La incertidumbre del no reencuentro ocasionaba el insomnio del exausto muchacho; que lamentaba su orgullo, el orgullo del placer, el orgullo del terror; la inesperanza de la traición; la macro despedida del último beso; el brillo de su sonrisa cancerosa, sonrisa exitante. Todos sus versos sarcásticos y sus saludos hipócritas; sus escondrijos del alma. Toda aquella palabrería chorreando por sus labios erectos; repletos de sangre; su aliento casi imperceptible.
Todo eso extrañaría el caído, el caído inmerso en la oscuridad... Todo lo no sentido hasta su llegada; la inexplorada experiencia; sus besos, besos humeantes y sangrientos. En la vergüenza de la declaración; en la risa sarcástica de la declaración, vió el univero, el infinito universo tornando en la explosión enamorada de lo vital; del fuerte latido; de la negrura intocable; en los quejidos del desamor.
El desentendimiento de la muerte inmediata. La materia inorgánica buscando tornarse orgánica. La distancia mostrándose como llamada de necesidad placentera del libido; del macabro momento en donde su respiración cortaba a cada orgasmo pertinente; a cada caricia el tiempo detenía sus latidos; entonces el tiempo tornandose en absurdo, en enemigo, borrando su subconciente; sólo quería sentir la furia de la muerte; el amor en la muerte.
- Autor: Río Que flota ( Offline)
- Publicado: 8 de noviembre de 2013 a las 18:25
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 28
- Usuarios favoritos de este poema: El Hombre de la Rosa
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