Tiré una moneda en la fuente cubierta de nieve, el agua poseía una fina capa de escarcha sobre sí que semejaba un delgado cristal a punto de quiebre. Nunca olvidaré a las Creneas que se mostraban en medio, sujetando un enorme plato de donde salían cuatro chorros de agua que les caían en el cuerpo desnudo, esa piel pétrea ya tan agrietada por la falta de caricias, esos ojos llenos de nada que se clavan en algo más allá de mi comprensión; esas damas estaban ahí, sufriendo los estragos de las ilusiones de los mortales, mientras ellas padecían aquella maldición que sólo conocen los inmortales, la eternidad. Alrededor de mí se escuchaban unos cuervos graznar mientras se alejaban del lugar «¿sería por eludir el aterrador estruendo de la moneda contra el agua?» esperé el silencio, lo juro, esperé dos segundos, cada uno formado por relojes enfermos que se siguen la cola y se vuelven eternos; llegó el silencio, mi mente se abismaba en el recuerdo de tu cabello, con esa negrura sedosa que estaba cubriéndome a cada palmo como si fuese sudario. Y de pronto, sin previo aviso, como la hoja de la guillotina sobre algún condenado, me parte en dos el terrible crujir de la escarcha, acompañado del sonido grabe del agua tragándose la moneda. No pedía un deseo, para nada, quien presuma conocerme sabe que no creo en los deseos, desear no cuesta nada, pero en la vida todo cuesta algo, como tú me has costado, algo así como una vida, llena de más o menos un millar de muertes. La moneda tocó el fondo, y con ella yo toqué tu despedida, ahí se quedaría el último recuerdo de nuestra vida juntos; Sufriría el mismo tormento que las ninfas del centro de la fuente, en una tumba gélida, rodeada de sueños y deseos vivos, sintiendo como ella está muriendo bajo el destino pautado mientras todos a su alrededor son libres, y viven su albedrío. Encendí un cigarrillo, miré el camino empedrado que cruzaba aquel parque solitario en una noche de enero, tomé una moneda que tenía en mi bolsillo y la examiné por un rato -¿y tú- le dije, mirando fijamente el brillo platinado - ¿Qué serás tú?-. Caminé toda la noche, y me encontré ahí, en medio de árboles desnudos por la soledad, quien, en un ápice de piedad, les arrojó unas prendas finas de blanco hielo para que no se viesen tan miserables, para darles un poco de dignidad en esa senda infinita de vivir estático y sin vestiduras dentro de un mundo caótico, miré el cielo, viendo a la nada que representa mi amante en turno que llaman desolación «¿Y para mí?» pensé a gritos, mientras acariciaba la botella de Vodka «¿Qué tienes para mí soledad?».
- Autor: Héctor Adolfo Campa (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 18 de mayo de 2014 a las 04:32
- Categoría: Cuento
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Comentarios1
Magnífica reflexión amigo Dante
saludos Chihuahuenses
bambam
Realmente aprecio que la encuentre magnífica amigo bambam.
Un saludo Tijuanense.
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