Siento el recorrido ardiente del veneno,
carcomiendo,
ruñendo,
cada pieza de mi cuerpo.
Soy una esfinge que se alza a lo lejos
sobre este universo
que es tan extraño,
tan mío,
tan nuestro.
El delirio del tiempo
hace a cada pensamiento
alojarse en la memoria
como un anzuelo al infierno.
El purgatorio
de las almas que huyen de la locura,
me hace sentir,
la podredumbre
de esta mísera vida.
Los humanos ,
agobiados en penumbras sin luz
avistando una vía,
hacen de la vida
un refugio de plegarias incomprendidas.
Recorrer
cada perímetro de esta ancha escuela de la vida,
me ha hecho ver el llanto eterno,
de aquellos que viven ilusiones,
realidades fingidas.
¡Perra misericordia!
me has dejado,
sin saber,
como ha sido,
que ha pasado…
No comprendo por qué la calma clama mi presencia,
si alzar el vuelo
es mi acometido deseo;
la furia mágica del pasar del tiempo,
ha hecho trizas mi deseo de lo pleno.
Angustiado
en el pasaje fúnebre del laberinto de los muertos,
agoto mi esperanza de un bien amado
que cumpla mis anhelos;
se abren en las tinieblas
armarios de viejos sonetos,
música lúgubre resuena
en el salón de mis lamentos.
Humano soy,
humano he sido,
cada palpitar demuestra mi sed de advenimiento;
la locura disfrazada en el drama de la vida,
me recuerda un triste cuento,
de esos,
que por su gracia verídica,
producen lágrimas, y a la vez,
profundos carcajeos.
Sátira esta de vivir,
¡que embrujo se ha diseñado para creer aun
en un mundo sin lamentos,
sin misterio!
Vemos pasar el tiempo
agotándose a cada momento,
y la desesperanza habita nuestras almas,
haciendo de este cuento
una fábula macabra,
representad,
por seres siniestros.
Amanezco con la herida abierta
de tanto arrastrarme por el pavimento;
he dejado mi carne viva
en las yagas de los entes siniestros
que habitan como sombras
las noches del silencio.
Aúllan lamentos iracundos,
allí,
en el espectral suburbio de lamentos;
allí,
donde brotan las aguja,
y un tic tac somnoliento,
rompe los huesos,
corta al silencio.
He visto la sombra agotadora
que encadena a esta ciudad
al caldero del infierno;
he visto sacudir el polvo
agrietando las mentes,
que vagan,
sin fin ni remedio.
Ahora sé
de ese sabor amargo,
casi venenoso,
emanado por el fantasma
que recorre las calles,
arrojando angustias,
pesares al viento.
¡Soy satán y dios danzando la melodía
de los muertos vivientes!
¡soy el temor que azota
los débiles pasos
de los desamparados!
A mi acuden aquellos que no han sido escuchados;
en mis aposentos
pernoctan todos aquellos
que calcinados
han encontrado su vencimiento.
¡Pobre aquél que piensa ser el más y el menos!,
languidece insignificante
a la mira del tiempo.
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