La tarde de ese septiembre, fue realmente primaveral, después de la merienda como todas las tardes, desde hacía dos meses, tras la muerte de mi padre dejaba sola a mi madre, quizá sin saberlo, para que su tristeza fuese más íntima.
Yo estrenaba mis catorce años y una bicicleta nueva, que extraña es la vida, a tantos años de vivida.
Por esa época, mi dedicación estaba en fabricar pólvora, con clorato de potasio
y azufre en barra. Estos elementos finamente molidos, se transformaba en explosivo.
El resto consistía en buscar unos bulones de generoso tamaño, abandonados generalmente en las vías del ferrocarril, por medio de un amigo había conseguido dos.
La pólvora, con sumo cuidado se colocaba en la rosca y luego se enroscaba la tuerca, muy lentamente...
Al golpearse la tuerca, explotaba con gran estrépito. Mi perfeccionamiento personal consistía en haber colocado dos broches para la ropa, el la parrilla de la bicicleta, que accionaba con sendas cuerdas.
Así cada tarde, viajaba con mi bicicleta, la que imaginaba un bombardero con el que realizaba misiones contra el enemigo, por cierto escandalizando a mas de un vecino.
Esa tarde, ayudaba a mi imaginación, el que estábamos en revolución, una de las tantas, entre azules y colorados o sea facciones de las fuerzas armadas, disputándose el poder. Los aviones aparecieron repentinamente a mi espalda y eso hizo que pensara que participaban de mi imaginario bombardeo.
Daban vueltas por el mismo lado, por las vías de oeste hacia la capital. Por ese entonces, los vecinos habían salido a ver el infrecuente espectáculo, dejándome eclipsado de su atención, a mi y mi propio bombardero.
De sus comentarios, supe que estaban esperando un tren que venía de Córdoba con paracaidistas, me parecía lógico que los paracaidistas viniesen en tren, si yo disponía de un bombardero bicicleta..., a esa edad, ya intuía como era la vida y los años solo confirmaron mi observación.
Sabido esto, me dirigí a la estación, con mis bombas intactas, mientras veía pasar al Gloster meteor sincrónicamente y en vuelo rasante, por encima de las vías.
En mis autodidácticas nociones de estrategia, me preguntaba, el por qué de esa actitud de espera en una estación de trenes, si disponía de un avión, por qué no lo buscaba en un lugar más apropiado, lejos de la población.
Ya estaba en la estación de San Antonio de Padua y descendiendo de mi bombardero, observaba la situación. Los trenes llegaban colmados desde la capital con los trabajadores, pero ningún tren venía desde el otro lado.
Así pasaron dos formaciones que desaparecían por el oeste mientras los aviones recorrían hasta el hartazgo en dirección a la capital.
Ya casi aburrido de la situación veo que el avión se ilumina con dos fogonazos debajo de sus alas, mientras que desde la capital se acercaba otro tren.
El ruido de las turbinas, se mezcló al de las explosiones, los gritos, el ruido del tren que se destrozaba...
Me dirigí rápidamente a mi casa, pero no podía pedalear, me detuve y ya no recordaba lo visto en el tren, la gente, estaba aturdido, mis pensamientos vertiginosos, pasaban por muchos lados, hasta que lloré rabioso por lo pasado.
Recordaba haber visto la cabeza del piloto y esos fuegos saliendo del avión.
El medio cuerpo de una mujer joven que aún me miraba...
Furioso, arranqué una de mis bombas y la hice estallar...
Así fue como perdí mi mano izquierda y un ojo. Después de la conmoción, pude montar nuevamente mi bombardero y seguir mis asuntos.
Nunca le comenté lo vivido a nadie, ni a mi madre y definitivamente nadie se ha dado cuenta de esto.
Yo sigo, en ese lugar, todas las tardes recorriendo con mi bombardero, las calles de San Antonio, a corta distancia, el avión con su piloto, me sigue, esperando que dé la señal del inminente bombardeo, pero aún conservo intacta mi única bomba, jamás descenderá.
- Autor: Esteban Couceyro (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 14 de diciembre de 2014 a las 19:22
- Categoría: Surrealista
- Lecturas: 62
- Usuarios favoritos de este poema: El Hombre de la Rosa
Comentarios1
Una muy didactica y personal esperiencia explosiva amigo Esteban...
Saludos de Críspulo
Como la vida misma, mi querido Críspulo.
Un abrazo
Esteban
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