Me has herido en lo más profundo de mi ser, sierra mía.
He levantado grandes fontanas, transparentes aguas,
¡manantiales de Minerva!.
Entre un olivar y una tierra, ¡mis piernas!.
No hay ni un solo día, ¡ni uno tan siquiera!, que tu espalda no se cruce y se ponga junto a la mía.
¡Eres más grande que mi pecho! y más inmensa, que el oro verde que desprendo.
Almagre de océanos metalizados, rebosas en mi, y porque te he querido tanto hay otro tanto que he callado.
Más afilada que mi suerte, es tu despunte tocando mi cuerpo de anciano, junto a mis remordimientos clandestinos, que te transmito aquí apartado, en silencio, cansado y dormido.
Te derramas como el oro, ¡eres aceite de olivo!.
Como agujas frías, nos cruzamos en el inmenso cuerpo de la vida, para darnos en los talones de las franquezas, junto a mis esparteñas talladas, que se quedaron en algún lugar, siguiendo su propio camino.
Yo, te nombré en mis delirios aquella noche, llevándote entre mi maleta,
glorificándote sin reproches.
Cerré un día la ventana, ¡y tú!, cortaste la brisa de la costumbre, ¡y yo!, con la esperanza de volver
y no irme nunca ha ninguna parte.
Se clareó mi destino enfermo. Marché muy pronto quedándome encendido y clavado como un toro. Me sentí tan perdido, y tan desnudo como un chiquillo, lleno de calles vacías y de faroles apagadillos.
- Autor: Adelaida López Marcos (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 31 de enero de 2014 a las 18:26
- Categoría: Espiritual
- Lecturas: 71
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