Su padre era un gran empresario, un hombre de negocios de esos que pierden la cabeza por un alza en sus acciones, esos que hacen de todo por obtener lo que quieren, a esos que no les importa nada más que el reconocimiento, el primer premio de honor. Tenía tres casas gigantes en las más prestigiosas colonias de la ciudad, se valía de cinco autos último modelo, propiedades a las afueras y una espaciosa oficina en el edificio más alto de todo el mundo; simplemente era un hombre totalmente rico. Totalmente hombre, en sus propias palabras.
Eduardo, su hijo, siempre quiso ser igual que su padre, complacer y darles todo a sus hijos como lo hacía su padre con él, autos nuevos, todo tipo de lujos y buenaventura; siempre quiso ser como él, siempre, hasta que un día, una tarde para ser exactos, se entero de que este –su padre- lo había perdido todo, así es, de pronto en fracciones de segundo todo se había acabado, aquel hombre millonario estaba en la ruina total, de cara a la realidad de casi todos, de casi algunos.
Pero ¿Qué paso?, ¿Por qué?.......Resulta que fue víctima nada más y nada menos que de un fraude, una vil treta “mala leche” que lo dejo en la calle, en plena miseria, a él y a toda su familia incluido Eduardo, por supuesto……..
Eduardo siempre había estado en las mejores escuelas, desde que ingreso al preescolar, sobre todo las más caras y cotizadas; estando en la primaria, comenzó a darse cuenta de su realidad o irrealidad glamurosa, se encarno en su padre al cual le aprendió lo que pudo, sus maneras, su despotismo, sus gustos, su altanería, su aspecto y hasta su crueldad. La mayoría del tiempo hablaba de su progenitor, su ídolo, el gran hombre, el señor de los diamantes y las fabulosas empresas. Cuando “Lalo” (ya me canse de decir Eduardo) estuvo en la secundaria su ego no espero para dispararse convirtiéndose en una peligrosa arma de doble filo, lo había capturado para entonces una de las peores encrucijadas de la vida, el poder, el dinero y lo que es aún peor, una ambición sin control. Situaciones que no eran ni serian nunca de él sino solo de su padre. El mundo le parecía poco y la gente aun menos, su tiempo y espacio se congregaban en un sinodal de riqueza y prosapia, una fuente de oro liquido que parecía nunca secarse.
La preparatoria fue la graduación de un adolescente que parecía ser el heredero de toda la experiencia y sobre todo de aquella inconmensurable fortuna que dirigía su padre; su carácter egoísta y déspota le había ganado ya seis amigos, que lo acompañaban a todas partes por mero interés, y le había traído también treinta y cuatro enemigos, como él los llamaba, a los cuales humillaba y pisoteaba aun siendo sus compañeros de clase, por ser de aquella clase baja, obrera, “la prole”, toda esa bola de mendigos. Queda claro que una persona no se cultiva de dinero, como queda claro que a Lalo le faltaba bastante caletre para discernir entre el enteco y el idiota (es decir el pobre y el rico, creo ¿no?).
Llego ese momento insufrible que nunca anuncia su llegada, pero deberíamos saber que existe y algún día pasara; ese día Lalo se entero de lo sucedido, el fracaso de la persona más inteligente, astuta y perspicaz que había conocido en la vida y que hace nada se acababa de quedar sin un solo centavo tras un magnánimo engaño que derrumbo su interminable imperio en un instante, como si todo hubiese sido un frágil cristal que de un pequeño golpe desgarraría su reflejo destruyéndolo en mil pedazos.
Su vida se vino abajo, ¿cómo iba a ser que Lalo, el hijo del magnate ahora iba a ser pobre?, ¿cómo hacer para que todos sus compañeros (enemigos) de escuela no se dieran cuanta de su “deficiencia”?, -¿su deficiencia?-, ¡su nueva vida!, su vida. Y seguían las preguntas internas en la mente intranquila y preocupada de Lalo: ¿qué iba a ser de todo, de esto, del otro, de lo que había estado acostumbrado toda su vida?, ¿Qué iba a ser de aquel placer de gobernar, de tener, de sentirse superior y diferente del resto?, ¿Qué iba a hacer él sin su único amigo verdadero?, su amigo el dinero que siempre lo arropo y que ahora lo lanzaba a la vida sin espada ni escudo.
Ayer, en una pequeña discusión con mi tío, este menciono en algún suspiro denso, “¡que era bueno adaptarse!”, yo –por supuesto- proteste, pero también advertí que a veces es necesario.
Pues Lalo se vio forzado a comprender este concepto de alguna u otra forma, y declinando por un momento la cabeza se batió de frente hacia sus circunstancias, la escases y los problemas que se vendrían y que solamente se lograrían burlar por medio de la comunión y la mediación con el entorno. No toda la gente era como Lalo, como él la creía, es decir igual que él: interesada, egoísta, prepotente, presumida, embustera, cruel, déspota; No, no toda la gente era así, y menos la gente pobre, la gente humilde –dejando en claro que no necesariamente hay que ser pobre para ser humilde-la gente humana. Todos sus “enemigos de escuela” entendieron su situación y más allá de las burlas y el escarnio, le tendieron la mano y le dieron su comprensión, nadie menciono nunca nada ni trato de insinuar de alguna forma la problemática de Lalo, el cual si se lamentaba, lo había aceptado todo pero no estaba conforme, se sentía asediado por la vergüenza, pensaba que sus compañeros le tenían compasión y no buena fe, creía que el mundo entero se burlaba de su tristeza.
No fue hasta que su padre, semanas después del gran fraude se quito la vida, acechado por la vida, por las deudas, por su poca experiencia en su trabajo de empresario, por su contundente fracaso, cuando Lalo comprendió que los valores de la gente y su poder no se miden en monedas ni billetes, sino en valores y fortaleza, valentía para encarar la vida desde los peores enfoques con que se le podría observar.
Y tú, ¿ cambiarias tus valores y tu humanismo por la fortuna de algún magnate?...........
- Autor: Afelío Shagun (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 9 de junio de 2014 a las 16:29
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 20
Comentarios1
Una pregunta, una reflexión.
Me gusta tu cuento.
Muchas gracias por su lectura y su bello halgo, se valora mucho....
Un saludo, Afelío.
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