Los dorados y destelleantes brazos de la media luna otomana con disimulo bañaban los blancuzcos techos. Caía una tarde cualquiera y se podía divisar la silueta claramente dibujada en el cielo. Mohammed se preparaba para cumplir con una más de las cinco veces que debe orar en dirección a la Meca, sus lágrimas anegaban su hierática faz, mientras se hincaba frente a una pequeña alfombra con delicados dibujos árabes. Era un hombre bueno, justo y luchador que jamás hizo daño a nadie, incluso respetaba las pequeñas flores que veía en su camino. Al igual que los cristianos lo hacen con la biblia, él leía con frecuencia El Corán.
El árabe concluyó sus oraciones, se incorporó lentamente y aún apesadumbrado, salió y observó el dantesco cuadro se cernía en las calles, la población aún no sabía qué hacer, iba y venía gritando. Mujeres que en medio de la desesperación perdieron su burka, buscando histéricamente sus familiares y conocidos.Días antes, en un suburbio de Damasco donde residen, un gas tóxico se esparció entre las casas. Muchos bajaron a sus sótanos tratando de escapar, lo que ignoraban era que éste es un gas pesado y bajó con ellos. Solo encontraron la muerte entre estertores y bocas espumeantes. Ahí estaban sus cuerpos dispuestos en distintos sitios, prestos a ser descubiertos y engrosar la lista negra.
Muy dentro Mohammed lo sabía, esas no fueron las enseñanzas del profeta y muchos no pueden sentirse menos que consternados por el nivel de violencia. Al principio, había desconcierto. Se dudaba, pero luego, distintas personas que encontraba en las calles le fueron confirmando el brutal ataque en el que murieron indiscriminadamente hombres, mujeres y niños. Igual comprobó cuando se detuvo para escuchar a un médico grabando el reporte. “La atropina y la hidrocortisona, no fue suficiente para abastecer los centros de atención hospitalaria, 36,000 jeringuillas fueron utilizadas para aliviar los síntomas en los sobrevivientes.” Mohammed no estaba presente cuando se dio el hecho. Fue a vender una importante carga a otro sector de la capital. Como muchos árabes es un comerciante y mantiene así a su esposa y a una larga descendencia. Al regresar, no había nada, ni mujer, ni hermanos, ni amigos, ni hijos...
Largos pasillos llenos de personas, tiradas sobre el piso con movimientos involuntarios llenaban hospitales. Las que sobrevivieron hacían preguntas inconexas y sus pupilas aún contraídas daban cuenta del abyecto ataque. Los enfermeros y colaboradores abandonaron poco a poco sus funciones, quizá porque muchos murieron al impregnarse con los agentes químicos de sus víctimas y cundió el pánico.
Había que agregarle otro capítulo al legendario libro de Alighieri.
Mohammed movía la cabeza de un lado a otro y sus ojos se empañaron nuevamente. Así caminó en círculos días enteros, como un orate sin saber su destino. Finalmente se sintió liviano, como si flotara en medio de una nube. Es la gloria de “Alá” pensó, pues no tenía dolor, ni llanto. Tampoco sentía sus pies. A lo lejos, divisó un objeto semi enterrado, reconoció la pequeña banderita de las barras y las estrellas, aguzó la vista leyendo atentamente “T-o-m-a-h-a-w-k” misil. Entonces comprendió que él, ya tampoco existía.
Autor: Justo Aldú. 2103
- Autor: JUSTO ALDÚ (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 2 de septiembre de 2013 a las 13:10
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 148
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