Éramos un beso

Éramos un beso

Éramos un beso que nadie acaba.
Pero no hay nada no hay nada que hacer.
Nuestros caminos se separaron bajo el mismo techo.
Aún no sé qué diantre pasó, o porqué ella se fue.

No me apetecía por las noches viajar con ella al espacio, Marte, Venus, ni el cansino paseíto cuando la Luna va manchada de almendras. Quizá no entendió que prefiero escribir.

Su oreja, una dulce concha adormecida, su delicada y perversa boca como el interior del lapislázuli, me extraviaba en sus labios y no volvía.
Pero mis besos, ciegos y sordomudos, los debiera haber tratado con mucho más tacto.
Ella me decía que no, que nada, yo le indicaba que la nada ocupa demasiado espacio para no verse.
La música, que nos visitaba cuando nos convertíamos en bosque.
No sé dónde estará. Hay piedras de río que quieren conocer el mar.
Nuestro beso, amamantándose en la bruma del beso mientras giraba el cornete de la luna.
Tengo cien preguntas más que google no puede responder.

Si definitivamente
te marchas,
nunca vas a saber
qué es el olvido.
Yo empecé a olvidarte ayer.


He salido a la calle, de noche, porque el sol es una trampa, sólo hace iluminar mi desamparo, y pregunté, pero nada, ya nadie puede relatármelo como tú. La calle ni los perros ni los panaderos quisieron indicarme la manera en que murió el amanecer.
Por eso te escribo esto aquí, entre latas sedientas de cerveza, con mi corazón latiendo por tu hielo, sentado en este sofá nuestro, donde mis paseos por Júpiter siempre te cuento...


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Jesús Soriano

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