Eran casi las tres de la madrugada cuando llegaba a casa. “Casa” es un título ridículo para la pocilga en donde estaba viviendo. Si es que a esto se le puede llamar vida. Es patético recordar que a mis veinte tenía (al parecer) un prometedor futuro (así solía decir mi vieja) y chicas de amontones que se peleaban por tener sexo conmigo. Una historia triste…- ¡Bah!... apesta como todo a mí alrededor. Después de una mala separación y un peor divorcio eminente, tenía una casa vieja, descuidada y sin valor, una caja de cigarros y un trabajo como custodia en un boliche de mala muerte y eso gracias a que había sido policía. Otro error en mi vida. Decidir entrar a la academia de policía en lugar de estudiar abogacía. Si hubiera sido abogado no estaría gastando tanta plata contratando a uno que se está llevando lo poco que me queda.- ¡Malditos abogados!...- Toda buena mentira parte de una verdad, tal vez por eso ahora creía que si estaba en un pozo, era por culpa de los demás y no de mis malas decisiones.
Los lunes no trabajaba. De todos modos me lo pasaba en bar. Uno al que iba con mi padre antes que el viejo se fuera de éste mundo. Las cosas no habían cambiado nada en ese lugar. Estaba el dueño, un tipo que se conocía por el nombre a casi todos sus clientes, claro que no éramos más de veinte los que frecuentábamos siempre el lugar, el olor a humo de cigarrillos baratos no se quitaba de la ropa por días, pero se podía escuchar buen blues. Ahora que lo pienso me doy cuenta que mi viejo fue quien más influyó en mi gusto por la música, él me decía que el blues solo se escucha con el alma y se siente en el cuerpo. Lo de sentir la música con el alma me había parecido raro desde la primera vez que lo escuché y tantos años después aún no sabía lo que el viejo había querido decir. Pero se sentía muy bien en el cuerpo. Era hora de encender un cigarrillo y cortarla con tanta filosofía. El sol se asomaba junto con una gran visión. Me parecía que era un sueño hecho realidad. Bajaba de un magnifico automóvil último modelo, sin dudas la mejor aparición que había visto en mi vida. Era eso o realmente estaba borracho y cansado. Llevaba el encendedor y con la luz que éste emitió pude comenzar a verla en su totalidad. Es bien sabido que una mina como esa mete en quilombos a tipos como yo. Sus piernas eran largas, las más largas que había visto, el cabello negro y corto, llevaba puesto un vestido rojo muy entallado al cuerpo, que sin dudas era perfecto. Me quedé viéndola como si fuera un adolescente descubriendo por vez primera a una mujer totalmente desnuda.
Pasaron unos segundos, que para mí fueron horas, la observé de arriba abajo y viceversa mientras el auto del cual se había bajado se alejaba. Ella se quedó de pie junto al farol dando pasos cortos me fui acercando hasta donde estaba. Quería verla más cerca y lo conseguí. Su rostro era tan hermoso como su cuerpo.
-¿Tiene fuego?- Su voz se escuchaba dulce, pero triste, como ausente. Quise responderle con algo inteligente, alguna palabra que sonara perfecta y única. Pero no se me ocurrió ninguna. Solo atiné a sacar mi encendedor del bolsillo y acercárselo sin lograr emitir sonido. Acercó esos labios rojos, gruesos, el viento hizo que me impregnara de su perfume, olía a jazmines recién cortados. Todo en ella se me hizo perfecto, delicioso.- ¡Hermosa noche!- Dijo mientras inspiraba y exhalaba el humo del cigarro. La miré fijamente, tenía la mirada profunda, me recorrió por entero (eso me gusto). Creí que la había visto en alguna otra parte, pero descarté esa idea de inmediato, es imposible que se pueda olvidar a una mina como ésta.
-Un poco fría. – No se me ocurrió nada mejor que decir.
-¿Vas para allá?- Y señaló hacia la derecha. Por suerte sí era para donde yo iba.
-Sí. ¿Y vos?
-También. Dale, caminemos juntos.
Daba pasos muy cortos, pero seguros. Levantaba un pie y estiraba una de sus largas piernas, lo apoyaba con firmeza en el suelo y repetía la acción. Mido un metro ochenta y siete y ella poco más de uno setenta. Me sentía como un rey caminando junto a tremenda mujer.
-¿Vivís lejos?- Exhalaba el humo al mismo tiempo que hablaba. Me miraba y sonreía. Como si me conociera de tiempo y se sintiera segura conmigo. Yo mientras tanto no podía creer lo que estaba pasando.
-Solo a una cuadra más.
-Aún no tengo sueño. ¿Tenés algo de tomar que me puedas invitar?
-Sí. Claro… Como quieras.- La noche se ponía cada vez mejor. Suerte que siempre tenía cervezas y vino para las noches de insomnio. Claro que ni en mis más disparatados sueños habría imaginado lo que me estaba pasando en ese instante.
La distancia que recorrimos hasta mi casa la hicimos en poco tiempo, más que nada porque yo apuraba el paso y ella me seguía, aunque se me hicieron eternos esos minutos.
En cuanto cruzamos el umbral todo se me hizo borroso. Estaba mareado, confundido, me sentía perdido y extasiado.
Sentí sus manos acariciando mi cabello, bajando por mi cara y apretar mi cuello durante unos segundos. Luego me di vuelta y allí estaba nuevamente, la aparición de mi vida. La bese en la boca, mis labios rodearon y humedecieron por completo los suyos, mis manos bajaron por su espalda aunque la meta era llegar hasta sus muslos. Me sentía increíblemente, extasiado, confundido y absorto todo al mismo tiempo. Cuando estaba concentrado y disfrutando de mis sensaciones ella se apartó de mí empujándome. Creí que había hecho algo malo. Al ver su rostro noté que sonreía, me reí también. La muy malvada quería jugar conmigo. Caminó un poco por la casa, miró a su alrededor.
-¿Vivís solo?-
-Si.- Respondí alcanzándole un vaso con cerveza. Bebí la mía de un solo golpe y llené el vaso nuevamente casi de forma automática. Ella tomó un par de sorbos y continúo con su inspección. Yo solo podía observar sus piernas interminables, sus senos, su cintura, su boca, su cuello, ardía de deseo por besarla y sentir su olor nuevamente. Me acerqué a ella. Hizo como que no me veía (jugaba sin dudas) miró mis discos, se decidió por uno y lo puso en el aparato reproductor.
-A mí también me gusta el blues.
-¿Ah sí?- No le estaba prestando atención, sonaba la música de fondo pero yo solo podía concentrarme en ella. La agarré por la cintura, la envolví con mis brazos, besé su nuca. Todo parecía una locura, un sueño surrealista. Caminar por la calle, tropezar con una mujer hermosa y que ésta termine con migo en mi casa. Era una locura, y me estaba volviendo loco de deseo. Me aparto otra vez se sentó en el sofá, el living estaba casi a oscuras, encendí otra lámpara, pero ella estiró su brazo y la apago. Bebió otro sorbo de su cerveza y yo me serví el tercer vaso.
-¿Quién era el tipo con el que estabas?- No sabía que más decir, solo deseaba hacerle el amor pero ella jugaba conmigo, creí que finalmente solo haría eso y nada pasaría así que intentaba relajarme y no mirarla.
-Es mi esposo.- ¡Esa no era la respuesta que esperaba!- Nos casamos hace un mes, pero fue un error, lo amo pero me enloquece.
-Que mal-Aunque en realidad pensaba que entendía al pobre hombre, con una esposa así quién no se volvería loco. Entonces ella movió su mano, dándole palmaditas al sillón indicando que me sentara junto a ella. Lo hice casi de un salto. El blues continuaba sonando, la luz era tenue y la cerveza comenzaba a hacer efecto en mi cabeza. Abrazó mi cuello, beso mi boca. Ahora era ella la que me besaba y acariciaba. Me quitó el buzo y yo baje el cierre de su vestido. Quitárselo fue fácil aunque quise hacerlo despacio. Recorrí su cuerpo con mi boca, mientras ella rasguñaba mi espalda, bajó hasta mi cinturón lo desprendió, luego hizo lo mismo con el botón del pantalón para luego quitármelo. Me gustó que ella me desvistiera aunque más me gustó quitarle la ropa de su cuerpo. Su respiración era entrecortada y sus gemidos me volvían loco de placer. El disco continuaba sonando terminaba una canción y empezaba otra. Una dulce melodía que se mezclaba con los gemidos y los besos. Me rodeo con sus piernas, entre en ella y el movimiento iba al compás del dulce blues que sonaba. Ambos estábamos eufóricos, reíamos y gemíamos. Acariciaba sus senos, besaba su cuello. Y ella, ella reía debajo de mí y mordía mi oreja. Me gustaba verla reír, nunca me había pasado que riera una mujer mientras le hacía el amor. En ese momento me di cuenta que no sabía ni su nombre, pero que todo en ella me había fascinado, me gusto como no recordaba me hubiera gustado otra mujer en mi vida. Estaba aturdido, perdiéndome en el mayor placer y tratando de brindarlo. Nos quedamos quietos desnudos uno junto al otro. Para ese momento no pensaba en nada, solo estaba feliz y calmo. Cerré mis ojos y el ruido hizo que los abriera, para encontrar nuevamente oscuridad. La música no sé porque, comenzó a sonar más alta, la quietud de mi cuerpo fue interrumpida por un escalofrío que lo recorrió sin que yo supiera por qué se generaba. La melodía saltó y comenzó a sonar desde el principio. Intentaba moverme y ver lo que pasaba pero no pude, al parecer mi mente daba las órdenes pero mi cuerpo no respondía. Otro sonido ensordecedor retumbó en mis tímpanos. Escuché una voz desconocida.- ¡No debiste hacerme esto!- Un tercer sonido y una eternidad de silencio.
Por fin podía ver, pero la luz era muy brillante. Casi me cegaba.
Recordé nuevamente que no sabía su nombre. -¿Cómo te llamas?- Dijo por fin mi voz.
-Bessie- Respondió con un tono un poco más triste, apagado, el escucharla hizo que sintiera un profundo dolor en mi pecho. Me reí, la paradoja era increíble… la cantante que habíamos estado escuchando toda la noche era Bessie Smith. Una dulce cantante de blues. –Te dije que mi esposo era celoso- Continuó diciendo y señalo al centro del living con sus dedos. Escuché la música llegando a mis oídos otra vez. Y mis ojos vieron dos cuerpos sobre el suelo de mi casa el mío, el de (según creo) su esposo y el de ella aún sobre el sillón. Cómo dije en cuanto la vi, las mujeres como ella meten en líos a tipos como yo.
- Autor: Marisol A. Escudero (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 20 de noviembre de 2013 a las 15:10
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 41
- Usuarios favoritos de este poema: Javier Carrillo, , ocsirnaf, El Hombre de la Rosa, Viento de amor, kavanarudén, Trovador de Sueños ...y realidades., Maria Hodunok., Edmundo Rodriguez
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