La Gran Refriega

Lobo Blanco

La Gran Refriega
Cristóbal Rozzo


Fue una tarde mágica hace muchos años atrás. El tono de la luz y el silencio le daban apariencia de fantasía. Yo lo vi todo. Fue una guerra feroz, de esas batallas gloriosas que, aunque duran un sólo día, se recuerdan por la eternidad.

El Sol también tomó parte y aniquiló sus miles. Todos allí eran hombres fuertes y valientes que luchaban hasta su último aliento. La batalla se desenvolvía como si fuera una danza maravillosa; una obra de arte única, y se desencadenaba con magna violencia. Fue grande, pero al fin acabó. Las fuerzas de los cuatro bandos que allí lucharon habían sido equivalentes. No hubo sobrevivientes. Todos sucumbieron o ante espada, o ante el calor intenso.

Un valle, cuerpos sin cuenta e infinitas charcas de sangre. Eso fue todo lo que quedó. Ni el pintor más hábil podría haber capturado en cien cuadros el momento que presencié. Ni siquiera animales osaban participar de tal escena. Pero yo lo vi todo. El calor sí era intenso. Era extremadamente fuera de lo común. Era el Sol, que aún sediento por sangre, intentaba hacer lo que para mí era imposible.

Cada vez se hacía más y más fuerte el calor, hasta que el paisaje empezó a cambiar de color. Se había tornado color rojo. Era una bola roja y gigantesca lo que se encontraba ahora en lo alto.

Nubes empezaron a formarse tan rápido, como anormalmente. Nubes oscuras y color vino. Rojo era el color. Sí, rojo y color muerte. Por esta razón no cabría en un cuadro lo que mis ojos vieron. No hay color que pinte a la muerte.

La escena era potente; como si tuviera vida propia, porque sentía su fuerza. Las nubes cubrieron el cielo; ya no había sangre en el suelo. El Sol, satisfecho, la había consumido y ahora la desechaba a través de las nubes.

Sentí la primera gota caer en mi mano. En mi piel se había dibujado un perfecto círculo rojo con salpicaduras alrededor. ¡Cuánta grandeza! ¡Llovía sangre! Llovía sobre los cuerpos sin vida que habían quedado en el valle; llovía sobre el valle donde había ocurrido aquella gran batalla. ¡Naturaleza increíble y precipitación sangrienta... para mí era imposible, pero para muchos fue violenta.

Todavía en el lugar de la gran
refriega quedan rastros de la sangre que ese día fue derramada; pues árboles que allí nacieron, y que de aquella sangre bebieron, dan hojas color carmesí, hojas color muerte, que nunca se acaban.

Ver métrica de este poema
Llevate gratis una Antología Poética ↓

Recibe el ebook en segundos 50 poemas de 50 poetas distintos


Comentarios +

Comentarios3

  • Guidai

    Que puedo decir excelente, es muy atractivo por deleitarme con la historia. Me encanto saludos y un abrazo.Guidai

    • Lobo Blanco

      Guidai muchas gracias! Que bueno que te gustó! 🙂

      Un abrazo...

    • Nuria Madrigal

      Interesante relato, es la primera vez que el color rojo sangre lo veo relacionado con la muerte...

      Saluditos 🙂

      • Lobo Blanco

        Gracias Nuria! Si??? Hahah es cierto. Casi siempre es el negro... Pero para mi el rojo tambien hehe.

        Saludos!

      • El Hombre de la Rosa

        Profundas y sentidas letras has escrito amigo Lobo Blanco
        Abrazos de sincera amistad
        Críspulo

        • Lobo Blanco

          Gracias Críspulo!!



        Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.