La Diosa De la Selva

carlos zitro

La Diosa de la Selva

   Hiba  explorando una selva salvaje ubicada en la Isla del Amo, allr en el mar Pacifico, deambulé por varios oscuros caminos admirando las plantas exoticas y los distintos animales en su ambiente natural.,.  Segui rastraendo las huellas de  unos raros antropoides cuando de pronto, sin saber de donde salieron, me vi rodeado por  docenas de simios, algunos de pelo rojo, otros de color gris.  Tenian la piel corta, con barbas blancas de diferente tamaños. Inmediatemente me di de cuenta que  habia llegado a la Jungla de los Monos  Sagrados, muy conocidos mundialmente por su agresividad y  feroz actitud hacia los seres humanos. Cientificos no habian establecidos una razon especifica por esa peculiar manera de actuar.

    Ellos me rodearon y gesticulaban ferozmente, amenazando, enseñando los grandes colmillos.  Corrian velozmente hacia mi, gritando con altos chillidos. Frenando subitamente se paraban en dos patas, me miraban con odio pero tambien con un escondido temor.  Honestemante tengo que decirles que tenia un gran miedo, un terror que me lleno mi cuerpo.  Esta terrible pesadilla se empeoro cuando me di cuenta que ninguno de los simios rojos,y semi-grises,  eran hembras, todo ellos eran machos con ganas de defender algo que  pansaban estaba  yo amenazando.

      Ya cuando mas miedo tenia, ocurrio un milagro. Inesperadamente en el medio de esta oscura selva, un enorme rayo de luz ilumino la oscuridad del bosque. De repente bajo del cielo una gran escalera de marmol, con barandas altas hechas de  bambu amarillo.  La escalera y  las barandas estaban acompañada de dos feroces y verdes dragones, que  como los simios,  tenian miradas feroces y grandes colmillos listos para destrozarme en pedazos. Empeze a rezar por un otro milagro

     Lentamente, con una  gracia y elegancia aparecio  una diosa maravillosa, iluminada por la luz de la Luna, resplandeciente de belleza, con una piel palida, color  de perlas, cabello largo, lacio y oscuro como  sus ojos que brillan  como luceros.  Estaba descalza, con una tunica blanca de seda señida a su monumental y sensual cuerpo. Adornaba su cabello y hermosos pies con rosas blancas tropicales. Una diosa como ninguna, cuya presencia calmo a los monos de la selva y mi con su mirada me hechiso. Era la legendaria Diosa Xem-Aray, famosa por su bella presencia, elegancia, y habilidad de hechizar a los hombres con una sola mirada.

     Esta diosa de la jungla me sonrio, y con su voz encantadora  sola una cosa me pregunto:   “?Te quedas conmigo o regresas por el mismo camino?  Hacer la decision me tomo solo un segundo (que me parecia una eternidad).  Por mi mente pasaron muchos diferentes escenas. varias alternativas.  Yo me decia, a mi mismo  "Si me voy, mas nunca la vere y sin ella ya no puedo estar.  Si me quedo  no se que papel voy a desempeñar, pero por lo menos a su lado siempre voy a estar”  Tras un eterno segundo hacia ella reverentemente me dirigi:

     “Mi Reina, Tú eres muy Dueña.  Aqui contigo me quedare, te protegere Y por siempre te amare.”   Esta maravillosa Diosa, me sonrio satisfecha con mi respuesta.  Con una sola Mirada, hechizante y seductura me hipnotizo. En un solo instante en um mono rojo me convirtio.

    Ella, feliz y contenta por su nueva conquista en una nube de luz escoltada por sus dragones rapidamente hacia el cielo desaparecio.  Nueve años han pasado desde este incidente.  La veo casi a diario, unas veces se acerca, otra veces la admiro de lejos.  Siempre buscando su mirada, su sonrisa.  Tambien a veces esta ausente pero la veo y oigo de  su voz en mi mente.  Estoy con ella hecho un mono barbudo,  en la Dwipa Jaya, el  Paraiso, Isla de Dioses, Isla del Amor, el paraiso eterno escondido en esta Tierra. Feliz a su lado estoy.

  • Autor: carlos zitro (Offline Offline)
  • Publicado: 28 de mayo de 2014 a las 10:53
  • Comentario del autor sobre el poema: El amor nos hace tomar decisiones que nos cambian la vida por siempre, transformandonos. Siempre aceptando la consequencias de las decisiones
  • Categoría: Cuento
  • Lecturas: 69
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