Al filo de los cincuenta
Al filo de los cincuenta, al apronte
de un cielo por juzgar y que merezco,
al borde de la copa que me queda
y del rostro que besé y que aún me sigue,
al límite del sol, donde mis barbas
extraen polución de las verdades condenadas,
expulsan radiación de mis impuras fortalezas
y gritan vivo estoy como si el dios no lo supiera.
Allí donde no soy, pues no he llegado,
ni pretendo llegar, pues me seduce más la infancia,
las horas que pasé junto a ese río que no pasa
y que me enseña a amar hasta que aprendo la ternura.
Allí, allí en la edad que no se mide
en escopetas ni en lágrimas de alcohol o sangre,
ni en las vitrinas del comercio, allí, donde y por donde
vagué, sin saber nunca a lo que asirme,
al beso del dolor, a la caricia
de todo el que partió, a mi limonada,
disuelta en plena luz, helada, enorme,
y compartida con el sol en todos, todos los caminos.
Allí, al filo estoy, sin sosegarme,
sin pretender ser hijo más que de mi hijo
y padre más que de mis padres, ambos
volados ya de nuestros labios y de nuestro tiempo,
me espero como ayer, lleno de risa,
colmado de un reloj que da las gracias,
que nace para arder, pero que en cada llamarada
juega su esencia y su vivencia a dar valor,
valor al que no vio lo que era el cielo,
valor al que vagó sin madrugada ni árbol,
al que despellejó su vida entera y simple
por un pan y un lugar dignos de su alma.
Y extiendo mi visión al horizonte
que se sienta cada tarde junto a mí con un café,
con un secreto en la solapa, con un ángel
que de su red cayó ante los que sufren sin justicia.
Soy yo, me digo, aunque no soy, aunque me falta,
aunque en lo que ayer quedó también yo fui y me alegro de ello,
¿recuerdan esas tardes, caminatas?,
¿recuerdas esos labios, beso mío?,
¿el juego sin final de los veranos
cuando medio afiebrados nos pillaba
la madrugada y la hora de irnos juntos a la luna?
Allí donde una flor creció en los intersticios
de todas las ciudades que crucé buscando el cielo,
allí donde apartó la vida mil senderos
y en cada cual alguien de mi se lleva un gesto y una estrella,
me deja a mí una flor que no marchita,
por más que la enarbolo y la defiendo,
y un viejo corazón en el que caben siempre nuevos surcos.
Así de simple fue, ser, ser y no ser,
nunca creer que la carrera está acabada,
que es todo sólo el mar, ese pantano
que desde siempre vuelve con rugidos y estertores,
con plácida visión de lo que aprendes cuando escuchas
y con un lagrimón en mis bigotes sin olvido.
Me apronto a navegar, desde el pasado traigo velas,
remos, astrolabios, los viejos mapas del camino,
desde ayer un rumor entre las olas en que nado,
desde siempre un esternón en que orientar cien mil latidos.
Es luego para odiar, dejo la espada
de todos los aciagos enemigos,
no quiero compasión ni defender mi torre verde,
tan sólo caminar con el futuro de la mano,
si vienes llegará, porque eres parte de su rumbo,
si me hablas, te oirás, porque en mi oído también te hablo,
no somos sino dos en el final de las batallas,
allí donde el amor nos dio su más fértil victoria,
allí donde el vivir nos enseñó que nadie es digno
si no se brinda tal y como el viejo cielo espera.
Amable yo me voy, me abrazo a ti con la esperanza
de que también tu libertad emprenda el vuelo con mis sueños,
hay una estrella allá, yo la diviso entre tus labios,
cincuenta vienen ya, te las entrego para que ardas
junto a mí el resto del tiempo, feliz y libremente,
y pleno como el amor del infinito de todos nuestros nuevos besos.
http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/
14 01 14
- Autor: Óscar Pérez (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 14 de enero de 2014 a las 18:58
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 101
- Usuarios favoritos de este poema: CHILENOHOT, grabra
Comentarios1
Gracias, borage, pretendamos que, más que en el tango, que cincuenta años no es nada... Un saludo fraterno desde Chile.-
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