Romance de un hombre, un río y su madre
Ay, madre, que viene el río,
ay, madre, que al mar me trae,
donde no hay ya más reveses,
pues nadie sube ni cae,
todo en silencio se extiende,
como al reverso del aire,
donde si graznan las grullas
y hay sirena en las ciudades,
bajo el mar nadie te escucha,
nadie de un grito deshace
la paz de las quietas aguas,
la noche que moja el baile
de los peces suspendidos,
de la medusa flotante
y del tesoro de arena
que allá en el fondo destaque,
con sus cangrejos de bronce,
con sus náufragos sin carnes,
cuerpos de viejos marinos
que abajo son ya almirantes,
o feroces bucaneros
de un tesoro incomparable.
Madre, que a la mar me vengo,
madre, que el río es mi padre
y en los brazos de mi abuelo,
ese océano incansable,
yo buscaré en lo que tengo
para otros mares dejarte.
Un lagrimón es la punta
de este hilo de aguas y sangre,
de este verter por la tierra
mi sudor ya vuelto cauce
y la pena del que encuentra
cerradas puertas al ángel,
al sueño, a las esperanzas
que tanto buscó en los talles
de las noches somnolientas
que se acercan a besarle.
Mi llanto ya se hace río,
ya inunda cielos y valles,
ay, madre, riega el suspiro
para que tu mano me halle
y crea en lo que le cuento
de mi hazaña navegable,
de volverme un solo ruido
de agua y torrente y nave,
que por un cauce imposible,
que allá, en un lecho adorable,
duerma por fin como sueño,
tenga el descanso que nace
de hallar el beso querido,
de hallar el nombre que me ame
y abrir del agua los grifos
que ríos de amor derramen,
y cascadas de buen riego
y rocío perdurable,
que quiero, sembrado y ciego,
ya dejar mi propia llave
abierta para el silencio,
goteando para el que pase
y se diga qué gotera,
qué sed despierta en el aire,
bebamos, buen compañero,
aquí mi vaso me trae,
brindemos por los desiertos
que así, brindando se acaben,
y el agua, por fin, bebiendo,
se haga vida y vida amable.
Que en tanto, lo que yo bebo
es un vaso de vinagre,
ciudades que se empantanan
en mis labios y en mis calles,
deberes que nos marchitan
sin leyes que nos reparen
y un dolor de gente mustia
que llena mil soledades,
con miedos y con vacíos
que hielan, matan y pacen
en los campos de la vida
como si vida albergasen,
hasta que, de un golpe ciego,
las majadas, ciegas, caen.
Por eso, madre, te digo
que esta copa ha de inundarse,
que siento el rumor lejano
de una lluvia que me atrae
con su charco de semillas,
de pianos, miel y cristales,
y me vierte en plena plaza
como un alud que ya lave
las caras y las mejillas
de este mundo miserable
y nos lleve puros, limpios
al fondo en que nadie sabe
cómo vivió o por qué vino
sin amor a abandonarse.
Madre, yo sé y se los digo,
por ti yo puedo confiarles
que el hombre tiene raíces
en sus sueños inefables,
que es gota entre gotas miles
donde una fiel ha de hallarse
para que vuelvan unidos
a ese mar, que es viejo afable,
donde por fin sin más cuitas,
donde por fin sin más trance,
la eternidad bajo el cielo
los funda en forma admirable
en un amor que es posible
porque en el pecho nos cabe
y que llena día a día
la existencia con su clave.
Ay madre, por eso existo,
soy río y mar, soy el sauce
que a orillas de mis dos aguas
espera y canta y renace,
y se va, mientras suspiras,
con tu llanto a consolarte,
madre, mientras llega el día
que de amor mi amor te cante.
Vayamos, que esto es mi vida,
bebamos, que un río me arde.
http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/
01 05 14
- Autor: Óscar Pérez (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 1 de mayo de 2014 a las 11:32
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 36
Comentarios2
Psicodélica la lectura de sus lineas.
Un placer leer su poema.
Saludos de amistad
Saludos, poeta, mi amistad va contigo, feliz fin de semana.-
Me gusta esta forma de versar tipo romance que tu tratas con habilidad y fluidez relleno de metáforas. Un saludo
Gracias, Donaciano, bienvenido, mis saludos y parabienes a al distancia.-
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.