El poeta, delirium y Newcastle.

Hector Adolfo Campa

El pasado es una cadena de sucesos, de decisiones forjadas y unidas que ya no permite variantes. Es una gran carga, el yugo de nuestro subconsciente, la jaula de nuestros instintos. La llevamos con grilletes, pero, los grilletes no se hieren y la carga no se percibe con facilidad, requiere un momento de reflexión, de retrospectiva; basta mirar a las aves volar y a las personas libres dentro de su ingenuidad y su pusilánime vaivén. Muchas veces me he encontrado admirando lo extensa que es aquella que llevo asegurada al pescuezo, lleva atadas varias prendas femeninas, botellas vacías, cajas de papel para forjar, cientos de cajetillas y papelillos de agrias poesías. Pero no todo lo que lleva son cosas muertas, hay flores que brotan de una enredadera verde y preciosa, ésta, serpentea a lo largo de todos los aros de pesado acero oxidado. Vaya flores, hay tulipanes, rosas de un rojo tan intenso como la sangre, colibrís que beben su néctar, abejas que procrean con ellas, un mar de pasiones que estuvieron vivas, alegres, fértiles. Pero no me gustan las flores hoy en día. Hoy en día no me gusta nada.

Aquel día estaba tan lento, como si el mundo no estuviese girando, como si la humanidad fueran hojas al viento en la tempestad del tiempo. El bar se mantenía bajo un silencio sepulcral a excepción de la rocola de antaño que sonaba con canciones de Janis Joplin, y de vez en cuando, se escuchaba algún himno delirante como Stairway to Heaven. Éramos solamente Saúl y yo.

 

-          Vaya día –Bebía una cerveza, sin el mandil de cantinero– está muerto. Hasta las moscas caen fulminadas al entrar aquí.

-          Tal vez la muerte quiere que le invitemos un trago –Alcé mi cerveza– Brindemos por ella.

 

Ambos chocamos las botellas de media, Newcastle. Mi amigo tras la barra siempre tenía escondidas un par de cajas de esta cerveza para días como éste, en que no había clientela y podíamos beber y charlar tranquilamente. Las cuatro en punto de la tarde sonaron en el reloj, bajo el sónido sórdido de un “Tic-toc” que marcaba el tiempo, tan lento, tan yermo.  Ambos estábamos ya un tanto mareados por las 16 cervezas que llevábamos entre los dos. La mitad cada uno, no se nos era permitido dejar atrás al otro, era el único pecado en nuestro dogma de alcohólicos.

 

Saúl salió a la bodega por más cervezas, me dejó a cargo de la barra «¿Qué más da? Prácticamente ya era parte del inmueble» y yo aproveché para cambiar la música por algo más agradable. Puse a Eric Clapton. Cómo me encantaba escuchar esas canciones cuando estaba en el bachillerato, pero hace tanto de ello, hace tantos “tic-toc”. Recuerdo vagamente a ese chico que se presumía un amante, un poeta bohemio y alegre, un pájaro azul que le cantaba sonetos a las señoritas quienes se sonrojaban, o que charlaba de temas profundos y metafísicos con sus amigos que se creían el último grupo de eruditos en el mundo. Regresé a mi lugar y tomé mi cerveza, encendí un cigarrillo y disfruté de la música.

 

-          Buena música –Dijo una voz tras de mí– lástima que la música se ha vuelto tan burda.

-          La música no tiene la culpa de ser como es hoy en día –Le dije sin voltear a verle– simple y sencillamente es un reflejo de lo superflua que se ha vuelto el ánima humana.

-          Tienes razón –Dijo la voz, se sentó junto a mí– ¡Pero qué importa! Mientras haya amor en las calles, el ánima humana jamás perecerá del todo.

 

Al decir eso, no pude evitar mirarle, pues evocó en el baúl de mis tiempos muertos a un joven soñador que llegó a convertirse en el tipejo que soy ahora. El chico tendría los dieciocho o diecinueve, traía un traje y los ojos vestidos de ilusión y pasiones, su rostro se mostraba sobrio, pero muy ferviente de razón y sentimiento naciente de la juventud. Lo miré por unos instantes, el chico no me miraba, sólo veía la pared tras la barra y observaba las botellas, como escrutando cada una para descubrir cuál le embriagaría la pupila.

 

-          ¿Crees que tarde mucho? –Dijo, pasándose al interior de la barra por sobre de ella.

-          No lo sé –Bebí y bajé la cabeza– pero si regresa y te encuentra ahí te irá muy mal, chico.

-          Descuida –Dijo sonriente mientras tomaba una botella de nuestras cervezas y la destapaba con los dientes– Él y yo somos amigos, no le importará.

 

El chico siguió revisando cosas detrás de la barra, con esa curiosidad que da la inteligencia, con esa sinrazón de la adolescencia que se aleja poco a poco y regala un vacío que se debe llenar con el conocimiento, o por lo menos, eso me figuraba.

 

-          Eres poeta –Dijo mientras revolvía cosas bajo la barra– ¿Cierto?

-          No soy poeta, me gusta leer y escribir poesía, que no es lo mismo a ser un poeta.

-          Eso es ser poeta –Se levantó y me miró fijamente, puso la botella de Jack Daniels sobre la barra, golpeando con ella en un ademán de juez que dictamina una sentencia- viejo testarudo.

-          Conozco a un tipo que le encantan las estrellas, las conoce de memoria, su ciclo, sus nombres, sus distancias. Pero ello no le hace astrónomo, ni cosmonauta. –El chico me miraba con atención– También conozco a un sádico empedernido, le encanta asesinar y disecar animales, estudiar sus cuerpos, sus entrañas, les da golpecillos eléctricos con baterías y demás pavadas que hacen los locos de esa clase. Pero eso no lo hace biólogo, mucho menos veterinario.

 

El chico me miró con ojos brillantes y febriles, tomó una de las Newcatle, dejano la botella de whiskey junto a nosotros, se acercó a mí. Me analizó por un momento, yo lo miré con desgana, era como una conversación entre un silencio naciente y uno ya añejo.

 

-          La poesía, querido anciano, es una dama. Una doncella a quien se le rasga las prendas o se le viste de reina, se le canta por el día y en las noches se le acaricia. Esa poesía es una ramera, a todos se entrega, y tanto es puta como es princesa, y se le cuida como a una; y se comporta con el estilo de toda joven burguesa, y se desliza por las calles como pavoneándose entre arrabales. Ella se nos viene a la cabeza con el silencio, con el orgasmo, con el llanto, con el quebrar de los vidriosos amores de antaño, con las caídas suicidas de los puentes, o la edificación del talle de una flor o una amante. Y tanto es sincera como es embustera; y tan mujerzuela que se entrega hasta el infame desanimado como tú, y tan virginal que nadie la puede tener realmente como suya, nadie le puede poseer –Miró su cerveza con pesadez– Esa mujer nos vuelve locos, nos idolatra, nos ama, se nos presume entregada y prospera, y un día cualquiera, de la nada, se nos mete en la cama, y se instala, y la hace suya, más suya que nuestra; se apropia de todo, sin más ni más, y nos enchufa a la onírica y al insomnio, y nos vuelve devotos de Venus y Morfeo, de Marte y hasta de Hades. No puedes decir que no eres poeta, viejo taimado, porque poeta, poeta es todo hombre que sea amante de la mujer –Me volvió a mirar, impetuoso, triunfante, como todo un orador que encuentra todas las respuestas del mundo, llevándolas a un clímax excepcional- pues la mujer es la vida en su expresión más hermosa, y la poesía no es otra cosa que vida y belleza, en su más profunda y agobiante versión.

 

El silencio imperó por unos instantes, entre los dos se sentía un aire espeso donde se abultaban y condensaban las palabras tan elocuentes del joven. Yo miraba la barra, cabizbajo, él me miraba con un sabor amargo de victoria en una guerra nunca librada, esperaba mi replica, yo sólo miraba la barra. Tomé un gran trago, y tras un suspiro miré al chico.

 

-          La mujer es un reflejo del sentimiento, pero no de la vida –él sonrió, como pensando “ahí viene, puras idioteces”– Tal vez de la vida de antaño, donde el amor era algo impalpable pero muy presente, cuando no se temía al sentimiento, cuando el alcohol sabía a dicha y no a derrota, cuando los amantes no temían amar u odiar, y los soñadores no debían despertar a las cuatro de la mañana para ir a trabajar. Tal vez en esos tiempos la mujer era vida, pero hoy, la mujer no es la vida, o más bien, lo de hoy en día no es vida. «suspiré» Veo mujeres caminando con sus novios, presumiendo el oso de peluche gigante que le compró el insensato por el décimo aniversario de “mes” de noviazgo, y la mujer presume a su “amado” como artículo, como accesorio, como un amante detallista que consiguió en una feria por atinarle al blanco y echar al agua a un tipejo gordo. Veo mujeres que pasan tres horas diarias cuidando su cuerpo y su cabello, comprando maquillajes caros que les cubren el rostro con una máscara polvorienta y química de “acéptenme, ámame, soy hermosa”. Veo mujeres que bailan en los clubes nocturnos, follan con los musculosos o chicos de revistas y bandas de pop, sólo para poder contarle a sus amigas “qué tal estuvo”. Veo mujeres que al sentimiento lo toman como un mal negocio, que temen llorar, que temen entregar sin recibir, que temen una baja o alta en la economía de su sentir, que invierten su alma en la bolsa de valores, esperando que las acciones suban o bajen a su favor. Veo mujeres podridas entre las charlas vanas y la falta de conocimiento e intelecto, mujeres atascadas,  rellenas de complejos y sueños guajiros como si fuesen pavos de navidad. Veo mujeres luchando por igualdad, pero por moda más que convicción; lo único que hacen es buscar pelea en un mundo donde poco a poco dejan de ser el resumen perfecto de la vida, a quien se debe cuidar como el último signo de belleza. Eso no es poesía, joven soñador, eso no es vida.

 

El chico posó en mi rostro una mirada tan empapada de lástima que me hirió; tomó mi mano y con la voz quebrándose y con una lágrima suicidándose en su rostro me dijo: “¿Qué te ha pasado, anciano decrepito… qué nos pasó?”. Sus palabras ocasionaron eco en mí, mientras la rocola me susurraba «I must be strong and carry on» de pronto estaba solo, el chico se esfumó, el silencio sepulcral del bar solo corrompido por la rocola, una sola lagrima corrió por mi mejilla «Cause I know I don't belong …». Regresó Saúl, traía consigo dos cajas de cervezas y las metió en el frigorífico «… here in heaven.».

 

-          ¿No vino nadie? –Dijo al destapar otra cerveza- ¿Ni siquiera el de la renta?

-          Sí, vino un fantasma.

-           ¿En serio? –Dijo con severidad al ver mi mejilla con el delineado traslucido de la lágrima que tuvo antes- ¿Y cómo era?

«Cause I know I don't belong...»

-          Justo como yo era hace unos años «… here in heaven.» antes de que muriera algo bello en mí.

  • Autor: Héctor Adolfo Campa (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 28 de abril de 2014 a las 18:53
  • Comentario del autor sobre el poema: Tal vez no sea un poema, pero es parte de una colección de cuentos que estoy por publicar. Espero sea de su agrado. Gracias.
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 76
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