Tocaba el piano en forma desenfrenada. No sentía el dolor en la yema de sus dedos. Las notas parecían volar, pero no elevarse, sino en un vuelo forzado y rastrero.Tocaba el piano con bronca, con dolor, como si quisiera que la melodía se rasgara, así, como hace un segundo, había hecho pedazos la partitura.
Sentía correr las lágrimas por sus mejillas enrojecidas, colarse entre sus labios, tapar grotescamente su nariz, pero ni siquiera atinaba a quitarlas con la manga de la remera.
Un frío polar le crecía poco a poco en las piernas, entumeciéndolas. Sentía que también el hielo se iba apropiando de su corazón. Hasta se le cruzó la imagen por la mente de su corazón cayendo astillado al suelo convertido en una masa helada o mejor en puntas afiladas como las estalagmitas de las cuevas.
Cada nota parecía retumbar en la habitación vacía como si lo hiciera en la pared de un acantilado.
Su corta vida estaba arruinada, sus ilusiones.
Ya nunca más inventaría esas novelitas con un final feliz. Su inocencia se había perdido. Esa idea loca de lo que significaba el amor sólo había sido eso: una idea loca. Un ideal que ya nunca existiría.
-¿Lecciones de piano? ¿para qué quiero lecciones de piano?
Creyó que pensaba, pero el grito había brotado de sus labios empapados y lastimados de tanto clavarles los dientes.
Se sentía sucia. A pesar de que había pasado la esponja por su cuerpo una y otra vez.
No bastaba el jabón para borrar las marcas. Los moretones seguramente se irían con el tiempo, pero de su alma jamás se borrarían esas huellas.
Había acudido a la cita, a pesar de las recomendaciones de su madre de no estar con ningún muchacho.
¡Pero él era tan lindo!
Esos mechones de cabello castaño que le caían en la frente le hacían acordar al modelo de una propaganda. Y sus ojos verdes... sus ojos verdes eran como ese sueño que había tenido en el que nadaba en una cascada rodeada de helechos y árboles reflejados en el agua cristalina.
Él le había propuesto que lo acompañara a buscar unos libros a casa de un amigo. ¿Qué podía tener de malo eso?
Y ella, por supuesto, había dicho que si.
Recorrieron el largo zaguán de la mano, por supuesto que ella tampoco se había opuesto a ésto, se sentía tan bien ese contacto. Era la primera vez que un chico le tomaba la mano.
Cuando llegaron entraron a la casa, directamente entraron, no parecía haber nadie, todo estaba en silencio, era una casa vieja, pero muy bien arreglada, con esas puertas enormes llenas de vidrios y con cortinas tejidas al crochet.
Él comenzó a besarla, primero tímidamente, luego con más fuerza hasta que le dolieron un poco los labios. Sentía el calor de sus mejillas y sus manos en su cintura cada vez la ceñían más a su pecho.
De pronto se abrió la puerta y entró otro muchacho. Era alto, con el pelo de un rubio pálido y con ondas. Su sonrisa burlona la hizo sentirse intranquila. Tenía unos cuántos años más que ella, a juzgar por su aspecto no era ningún adolescente.
- Ya nos vamos
Dijo Claudio
- Ustedes creen que pueden venir a mi casa y hacer lo que quieran.
Le contestó el otro.
Ella no atinaba a decir palabra. Tenía mucha vergüenza, se había aferrado fuertemente a la mano de Claudio, sólo quería salir corriendo de allí.
- Si somos amigos tenemos que compartir todo, no sólo los libros.
- ¿Qué querés decir con eso?
- ¡Está linda la nenita!
- ¡Nos vamos!
Cuando Claudio terminó de decir estas palabras, el otro la agarró del brazo y la empujó a una habitación, cerrando en el acto con llave la puerta.
Ella pudo ver a través del cristal el rostro de Claudio, sus nudillos golpeando desesperadamente esa puerta.
Esa imagen se repetía una y otra vez ahora en su mente, mientras sus dedos insistentes seguían destrozando las teclas del piano.
Pudo haber corrido o patearlo, ahora lo pensaba. Pudo morderlo, arañarlo. Pudo gritar, pero no, tenía tanto miedo que había quedado petrificada. Más aún cuando del cajón de una cómoda sacó un revólver.
Era plateado, reluciente, nunca había visto uno. Casi al mismo tiempo revolvió el cajón de al lado y sacó una cámara de fotos.
Le apuntó y apuntó a la ventana, donde aún estaba apoyado el rostro y los nudillos de Claudio.
Le pidió que se sacara sus prendas íntimas. Sentía cómo corrían las lágrimas por su cara y obedeció. Obedeció a todo lo que le pidió.
Nunca supo cuánto tiempo pasó. Sólo se vistió y salió de allí, dejando en esa cama desconocida una mancha. Una leve rosa púrpura dibujada en esas sábanas blancas. Mientras sentía que por dentro era el alma quien sangraba.
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Ahora las imágenes se alejaban lentamente reflejadas en la madera lustrosa del piano.
Todo siguió como de costumbre. No dijo nada.
Pero esa costumbre suya de escribir en el diario, más tarde descubriría el terrible secreto ante sus padres.
Recordaba su madre llorando y preguntándole:
- ¿Todavía sos virgen?
- ¡Decime que todavía sos virgen!
Luego el auto recorriendo en la noche las calles para llevarla a una doctora que examinó sus partes privadas y constató que no estaba embarazada.
Recordaba al tipo ése sonriendo cada vez que la cruzaba y amenazándola con mostrar las fotos. Hasta que su padre había tomado cartas en el asunto y él nunca más le había dicho nada.
Recordaba a Claudio, pidiéndole que se casaran, con lágrimas en sus ojos, como si con eso todo pudiera borrarse de un manotazo.
¡Como si hubiera sido fácil casarse teniendo trece años!
Sintió nuevamente las lágrimas correr por sus mejillas. En el pecho una vieja angustia la oprimía mientras sus dedos se apoyaban con fuerza sobre las teclas del piano. Sentía un ardor subirle por el estómago hasta su garganta.
Se puso de pié. Escuchó los aplausos del público. Sabía que él estaba ahí, entre la multitud. Lo sabía porque había reconocido entre la gente esa sonrisa burlona, que no había cambiado, a pesar de haber pasado ya cincuenta años.
Podría agarrar el micrófono y decirle a todos que ahí, entre ellos, había un delincuente vestido de etiqueta. Decirles que la vida había transcurrido y ella había logrado continuar. Que en ese entonces, todo se tapaba, que no había psicólogos, que no se denunciaba. Que la violación es un delito en el que la víctima, aú hoy, sigue acarreando con la culpa.
La vida había transcurrido, si, ella había logrado amar, tener hijos, incluso tenía nietos. Una bonita familia, que también estaba ahí para escucharla.
Había hecho una gira por las ciudades más importantes del mundo, nunca los aplausos habían sido tan fuertes y prolongados.
Pero el dolor, el dolor de aquel secreto le habría el pecho mientras nuevamente el silencio sellaba sus labios.
Salió rápidamente de allí. Dejando todo atrás. Buscó por los largos pasillos una salida hacia la calle.
Quería respirar lejos de aquel hombre, lejos de los recuerdos.
Sentía que el aire estaba contaminado.
Algún día Dios le cobraría su deuda. Había que dejar el pasado en el pasado.
Sólo aquel piano en el escenario sabía de su terrible dolor.
El dolor de haber perdido su inocencia en manos de un extraño.
- Autor: LIZ ABRIL (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 13 de abril de 2014 a las 21:34
- Comentario del autor sobre el poema: Hay historias que deberían ser sólo ficción, pero aún hoy son parte de la realidad de muchas mujeres.
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 79
- Usuarios favoritos de este poema: adriana dellanira, matteo
Comentarios3
querida abril, me llegaron tus letras al alma, pude ver con claridad lo que quieres mostrar.
fuerte abrazo.
Gracias Adriana por leerme, me alegro que haya llegado a tu alma. Espero que algún día los hombres tomen conciencia del daño irreparable que hacen.
Otro abrazo para ti.
LIZ
excepcional historia que fluye en tus versos.
Gracias por tu visita y por tu comentario. Me alegro te haya gustado.
Hla Liz bienvenida a poemas y la verdad que suerte que entre y te lei, siempre me fijo gente nueva y realmente me encanto tu cuento (realidad) lamentablemente, da mucha impotencia el saber que esto ocurre a diario y siempre la victima pareciera ser la culpable. ojalá alguna vez cambie.
un beso
Gracias por tu visita! me alegra que te haya gustado mi cuento. Desgraciadamente un cuento que no es tan cuento. Me uno a tu deseo: Ojalá algún día cambie!
Un abrazo.
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