UN CUENTO DE CELESTINO CEPEDA
Era el embelezo y el gustazo de mulatas, blancas y morenas, ese compadre, que era hijo de un gaucho del Uruguay.
Mostraba funyi de requinte y enlazaba su cuello pañuelo con inicial.
De arriba abajo cuatro ojales abotonaban saco corto y compadrón.
Taconeaba canyengue botines de punta y taquito y en el patio burdelero dibujando cortes y quebradas, enredaba firuletes reos de negro charol.
Por coraje y por el fierro en la cintura lo junaban con recelo compadrones cuchilleros y taitas fuleros.
Y lo apreciaban por su estampa las paicas milongueras.
Era el alboroto este mozo entre las no santas, polacas, rusas y francesas que eran lo mas lindo de esa fauna maleva.
No simpatizaba el valiente con el decoro y era su regocijo la junta con gauchos matreros y con compadritos de plumaje muy variado.
Frecuentaba amigos gustosos del robo que por esa industria tenían afición...eran de los mejores, como pequeros y como pungas. Y cuando era necesario la yugaban de escruchantes.
Era duro y bravo como los de su tierra este mozo, pero cuando templaba la guitarra era poeta y payador y por su poesía y su canción era consentido de las mujeres, bienvenido y regalón.
A los cálidos oídos femeninos sus palabras murmuraban endechas que cantaban dolores... enterneciendo a las mujeres...y coplas coloridas como flores, para que ellas entregaran la miel de sus amores.
Se llamaba Celestino Cepeda y con su padre que era fiero para la atropellada, pelearon espalda contra espalda, en la gesta de Arbolito, junto al mas chico de los Saravia, cuando en esa carga de los Blancos, los montoneros pusieron roja de sangre una Cuchilla del Uruguay.
Canto de los que cabalgaron juntos, canto de los que gatillaron para el mismo lado, y canto del padre y del hijo, que festejaron con un abrazo y con caña, el triunfo de esa gloriosa patriada.
Relumbraba de oro la melena de la polaca que era la madre de Celestino y que fue la prenda mas dulce, que en su vida de rapiña se robó su padre del lupanar.
Cuantas veces con ángulo agresivo se vieron los reflejos del cuchillo de Cepeda mostrando sus perfiles enojados.
Disputaba con el coraje y el instinto el momento del puntazo y muchas veces exhibió entre los guapos el reflejo que pinta el acero en cada ocasión.
Tantas veces encontró la daga descanso en la tibieza de su vaina, y tantas veces las que la enfrentaron se quedaron esperando al lucero, rendidas sobre barro y adoquín.
La daga se hace luz en la mano del malevo y a la hora de brujas y de duendes navega la puñalada con tentáculos de crudo acero.
...¡A la hora de brujas y de duendes que rápido es el puntazo del cuchillo de Cepeda!...
Era un hombre sin alegría ni esperanza y presagiaba para su vida oscura las náuseas del futuro girando como las trágicas miserias del pasado.
No sentía paz con el sosiego, porque era la tempestad lo que apreciaba su alma.
La quietud devenía tedio porque era hombre de extremos, y siempre estuvo íncomodo en la calma del medio.
Sus ojos vieron muy seguido la pena esparcida por el vidrio, chorreando gotas de muerte, y que a veces eran de algun valiente que se murió sin gloria en la vereda.
Lo vieron las estrellas limpiar la sangre del cuchillo en la cabellera de plata que derrama la Luna en noches de duro espanto.
Invocaba el compadre a los dundes y a las brujas y su corazón estaba hecho, una parte de marfil y de plata fina y la otra de acíbar y de hiel.
Era gustoso del vino y de la ginebra, pero sin la necesidad del apuro.
Se paseaba en solitario sin paz ni regocijo, en las noches de Palermo, cuando picoteando la difusa niebla de la bruma se asomaban mínimas estrellas como chispas en la negrura.
No es vano el mal presagio en las nubes oscuras que lamen la piel de la Luna con lobrégo tizne de besos de carbón, cuando acecha en las noches del cuchillo y el facón.
El puntazo de tenso acero llegará con los designios de fatalidad en la oscuridad de mal agüero.
Con el crepúsculo viene desde la penumbra el malevo gabalgando en una nube de valor y de coraje.
Ya viene Cepeda a bailar su danza...daga, Luna...y adoquín.
El frío acero estará en la cita, el frío acero, la muerte y la espesa sangre.
Ay Celestino Cepeda...ay noche...ay muerte...ay espuelas que reflejan la roja luz del crepúsculo y habrán de reflejar los rayos del lucero.
Cúantas veces llegó con el atardecer el cuchillero...
Y cuantas veces despidió Cepeda a la Luna cuando estaban sonando los tamboreres pálidos del alba.
Cuando la luz se asoma el cuchillero la está mirando, pero con un tajo a cuestas ya hay otro malevo que está sangrando.
Cuchillo...sangre...y oscura mancha, todo será olvido durante y un tanto después de las misas con sus repiqueteos de bronce.
En esas tardecitas orilleras de rabo de ojo y de frente lo campaneaban al malevo casadas y solteras.
Y entre las glisinas del conventillo se le ofrecía regalona una coqueta gringa pechugona.
Un fiolo vidalita de mucha labia, le sopló la gringa en la milonga, en aquella ocasión.
Cuentan los memoriosos que entre trémulos faroles callejeros brilló el lampo de la puñalada.
Tajo a tajo y sin ventaja, de frente, al fiolo se le fue hasta el mango el zarpazo y quedó muerto en la cortada.
Y de la gringa ni me acuerdo.
Siendo Celestino personaje de cartel siempre hay alguno que lo está desafiando.
El forastero era un hombre de comité de los pagos de Baradero y lo miraba como diciendo, acá hay uno que está sobrando.
Y no le va fácil la patente de guapo al talle de cualquiera.
Se ve que el forastero venía hacer pata ancha al boliche sububano del viejo Palermo.
El rancho de la cantina tiene en el techo un lucero y en el mostrador aparecen botellas como caídas del cielo.
Lós codigos mandan y salen los dos malevos con la mano cerca del crucero...
Y golosa de sangre se los traga la noche con su negrura. Solos y mano a mano como los códigos mandan le van a rendir tributo en la misa de la calle a la religión del coraje.
Adentro ronda de copas y naipes. Afuera el contrapunto de la muerte.
Bajo la Luna llena danzan dos cuchilleros.
A la luz de las estrellas el puntazo ligeroi abre una rosa de sangre en el pecho del forastero.
Y adentro bajo el brillo del farol cantinero, un gaucho de los pagos del Azul...le dice al truco y a la falta...¡paso y quiero! con tres cuatros y por las dudas se levanta.
Arrabal de antaño, realidad, mito y leyenda...
Largo rumbo sin alternativa.
Camino con estrellas muy lejanas y cortadas muy cercanas.
Miradas perdidas en la noche del destino.
Palermo antiguo...
Con hombres como el uruguayo Cepeda y con poetas que le cantaron como Borges y Carriego aunque fueran forasteros.
Añejado el compadre entre aprontes y paridas de guapos y malevos, llegada la ocasión salía como la luz de su cintura la daga templada en Toledo con alma arrabalera.
Para el cuchillero lo mismo era Autonomistas que cualquiera, la lealtad al que servía fue su bandera...
Pero en un rincón de su corazón guarda su recuerdo primero para Don Leandro de Balvanera.
Despreciaba la muerte y desdeñaba las cortadas umbrosas que tantas veces lo acecharon.
La angustia se desvelaba en su solitaria pieza porque allí lo esperaban los demonios que asediaban su alma.
Con frialdad y con desdén esperaba el puntazo o la bala buena para que el olvido se lo lleve.
En oscuridad sin nubes alguna noche contempló la Luna, con sangre de otro, goteando en la penumbra, la daga de Cepeda.
Y este virtuoso del escolazo y del cuchillo entre tangos y candombes de la Plaza Cagancha y de Buenos Aires al sur, tuvo su noche triste.
Fue como un relámpago la puñalada y lo encontró en cama ajena.
La sangre quedó en Palermo...
...¡Y donde se le piantó la vida...solo el diablo lo sabrá!...
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- Autor: juan maria ( Offline)
- Publicado: 20 de mayo de 2014 a las 21:25
- Categoría: Sin clasificar
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