Tampoco tienen fecha las hojas de este invierno
y acaso ni es verdad que esté lloviendo ahora
ni que arda el hogar mientras escribo
aquí
y en este instante.
Antes fueron los bosques y un susurro de pájaros
nos abría las puertas a un jardín diminuto,
el reloj no contaba y el amor era el duende
de las cosas pequeñas.
Éramos como islas, como estirpe legítima de dioses
y es por eso, quizás,
que hemos sufrido tanto teniendo que vivir como cachorros de setter.
Después llegó la carne,
el paisaje celado,
el sol que se apostaba sin piel en la otra orilla
y el anhelo constante de macerar a tientas el gozo en nuestros labios.
Después era pasarse los inviernos en noches de mudanzas,
ponerle nombre a todo,
decirle por ejemplo,
azul a lo que vuela, pesadumbre al aliento,
cristal a la cintura del aullido de un gamo
y esperar que noviembre no cubriera la casa de cipreses.
Si una sola tristeza puede herirnos de muerte
y en un rincón cualquiera cabe un niño
lo nuestro siempre ha sido esta locura de columpios freudianos
precisamente ahora
cuando hace tanto tiempo que no existen
golondrinas al borde del tejado.
- Autor: Vicente Martín Martín ( Offline)
- Publicado: 18 de diciembre de 2009 a las 05:41
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 86
- Usuarios favoritos de este poema: migreriana, Melba Reyes A.
Comentarios3
Un hermoso poema con un gran final. Me encantó.
Besos
Precioso poema, Vicente.
Me habla de amor consolidado, loco, que ha superado piedras en el camino, fresco e inmerso en un cierto desatino, otoñal?...hermoso y por encima de convencionalismos rutinarios.
Tal vez no pillé su mensaje pero así le interpreté.
Un saludo y felicitaciones. Aries
Cuando se consolidan las hebras de un solo ocèano se leen versos como estos!Te felicito!
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