocupaban” de ella. Me hablaba en susurro, con palabras casi ininteligibles. Regresaba a mi casa, apesadumbrada.
Llegó el momento en que la dependencia fue total, requería de varias personas. Debió ser llevada a un hogar de ancianos. Imaginaba su dolor, no sabía exactamente la gravedad de la enfermedad.
Fui a visitarla y apenas me reconoció, sonreía, quería hablarme, pero su voz apenas se escuchaba, no sabía a qué se debía, ¿sería que no quería que la escucharan?, ¿sería la enfermedad que se lo impedía?
Me sentía impotente, ¿pero qué podía hacer? ¿Remordimientos? ¿Dolor? En esas circunstancias la vida le llevó a otro de sus hijos, al más compañero, su compinche. ¿Cómo pudo soportar la noticia?
Una y otra vez la recuerdo viviendo plenamente y yo junto a ella, ¿qué puedo hacer para aliviar su dolor? ¿Cómo hacer para que sus ojos vuelvan a brillar? Me dicen que no se da cuenta de lo que ha ocurrido. ¡No creo que sea así! Quizás, se pierda en el subconsciente, para poderlo resistir.
Quizás se imagine viajando al encuentro de los hijos.
Vuelvo a visitarla, está cada vez peor. La mirada casi ausente, no se inmutó ante mi presencia ni la de mis hijas a las que tanto gustaba ver.
Sentada frente a ella tomo sus manos, que no me responden, la mirada perdida y su rostro inmutable me confirman que ya es tarde. Tal vez su espíritu ya no nos pertenezca.
Le pregunto a la enfermera si hablaba y me dice que no. Converso con la dueña de casa, que dispone que debe acostarla, porque estuvo mucho tiempo sentada. Pienso: no puede ser “mi madrina”, la “Ugenia” de los chiquilines del barrio, la Eugenia que reía feliz con los cuentos que le hacían sus hermanas; la “abuela” de sus nietos y por extensión a la de los hijos de las vecinas, la “mama” del hijo que llegaba siempre requiriéndola a gritos, o haciéndole saber que llegaba, “mi madrina” que inventó una carrera con caracoles para entretenerme aquella tarde después de la lluvia.
He aprendido que existen personas que como ella, construyen sus vidas de tal manera, que cuando dejan de estar físicamente, quedan en el recuerdo de los demás que los conocieron y con los que compartieron su existencia.
Así como los héroes no lo son, hasta mucho tiempo después que se valorizan sus obras y se los inmortaliza en el busto; esas personas, transcurren la vida, sin pensar, ni sospechar, que están labrando el camino a la inmortalidad.
Quizás una de las principales diferencias que existen entre los humanos, radique, entre el haber estado en contacto con estos seres y el no haberlo estado.
La posibilidad de contar con alguien a quien “mirar”, aún después de no tenerlo, facilita la gestión de la vida, porque iluminan el camino con su ejemplo, tal cual un faro de luz.
Poco tiempo después, abandonó el camino terrenal, y voló junto a sus seres queridos, convirtiéndose para mí, como para otros a los que amó desinteresadamente, en un ser de luz. FIN
- Autor: macridi (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 13 de agosto de 2013 a las 09:31
- Categoría: Sin clasificar
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- Usuarios favoritos de este poema: El Hombre de la Rosa, Diluz, claudia07, luisa leston celorio, ADOLFO CESAR MARCELLO
Comentarios12
Una excelente muestra de tu talento literario en la segunda parte de tu bello relato estimada poetisa y amiga Macridi
Saludos de España
Al momento de firmar este comentario imposible hacerlo sin esas lagrimitas que nos nublan la vista e iluminan el alma, una vida, tantas vidas que finalmente se van apagando dejando su profunda huella, y esta vida, una vida especial, para ti y todos la que la conocieron, y ahora quienes la conocemos a través de un relato que la vuelve a la vida, con su eterna luz, por haber sido un ser que amó desinteresadamente. Nada mas hermoso se puede entregar en la vida que nuestro AMOR desinteresado, el que nos lleva a renacer desde la LUZ DEL MISMO AMOR, en cada corazón que VIVE Y AMA.
Cariños para ti, Macridi, gracias por tan bello alimento al alma.
Si hasta me ha llegado el olor tan rico del kerosene, con el que mi papá encendía el farolito del cual tras de el, nos alineábamos al estilo de los enanitos de Blancanieves, mis tres hermanos y yo, tras los pasos de papá, mientras bajo un hermoso cielo estrellado de verano, caminábamos entre cinco o seis cuadras campo traviesa, como solíamos decir, para llegar a visitar a unos amigos (seguramente llevarle algún recado, pues ni teléfono de línea ni celular! El primero porque muy pocos eran los privilegiados que lo tenían, y por lo general era un almacén de barrio que por una monedita lo compartía a sus clientes) hace unos días Igor, un compañero Poeta del foro publicó algo sobre el placer de los sentidos, y que verdad, el sentido del olfato nos trae imágenes adheridas, y mira, tan solo con nombrar al kerosene visualicé ese farolito que dibujando sombras nos iluminaba el camino tras los pasos de papá.
Muchas gracias querida poetisa.
Diluz
Qué gran alegría me das, al saber que este humilde relato, haya servido para que despertaran algunos de esos recuerdos, impregnados de sensaciones, y de esas circunstancias que vivías con tus hermanos y padre. A mí me ha encantado tu imagen a campo traviesa con el farolito a queroseno, en una noche de verano, bajo las estrellas. En lo demás coincido contigo en que las vivencias pueden sernos comunes, por haber vivido en los mismos tiempos. Quisiera que pudieras sentir, el cálido abrazo que mi acelerado corazón, y mi sensible alma envía a tan exquisita persona, de las letras. Tu amiga Cristina
Ni lo dudes que tu abrazo acá me llega, amiga, te puedo asegurar que si de niños nos hubieramos conocido seríamos todos como verdaderos hermanos. Rescatar esos sentimientos tan puros es de almas nobles.
Sigue escribiendo tus memorias, Poetisa, y de ser posible escribe tu autobiografía, aunque sea para compartir algún día con tus nietos, bisnietos y los demás que vendrán. Por muy simple que nos parezca nuestra vida, tiene un valor muy alto, que es el valor más alto, el de la propia vida. Te puedo asegurar que algo siempre aprenderemos!
Un beso y mi cariño para ti. Y gracias por tus hermosas palabras!
también tu amiga.
Alicia*Diluz
Muchas gracias por tu visita a mis letras, que se honran con tu comentario. Un abrazo a tu generosa alma, Poeta Críspulo. Cristina
HERMOSO Y SENSIBLE RELATO AMIGA , EXCELENTE COMO DE QUIEN VIENE UNA GRAN POETA UNA GRAN PERSONA , BESOS
Muchas gracias amiga Claudia. Besos para vos.
Una bella narrativa con descripciones que van desparramando imágenes en cada lector. Historias pueblerinas que cada día se van repitiendo en cada familia, pero que muchas no tienen la posibilidad de inmortalizarla a través de relatos literarios tan hermosos como éste que le has dedicado a la gran Eugenia, y que de alguna manera ha quedado como constancia de su existencia para orgullo de ella en donde quiera que esté y para satisfacción tuya por el deber cumplido. Eugenia jamás pensó que esas monedas que dejaba bajo la almohada cada vez que un diente caía, estaba de alguna manera invirtiendo en un alma noble que la proyectaría para la posteridad.
Un abrazo prima y Felicitaciones doblemente por el gesto para con tu madrina y por el empeño literario que le has puesto a este trabajo.
"Eugenia jamás pensó que es esas monedas que dejaba bajo la almohada cada vez que un diente caía, estaba de alguna manera invirtiendo en un alma noble que la proyectaría para la posteridad". Muy cierto querido primo, ella era incapaz de especular con el amor. Un ser tan especial, que logré aquilatar cuando la vida me dio la madurez. Agradezco de corazón tus elogiosas palabras hacía mi empeño literario. Mi alma sonríe. Gracias por tu apoyo incondicional, por el cariño que me profesas, y que te retribuyo. Abrazos y bendiciones para vos y tus hijos. Cristina
Lo dicho Cristina, estupendo, pero los volveré a leer con más tiempo ya que me entusiasmaron y anda que esta parte...
Hasta pronto
un besín.
Luisa
Amiga Cristina, al volver a leerlo con más dedicación ya que hoy no me apuraron las prisas, me volví a emocionar.
Es cierto amiga, hay personas que dejan una luz en nuestras vidas que nos siguen iluminando. Así lo siento con mi madre.
La parte del ratoncito es genial, tal y como yo la recuerdo, solo que a mi me dejaban volitas de anís.
Siempre digo que hay personas que se van y duele, pero están muertas para siempre, otras permanecen vivas, junto a nosotros, solo se nota su ausencia física, pero nunca la espiritual.
La mejor manera de no morir es vivir en el corazón de quienes amamos, y para eso tan solo se nos pide ser buenas personas.
Una cosa más nos une querida, el tener la fortuna de vivir al lado de una buena persona.
Un abrazo de todo corazón amiga
Luisa
Muchas Gracias Querida Luisa, por tu tiempo hacía mi trabajo, por tu comentario tan cálido y por el estímulo. Coincido en lo que dices. Me gustaría que cuando me vaya de este plano terrenal, el recuerdo que tengan de mí, pueda iluminar a mis seres queridos, cuando la circunstancia lo amerite. Un gran abrazo y besos.
Lucirás amiga Cristina, vaya si lucirás, ya luces ahora con tu buen corazón, a lo menos así lo percibo aun en la distancia.
Un besín llenos de cariño.
Luisa
Gracias amiga Luisa. Yo también percibo tu nobleza y buenos sentimientos. Te quiero a la distancia. Cristina
UN SER DE LUZ MUY ESPECIAL----- EUGENIA ESTA GOZANDO UN
GALARDON ESPECIAL QUE EL SER SUPREMO LE HABÍA ASIGNADO.
" Recuerdo la emoción que experimentaba cuando en ocasión de “perder” algún diente, “la madrina”, le pedía a su hijo, que llegaba, ya tarde a descansar, alguna moneda que ella colocaba entre comentarios y risas bajo la almohada.
Yo fingía dormir. Quizás, ella percibía mi engaño, pero me hacía creer que no.
¡Qué maravilloso juego entre los adultos y los niños! Más aún cuando éstos, mantienen la inocencia que sustenta la credibilidad. Los he podido recrear con hijos y nietos y me retrotraen a aquellos días, haciendo que revivan en mí. Me parece oír el leve crujido de las sábanas y fundas almidonadas, la mano introduciéndose entre ellas para dejar el tesoro. "
UN ABRAZO LLENO DE SENTIMIENTOS-
Gracias por el paso por este relato, especialmente. Me encantó lo que me has dicho. Me hace feliz haber sido el instrumento que Dios utilizó, para que hoy, su recuerdo este viajando en mis letras, por internet. Así llegó a la inmortalidad, no solo por su calidad humana, sino por el relato que le dediqué. Saludos desde mi alma. macridi
No me equivoqué, amiga... Simplemente lo disfruté, aunque me puse un poco triste... Muy buen escrito, ojalá que lo leyeran todos... Un abrazo
Muchas Gracias por la lectura y tan sincero comentario. Felicidades amigo Poeta! macridi
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