Tenía hambre de amor y sólo conseguí llenar de paja y barro la exactitud de mi laberinto.
Yo he matado a muchos de mis reflejos a lo largo de toda mi vida, querían vivir por mí sin importarles si podía sonreír y los enterré entre las piernas de desconocidas.
No digas que no te lo avisé, nadie reconoce a los muertos cuando caminamos entre la gente. Los ángeles recitan sus salmos sobre las líneas de mis manos para que después acudan los lobos a afilarse entre ellas los dientes.
Y mientras, el cirujano ciego continúa extirpando el último quiste de fe.
Gracias, a veces también me alimento de dolor así que no necesitas despertar, seré yo el que me iré.
- Autor: Poeta-Maldito1976 ( Offline)
- Publicado: 22 de abril de 2014 a las 08:56
- Comentario del autor sobre el poema:
- Categoría: Amor
- Lecturas: 78
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