No estuviste impasible a muchas cosas
que sucedían en lugares remotos
y cerca de nosotros, poesía.
Oíste, viste, sentiste y palpaste muchas otras.
Debo agradecer tú presencia, poesía.
Hablaste de demonios siniestros:
de la confrontación armada de las ambiciones y de los odios: la guerra;
de sus consecuencias: la muerte y sus agonías.
Sonreíste a las cosas bellas que oíste:
al apretón de manos y los abrazos de la paz,
al nacimiento y los vuelos de la vida.
Con reverencia ceremonial saludaste:
el resplandor de los días presentes
y el titilar de los astros que vienen;
el color blanco de la noche que se abre
e identificaste, al asesino en la oscuridad complice.
Supiste distinguir la violencia natural y necesaria,
de la violencia artificial y perniciosa.
Tocaste con tus manos, poesía,
la suave piel de este mundo en el pelaje del puerco espín;
la suavidad del terciopelo en la corteza arenosa del desierto.
Hundiste tú mano en el lago frío de la apariencia
hasta la esencia profunda de las cosas,
coloreaste sus labios de rosa y les hiciste cantar la verdad.
Sentiste, poesía, sin saber donde,
en que punto de tu cuerpo,
vibrar el amor infinito
hasta hacer sonreír el odio y sonrojar la rabia.
También odiaste, poesía, no puedo culparte por ello:
es reverso, sin lo cual, puede existir el poema.
El odio por amor surgió
y te llevo a encontrar la causa
de la existencia del hombre satisfecho en los palacios
y del hambriento en las cañerías.
Sentiste, sin resignación, el mundo real de las iniquidades
y lo buscaste feliz en la balanzas.
No pudiste poesía vivir con el peso
de piedra muda en tu corazón sensible;
una y otra vez rompiste el espejo de las maravillas
irreales de Alicia.
Admiro poesía, tú entereza para:
oír, ver, sentir, y tocar
aquello que te hace hablar sin hablar,
aquello que te hace oír aunque estés sorda,
aquello que te hace ver aunque estés ciega,
aquello que te hace palpar aunque estés lisiada.
Hoy me pregunto cómo lo lograste,
cómo no pudiste, poesía, permanecer quieta, indiferente y sola
a las olas violentas del caudaloso río de la vida;
a la fuerza que tantas veces te hizo callar.
Es imprescindible el respeto por ti.
Apareciste en este mundo desde tiempos inmemoriales
con la denuncia en tu boca y la protesta en tus manos,
porque, además de muchas cosas, para esto estás hecha
para cerrar tus manos al tiempo que gritas basta.
Como no agradecerte, poesía, el descanso que le diste a mi alma
y la alegría espiritual de tenerte
cada vez que te abrazo
para triunfar sobre la muerte y tristeza.
Gracias por estar presente
conmigo y con todos
por los años que dure la tierra
ABRIL, 2014
- Autor: Adolfo Cano (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 4 de noviembre de 2014 a las 23:52
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 39
Comentarios1
Muy bueno tu escrito!!!
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