¿Cuántas sonrisas? ¿Cuántos cafés? en el transcurrir de esos años en París, en aquellas frías y azuladas calles de la ciudad de los amantes.
Solíamos sentarnos a charlar en el otoño y mirar con asombro el volar de las amarillentas hojas, cada vuelta en el aíre, cada giro, un tirón a nuestras emociones, mientras un pequeño golpe de aire ascendía por nuestro estómago y culminaba en un suspiro, tímido y taciturno. Era la estática del roce de nuestros dedos la que hacía que su mirada brillase.
Ohh! cuantas maravillosas historias, cuantos amores fugaces... Me es imposible recordar sus nombres, color de piel o edades. He sido un peregrino, un caminante libertino, un vagabundo huyendo del abrazo del amor, aquel, aquel que aprieta fuerte el pecho y que cocina a fuego lento el dolor.
Aun permanezco intoxicado de algunas sonrisas y miradas, que me hicieron delirar. Noche a noche bebí sus ojos, sonrisas y aliento. Ese mismo estado de ebriedad alcanzado en nuestros encuentros, cuando jugábamos al naufragio de nuestros cuerpos, incansables jornadas donde nos cansábamos de nadar y nadar, al final nos arrastrábamos sobre las sábanas y nos quedábamos viendo, ese silencio invadía nuestro entorno al mismo el tiempo que el fuego de nuestros torso hacía arder el viento.
Heme aquí aturdido de memorias, dudando si cada una de ellas fue real o quizás fueron sueños, como la dama del andén, no lo sé, no lo sé.
Por las noches ya no duermo, por el miedo de soñar y sus rostros aparezcan en escena, desfilando con soltura mostrando sus preciosos cabello, invitándome a recordar, a vivir y suspirar, por querer volver a recorrer cada poro de sus cuerpos. Caminando lentamente, como tal cual peregrino, besando silentemente su regazo, vientre y cuello. Mientras cada resuello me estremece, es el compás que marca el tiempo de la sinfonía armónica que tocan nuestros cuerpos, al mismo tiempo no poder ser inmunes esa corriente que recorre nuestras pieles.
No quiero, me reusó a soñar, ser esclavo de todo aquello, las musas se han convertido en una quimera de recuerdos. Ni el café, ni el cigarrillo han logrado de dominar, la batalla con cada una de esas damas. Se confunden los rostros, las pieles y sus cabellos en este rompecabezas de sueños y recuerdos.
Tal vez me observan a la distancia, sonrientes amazonas, mientras me pierdo en la taza de café, mi café. Recordándolas, saboreándolas.
- Autor: Adolfo (fito) Baptista (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 19 de septiembre de 2013 a las 09:12
- Comentario del autor sobre el poema: Una taza de café solo o acompañado, siempre será sinónimo de historias jamás contadas y recuerdos que reposan en el alma.
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 98
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