-Vamos Rafaela, hay que bañarte.
Ese era el momento más enigmático que vivimos cuidando a Rafaela, postergada en una cama móvil, donde sólo le respondía un pequeño porcentaje de sus extremidades…
Quizás, necesitaba hablar para distraer al dolor de unos huesos cascados por la humedad de los ciclos, quizás porque hasta estos momentos de incapacidad no se había liberado de si misma, quizás porque su imaginación llegaba a la puerta de la vehemente muerte…
II
La guerra casi estaba acabando, había hambre en la aldea, los pactos escasos no daban para comer al ganado, que era de lo que sobrevivíamos…
Una mañana de marzo, llegó “el guardia civil “, que vigilaba aquellos terrenos, a galope en un caballo castaño. Paro en la puerta de mi humilde casa y bajo del caballo. Traía una capa verde (parte del uniforme) con manchas de sangre muy viva…
-Buenos días Rafaela.
-Buenos días Don Emilio. ¿Qué le trae por mi humilde casa?
-Perdone Rafaela, pero he sufrido una caída del caballo y traigo un gran corte en la espalda.
La casa que más cerca me cogía era la suya, para pedir ayuda.
-¿Cómo le puedo ayudar Don Emilio, mi marido no está, salió muy temprano con el ganado…? ¡Usted me dirá!
-No lo sé Rafaela, pero me duele mucho y no puedo cabalgar hasta la aldea.
Lo ayude a caminar hasta el interior de mi casa y lo tumbe en mi colchon.En la chimenea cubos de agua tibia que esperaban calentar para lavar las ropas, los arrimé más al fuego.
Don Emilio sentado en la cama, casi sin fuerzas, se quito la capa, se desabrocho algunos botones de la chaqueta y la camisa… como involuntariamente se volvía tumbar.
Yo, buscaba paños para limpiar la sangre, mientras calentaba un poco de leche en el fogón de carbón donde cocinaba.
Me pidió que le ayudara a quitarse la chaqueta, los botones que le quedaban por desabrochar de la camisa.
Yo, temblorosa y dispuesta le desabroche los botones de la chaqueta cuidadosamente mientras el miraba a mis ojos fijamente. Se incorporo lentamente ayudándose con un solo brazo se quito la chaqueta del uniforme sin dejar de mirarme.
Mientras yo, algo incomoda, por esa mirada tan avellana que le iluminaba el rostro a pesar de su palidez.
-Era bello, educado, elegante y disciplinado Don Emilio.
Fue en el último botón de la camisa que le quite cuando un fuego me quemaba la cara mientras evitaba mirar su pecho entretenida en sus ojos.
Como pudo se quito la camisa manchada de sangre y me pidió que le mirara el costado izquierdo .Le pedí que se volviera, me acerque y vi como de un profundo corte brotaba sangre como si de un rojo cielo naciera una luna negra…
-¿Cómo fue la caída Don Emilio?-pregunté mientras limpiaba la sangre del alrededor de aquel corte corto y profundo, con el agua templada y un paño.
-el no contesto.
Mis pensamientos me atacaban pensando en tan corpulento torso, en tan rectos hombros, en tan perfectos brazos, que un palpitar en mis labios menores, me asusto y comencé a temblar más…me sentía húmeda, mojada…
Don Emilio me dijo que no tuviera cuidado que soportaría el dolor, y eso hacía que me palpitara más fuerte el corazón clitoriano.
Me arme de valor y me deje llevar…
Lave la herida de Don Emilio con esmero, con frenesí y se subió al caballo sin dejar de mirarme a los ojos hasta dar un golpe severo con las espuelas a su castaño, esbelto caballo pero esta vez con una fea sonrisa bajo su nariz afilada…
Antonia Ceada Acevedo
- Autor: A.Ceada (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 9 de marzo de 2015 a las 23:11
- Comentario del autor sobre el poema: "La impudicia está entre tu propia alambrada" A.Ceada (Frase mia)
- Categoría: Erótico
- Lecturas: 68
- Usuarios favoritos de este poema: Raúl Daniel
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