MUTILACIÓN (cuentito)

juan maria

                         

                   mutilación

Las botellas reflejaban el destello de las luces sobre el vidrio y las caras que rodeaban la escena recibían las palideces de una claridad difusa.

El boliche Le Coq era un lugar "de onda" que había adquirido la pátina, el cáracter y su "ser", con el añejamiento de horas y de años entre copas eternas y amanecidas charlas nihilistas.

De revolucionarios trasnochados, de incurables idealistas, de anarquistas mansos y de impenitentes mesías.

De filosofos diletantes y de artistas decadentes.

El hombre maduro pero no viejo, había estado en ese lugar hacía muchisimos años y durante muchas noches, pero ahora lo sentia con total indiferencia y no le interesaba en absoluto.

Era un personaje del que se diria bello y de buen porte pero que una buena observación destacaría en el fondo de esas fijas pupilas muy suyas, una mirada decaída y unos ojos vacios y atemporales.

Había una sensación casi glacial en el gesto anunciando que ningún estímulo sería lo suficientemente intenso como para elevarlo a la satisfacción de la alegría, de la felicidad y aun menos al umbral del placer.

Después de tantos años evocaba aquellas noches con la mujer que hoy era el objeto de tantos desvelos, recordando innumerables horas que derrochaban por el placer de convivirlas y dilapidarlas juntos, y que el transcurrir de esa época las hacía muy cortas por lo intensas.

Pero a veces el presente y el futuro no cumplen con las decisiones del pasado, y no solo que no las cumplen sino que las desvirtúan en la ruleta misteriosa y tragíca de la vida.

Lo cierto era que por muchas razones no debería encontrarse con esa mujer, y no ahora únicamente sino que ese encuentro no debería acontecer jamás.

Tuvo necesidad de visitar el boliche Le Coq al que no había visto en muchísimos años, y nunca se le ocurrío pensar que fuera probabilísticamente posible encontrarse después de tanto tiempo con esa mujer y en aquel bar.

¿Qué extraño designio trajo al hombre a este lugar?.

Mi amigo no habría sabido responder esa pregunta si se la hubieran formulado en ese momento.

Pero tengo conocimiento de los terribles sufrimientos que ha padecido y de las dudas eternas de lo bien o lo mal que pudo haber procedido, dadas las circunstancias, con su amante.

Habia abandonado bruscamente y sin aviso a la mujer hacía demasiado tiempo y treinta años lo contemplaban y lo atormentaban...

Ahora era mi buen amigo un zombi, un espectro, un alma en pena, un ser destrozado por la vida.

Y el tortuoso destino ya habia dispuesto con su arbitrariedad que esa noche se encontrarian.

¡Y esa noche se encontraron!...¿Será cierto que Dios dispone?...

El hombre estaba profundamente reconcentrado en el caos de sus pensamientos que giraban alocadamente por los laberintos emocionales de su memoria y por las oscuridades de su conciencia en las honduras extrañas de su mente.

Y de pronto...¡ocurrió!...Ella habia llegado y sus ojos, por cosas que solo el destino puede explicar, lo primero que encontraron fueron los ojos del hombre...

Abruptamente sus miradas quedaron prendidas una de otra...quedaron congeladas en el aire como aves de mal agüero, como negras aves de malos presagios.

Fueron segundos, fue el pasado, fueron reproches que flotaban con malignos designios...fue la eternidad.

El tiempo quedó paralizado en el ángulo cerrado del estupor y se quedó sin movimiento como un reloj de cartón.

La música sonaba acariciada por la voz de Edith Piaf con su aterciopelado color de pasión, orfandad y extraño dolor que hacía de coro a los recuerdos de amargura brotando de aquellas miradas que guardaban el sufrimiento mas profundo.

Ella estaba erguida como un junco rígido, estilizada, tenue, real y fantástica al mismo tiempo, con la mirada de siempre de lejanía y de ausencia. Vestida de blanco como una paloma, como un jazmín, etérea como una nube de gasa, que se reflejaba como una aparición extraordinaria, en el pesado y dorado espejo estilo Luisxv.

Llevaba por único joyel una rosa roja en el corpiño que resaltaba sobre su piel de porcelana.

La elocuencia del momento eran las palabras que no se pronunciaban.

Y ...ahí comenzó la danza del champagne en el desafío de un rudo copeo, como queriendo encontrar las respuestas en el fondo de los vasos agotados que volvían a llenarse con asiduidad y con apurada ansiedad.

Muy borrachos estaban la mujer y el hombre, como para preguntarse cosas y reflexionar. ¿ Por qué había desaparecido este hombre hacía mas de veinte años en forma tan abrupta?.

Cuando por fin llegó la intimidad, nada fue paz, y estalló el pasado, como mil tormentas de odio, de venganza y desesperación...

Vendaval de mil pasiones en erupción, agresión verbal, emocional...animal, con la rabia de treinta años de incógnita, de angustia y de rencor.

Los dos borrachos estaban extraviados entre el desconcierto y la profunda intoxicación del vino...el hombre cerca del coma alcohólico.

Las ropas comenzaron a desnudar los cuerpos y a caer liberadas al piso.

Los ojos desorbitados del hombre eran llamaradas y la horrible carcajada descontrolada era como la de un  alienado total.

Una náusea sartreriana y los esfínteres sin contención provocaron el estallido final y le cubrieron de vómito, de orín y de materia fecal el cuerpo...salpicando el piso y la pared y empapando a la mujer borracha con la inmundicia que se deslizaba por su piel de terciopelo y de jazmín.

Ella tambien culminó en fuertes arcadas y vómito, derramando la tibieza de su orinar sobre la piel de ambos.

Y el espantoso destino acabando todo...con un delirante final.

Las flaccidas piernas apartadas del hombre pusieron de la mujer a la mirada, diez centimetros de una horrible cicatriz que cerraba diez puntadas de una atroz mutilacion.

Y el repugnante y pequeño orificio que había incrustado el bisturí se exhibía impudoroso, manando en suave reguero como continuada lágrima, lo que brotaba de su vejiga.

Porque no solo su virilidad,...había sido lo que el viento se llevo hacia treinta años.

Las miradas de incredulidad, de locura, y de espantoso horror no  encontraban la mas mínima respuesta a la inquisitoria desgarradora del alma, hundida en la mas profunda tragedia existencial.

Y entonces en ese momento que nadie vío...

...tembló la vida...tembló el alma...temblaron los dioses...

...y triunfó el corazón...

había dos cuerpos estrechados en el piso

y estaban sonriendo en paz

 

¡Un hombre y una mujer estaban muriendo de amor!

 

..........................................................................

 

 

  • Autor: juan maria (Offline Offline)
  • Publicado: 7 de mayo de 2014 a las 21:38
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 42
Llevate gratis una Antología Poética ↓

Recibe el ebook en segundos 50 poemas de 50 poetas distintos




Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.