Y quién se enamora de Cupido..?

Nadie.

Esa criatura divina que imparte amor en el mundo está solo.

Que contradicción, él, que se encarga de enamorar no se enamora…

Si bien como artífice de su arma,

es conocedor de la utopía que le proporciona forma y materia a ésta.

Ah, y nos hemos atrevido a decir que Cupido no sabe lo que hace,

Sí que lo sabe.

Tan consciente es del arma que empuña, que no se ha de fusionar con tal engaño,

su naturaleza es diferente,

él no se hace víctima de su propia creación.

Y en este punto se desnuda su inteligencia y perversión,

Pero, ¿dónde yace pues la placidez y lo sublime del amor?

Eso es tan solo un efecto secundario de su maquinación,

Y aunque secundario, se ha antepuesto en los hombres,

tales sensaciones componen ese letargo entre el disparo de la flecha

y las millonésimas de segundos, minutos, días o incluso meses

que tarda en desgarrar con su elegante filo la opulencia de entrañas,

tan cálidas, que se habían mecido en un dulce ensueño

pero ahora se retuercen con la falacia y se vomitan a borbotones,

y la estupidez se expulsa apenada.

Entonces fíjense en la sonrisa de ese niño travieso,

no es de inocencia, es de regocijo.

Realmente disfruta haciendo travesuras,

ese es el niño, quiere divertirse a costa de la incertidumbre de otros

sólo eso

pero quizá lo que gana es sorpresa y cierta decepción,

sí, porque los hombres no se ríen de la travesura del amor,

ellos se la han tomado demasiado enserio,

causando un efecto contraproducente .

Con tal distorsión Cupido sigue el vuelo,

con sus pequeñas carnecitas y el gran mal entre sus manos,

ese gigante que deposita en los cuerpos mortales multitud de tibias y agridulces sensaciones

que se metamorfosean en un leve crepitar,

para luego anhelar ser escupidas de una prisión austera

donde un pedazo de músculo con sus colosales sístoles y diástoles no les confería el sueño.