Tanto se ha escrito respecto a esa fuerza que mueve al mundo, que llamamos Amor, y sin embargo, poco abunda la certeza en tanto escrito. Una de ellas, tal vez, es que guarda sorpresas que no cesan.
Durante años, probablemente porque fui educado en un entorno atento a lo pequeño, crecí amando eso: los detalles. Algún detalle en mucha gente, muchos detalles de otra poca.
Los ojos lobunos, embrujados, de La Circe; el aroma hechicero de los claros cabellos de Sabrina, el tacto de las cimbreantes caderas de Amapola, los besos mojados de Anahít, las artes amatorias de Sirona, o el abrazo profundo de Giralda. ¿Sólo lo físico? De modo alguno… Cada cual, a su manera, trajo a cuestas su canto y su poesía, sus rosa pluriabierta de misterios, sus sombras y sus luces, su locura.
También --y desde luego-- me arrobó la blanda mirada de Miranda, los besos de miel que le fluían; la burbuja refrescante de su risa, y el aroma de azucenas de sus pechos. Pero no fueron estos –los detalles—los que hicieron de Miranda una esmeralda, tan rara, tan única, tan fresca y envolvente.
Fue ella toda, y sus talentos. La inundada pasión de su entusiasmo. Entusiasmo cerril en la pelea por hacerse amiga, cómplice, compañera, confidente, promotora de sueños; siempre amante… Seguidora fiel, líder, matriarca; soporte, pilar, cimiento y lentejuelas. Adorno y argamasa del más intenso amor enamorado…
Así aprendí yo, como habrán aprendido otros de su mano, que existe un modo de amar que hace universo en cada letra de esta pequeña palabra sin acentos. Que el amor total es posible, más allá de los detalles, de las dudas, las reservas. Que hay amores sin límites ni tiempos, de esos que no entienden Capuletos ni Montescos.
Que esa musa, tu Quimera, no precisa ser la más bella de tu historia. Ni la más esbelta o más brillante. Ni siquiera la más firme o más devota. Pero es Ella la que sabe cómo vencer cada barrera; la que atraviesa la caparazón más córnea y longeva; la que llena de sí, un sí propio, personal e incomparable, a cada uno de tus sextos y sentidos.
¿Cómo confundirla? Es ella quien te induce sin esfuerzo a ser el primero en declararle amor sin titubeos, en la primera escaramuza. La que disipa cualquier duda en media tarde, porque se sabe la esperada compañera de viaje, desde el primer minuto del primer paseo en la primera caminata. Es esa que se duerme, segura, entre tus brazos una tarde cualquiera mientras truenan rayos y centellas.
Cuando vuelves los ojos al sendero recorrido, brillan las migas y las gotas que regaron el camino. Un camino que por longo que haya sido, será siempre corto, insuficiente. Al final de la estrada inmensa y breve, estarán tus rincones inundados de Quimera. “Su voz, su cuerpo claro, su ojos infinitos”…
Al final de los finales, y lamento confesarlo, los remates felices no son mi fuerte… Ni en papeles ni en senderos verdaderos, aunque las migas que aún riegan mi vereda, sean pródigas de luz, y su agonía, rebose de vida y de dulzura.
José M. Amarilla
12/08/14
- Autor: El Marqués (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 12 de agosto de 2014 a las 20:48
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 74
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