Ángeles del Nilo, demonios del Ganges.

Hay quien lee las runas, los huesos o el café,
pero sus ojos leen mis ojos
y a las aves formando figuras
como emplumados fractales,
negros alfiles es, esa mirada
juego de estrellas de negro envenenadas
de suave deslizar, escamas del vientre de la serpiente
y gota tras gota de agua,
verle y ya nunca se puede ponerse de pie,
se enamoran las rodillas del suelo cansadas
y su pasar es el éxodo de sus sueños
en forma de centenares de aves,
golondrinas que cortan con sus alas al cielo
como navajas y mis pupilas llueven
y caen todas con el pico
en mis visiones clavadas.
Sus ojos pueden mirar lo que no es cierto,
ni el Nilo ni el Ganges tienen debajo de sus aguas
tantas plagas y tantos ángeles tantos demonios
encerrados, aprisionados como en su iris
de palpitar frió, de noches acongojadas
en pañuelos de adioses que han ahogado
el grito en su garganta,
pero la sombra de ese grito
han perpetuado en su mirada,
el misterio le acompaña, ¿que grita?,
¿que mira?, ¿que rima?, ¿que olvida?...
estrellas ahorcadas y pálidas de negros fulgores
estacionales centellas de otoño,
saetas de liquido fuego
niebla de montañas,
visiones de rosas nebulosas ecuestres
y una perla de cristal transparente
que encierra en su centro artística
y maravillosa estructura telaraña.
sus ojos beberé siempre y nunca,
las filtraciones de la sal de mar,
sus ojos, mis despojos, mis arremetos,
mis violencias, mis besos,
óptica de marines, catalejos,
espejos, navíos de lejos,
parpados rojos y pozos,
ángeles viejos, neonatos delfines
y apócrifos querubines.