Hoy, después de más de cuarenta años de ausencia
he retornado al viejo pueblito donde feliz pasé los primeros años de mi infancia.
He rememorado en sus angostas calles mi presencia,
esperando que la realidad se sobrepusiera a la nostalgia.
¡Parece que fue ayer. Oh, aquel tiempo, qué rápido ha pasado!
La que antaño fué testigo de mi vida,
mi viejo lar –otrora antiguo y hoy remodelado-
-muros antes de adobe y ahora lucidos y enfoscados-
siguen enhiestos desafiando a la deriva,
presente en la fachada la estatua de mi abuelo Carlos siempre viva,
picapedrero presumido, con el martillo y el puntero siempre en mano.
Con mucho sigilo he accedido de la casa a mi portal
mirando a todos rincones de soslayo,
al bies, de refilón,
¡cuantos recuerdos!, ¡cómo me embarga la emoción!
Con cuidado he apoyado mi pié en el primer peldaño,
mientras recordando voy de mi niñez la percepción,
-los temblores, las lágrimas, los llantos-.
Hoy he querido, por fin, de una vez subir
para auyentar mis miedos,
escalón tras escalón,
de puntillas hasta el último rellaño
¡cómo en mi mente se acumulan los recuerdos!
¡Aún no me lo puedo creer, aún no me lo creo!
Ahí estaba, sumisa ella, postrada ante mí,
la misma puerta que antaño tantas veces refunfuñando yo abrí
con miedo, con suspense y con recelo.
¡Oh la tan odiada entrada a mi desván!
el lúgubre lugar donde entonces yo sólo veía brujas
-tan querida mi familia y tan granuja-
El miedo que yo siempre presentí,
lo mucho que sufrí,
no tiene parangón y clama al cielo.
Allí donde mi imaginación
veia negros fantasmas,
¡que suplicio, qué terror!
-duendes, sacamantecas, ¡pavor!,
el hombre del saco y los ladrones de ánimas-.
Siempre al anochecer,
en las crudas noches de invierno,
a oscuras, sin ver lo que no quería ver,
temblando hasta hacerme creer
que era el mismísimo infierno.
Una mirada exhaustiva,
un barrido y ahí están
inmóviles, en actitud compasiva,
mirándome fijamente,
impávidas, inertes, como de cuerpo presente,
aquellos mismos actores en mi olvidado desván,
que yo guardo en la retina,
-cual reloj que en un momento
hubiera parado el tiempo-.
Los aperos de labranza,
-hachas, hoces. horcas, azuelas y zoquetas,
armatostes, chismes, enseres, y una vieja palangana-,
¡y las mismas telarañas!
Y, allí, al fondo, la colmena
-siempre activa, siempre quieta-,.
Y muchos más cachivaches
-bártulos, avíos, muebles viejos, cambalaches-
y otros trastos
que dejaron ”los de abastos”*
pues no servían de nada.
Ahora ya más relajado, millones de secuencias se agolpan en mi mente.
He pretendido emular mi otrora retirada huidiza saltando de tres en tres los escalones
con los ojos cerrados, los dientes apretados, miedo en el cuerpo, siempre mirando al frente.
He tenido que desistir pues de repente
he estado a punto de dar con mis huesos en el suelo después de varios tropezones.
-Padre, deme usted el candil
-Padre, que yo subir no quiero
-hijo, te enciendes un dedo,
-que yo me quiero morir,
-hijo, tienes que subir
-que yo, padre, tengo miedo.”
- Autor: donbuendon (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 17 de octubre de 2013 a las 04:03
- Comentario del autor sobre el poema: * Para los que no lo conozcan, cuando cito a los de abastos hago referencia a los policías que tras la contienda civil se presentaban en los pueblos con sus ruidosas motocicletas con sidecar para requisar todas las pertenencias de valor de los ciudadanos.
- Categoría: Fecha especial
- Lecturas: 207
- Usuarios favoritos de este poema: El Hombre de la Rosa
Comentarios1
Gratas y hermosas las preciadas letras de tu bello poema amigo Donaciano Bueno
Saludo de amistad de Críspulo
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