Murió sin siquiera merecer unas flores,
fue el mejor… tratado como los peores,
pero así se dan a veces las injusticias…
Cala el dolor profundo hasta los huesos
y se va borrando todo rastro de besos
y ya borradas están también las caricias.
Murió sin merecer al menos un abrazo,
algo que hiciera menos triste el fracaso
y dejara alguna sonrisa en la memoria.
Debo entender que todo debe acabarse,
pero habría alguna vez que preguntarse
si es “tristeza” el título de esta historia.
Su muerte no mereció ni un gesto final,
al menos por hacer ver que no daba igual
una presencia efímera y una gran ausencia.
Puedes asegurarte si lees lo que escribí
que ya no llegan con el viento hasta mí,
tantos aromas inigualables de tu esencia.
Murió y no se sintió lamentada su muerte,
aunque parecía un amor sólido, muy fuerte,
pero no siempre todo es lo que nos parece.
A veces hasta nos estamos confundiendo,
al sentir que en el alma algo va creciendo
y es solamente el dolor lo único que crece.
No hay esperanza ni palabras de consuelo,
se volvió infierno lo que antes era el cielo
y no queda ni siquiera un ángel que sonría.
Ignoro si acaso tendrá sentido aquí escribir
que si ese ángel tuviese hoy algo que decir,
ni él mismo atinaría a saber qué nos diría.
Murió y le pasará como a todo lo que muere
y no te deja cicatriz en el alma, no te hiere
porque no te importó ni ahora te importa…
Ya ves… la conclusión no deja de ser amarga,
porque para ti y para mí la vida será larga,
pero para el amor fue injustamente… corta.
Poema original de Álvaro Márquez
Nacido en Caracas, Venezuela
Todos los derechos reservados
Correo: [email protected]
Twitter: @poreros
Publicado el 14/4/2015
Imagen: De Google
- Autor: EROS (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 14 de abril de 2015 a las 12:01
- Comentario del autor sobre el poema: Otro poema para ustedes y una versión de "El patito feo" pero en formato de relato erótico, espero que ambos escritos sean del agrado de todos. Un abrazo.
- Categoría: Triste
- Lecturas: 117
- Usuarios favoritos de este poema: Isis M, lindaestrella
Comentarios3
EL PATITO FEO
Por Álvaro Márquez
Estaba de mal humor cuando llegué el lunes a la oficina, necesitaba con urgencia una secretaria y hasta ese día, ninguna de las postulantes llenaba los requisitos. Terminé el viernes con un gran dolor de cabeza porque tuve que chequear varios currículos y sostener conversaciones que a ratos, se me hacían fastidiosas. En especial hubo una de las chicas que se presentaron que logró llamar mi atención, pero no porque se acercara al menos al ideal de secretaria que yo buscaba, sino al contrario, por lo lejos que estaba de llenar mis expectativas. En un escrito que me hizo de prueba tuvo más errores que un niño en etapa de primaria, aparte de que su aspecto, para ser alguien que aspiraba a ser contratada, no era el más deseable, parecía el patito feo del cuento. Una voz desde afuera interrumpió mis pensamientos. “Disculpe, hay una de las chicas que estuvieron el viernes que desea hablar con usted”. Pedí que me dijeran su nombre. “Jennifer Ibarra”. Cuando revisé las planillas me sorprendí, era precisamente la menos preparada la que hacía acto de presencia una vez más. Me pareció innecesario un segundo intento y ordené que le dieran una excusa para no perder mi tiempo. “Díganle que estoy en una reunión, que venga otro día”. “Señor, insiste en que la reciba”. Con aire de resignación y ya planeando cómo librarme de ella rápidamente, pedí que la dejaran pasar. Cuando entró volví a recordar el cuento, porque el patito feo se había convertido en un hermoso cisne…
Por momentos dudé de que fuera la misma. Lucía una falda muy corta -atrevidamente corta diría yo- y unas piernas que catalogar de espectaculares, sería correr el riesgo de no hacerle justicia a ella con tal adjetivo, porque realmente se le veían demasiado bien. Debo admitir que tartamudeé un poco cuando la invité a sentarse porque con semejantes piernas, era casi un pecado que las ocultara con mi escritorio, pero así sucedió. Le pregunté a qué se debía su segunda visita, iba a adelantarle que desde el mismo viernes había descartado cualquier posibilidad de darle el empleo, pero la verdad es que no me atreví. Dios… es que no sólo eran sus piernas y su falda lo que atormentaba mis pensamientos en ese instante, era su cabello, suelto, brillante, largo hasta los hombros, muy lejos del moño que me mostrara el viernes. Su blusa negra transparente también me mostraba “virtudes” que no sé si merecían las comillas que acabo de ponerle, porque escribirlo así pareciera robarles valor, autenticidad y lo cierto, es que lo que ella mostraba se veía muy real, muy de ella…
Habían pasado unos minutos en los que yo apenas pude articular palabras y ella no tardó en darse cuenta de que me tenía absorto. “¿Le pasa algo?” me preguntó y me sacó de mi ensimismamiento. Le dije que estaba muy sorprendido por su cambio y que me impresionaba todo lo que estaba a la vista. Ella pareció agarrar mis palabras en el aire, porque de una me contestó “si le impresiona lo que ve, puedo mostrarle lo que no ve para ver si nos entendemos”. Tal afirmación me puso nervioso, negarlo sería tonto. Traté de evadir el momento y le dije que ya le había preguntado a qué se debía su segunda visita y me dijo “yo le contesté, le dije que vine a que me diera el puesto porque considero que reúno los requisitos. ¿No me oyó, verdad?”. No podía quitar mis ojos de su blusa y en mi mente casi le pedía a gritos que se levantara. “Señor, le estoy hablando” me insistió, mientras mi mano derecha tomaba y soltaba con nerviosismo un bolígrafo. “¿Qué le hace pensar que le daré el empleo? -le pregunté. ¿Por qué tan segura? En realidad, de todas las que se presentaron fue usted la que menos me agradó”. Fue entonces cuando se puso de pie y mirándome casi sin pestañear me preguntó “¿y todavía piensa igual?, ¿sigo sin agradarle? Me dijo que le impresionaba lo que estaba a la vista, déjeme mostrarle algo de lo que no se ve”. Dicho esto, puso sus manos a los lados de su falda y empezó a levantársela. Yo sentía de repente unos calorones recorriéndome el cuerpo, pero el aire estaba a su máxima capacidad, por lo cual mi “calentura” del momento, obedecía sin duda a lo que estaba pasando. ¡Yennifer estaba extremadamente buena!
Para mi total sorpresa, se bajó lentamente un hilo negro con una pequeña florcita en su parte delantera. Así de detallista estaba yo en ese momento. No me atrevía a moverme de mi asiento y me debatía entre pedirle que se comportara y respetara mi lugar de trabajo… o que siguiera la función. Mi silencio indicó que ésta última, fue la decisión que tomé. Terminó de quitarse su prenda y tomándola con su mano derecha se acercó a mi puesto. Miré a la puerta con cierto temor, ella entendió mi preocupación y fue presurosa a cerrarla con seguro. Con la misma prisa se devolvió. Abrió sus piernas y se montó sobre las mías. Subió su falda y me dijo “ella no estaba a la vista ¿te gusta?”. Me la acercó y no me hice de rogar para sacar mi lengua y acariciarle húmedamente su clítoris. Lo hice una y otra y otra vez. Con mis manos le toqué sus piernas, tan inalcanzables antes y tan mías ahora. El teléfono sonaba, no hice el más mínimo intento por atenderlo. Ahora apretaba sus nalgas y -Dios bendito- ¡qué nalgas tan divinas! Se las apreté con mucha fuerza, la presión de mis manos le indicaban los deseos que tenía de comérmela viva… y disculpen la expresión.
Una vez más la voz desde afuera de la oficina anunciaba visita, pero no respondí. Mi boca estaba ocupada en labores más interesantes para mí en ese momento. Sin bajarse la falda se volteó y me puso su trasero cerca, tanto que en su raja sentía mi aliento. Bajó mi cierre y sacó mi pene, por supuesto en estado de erección máxima. Se sentó sobre él y se lo introdujo con facilidad, porque su vagina estaba más que mojada. Lo que hacíamos adquirió características de delirio, el frenesí nos tenía atrapados. Sus movimientos rayaban en la perfección, si bien no tengo un decálogo que me indique cómo unos movimientos podían catalogarse de esa forma, tampoco sentí que me hiciera falta. El patito feo se movía a sus anchas. Nunca imaginé que mi semana de trabajo comenzaría de esta forma…
Sin perder para nada su movilidad se quitó la blusa, me pidió que desabrochara su sostén y lo hice con manos temblorosas. No me molesten por eso, no es fácil mantenerse sereno ante una situación como la que vivía con Jennifer. Se volteó y volvió a sentarse sobre mí y a introducirse ella misma mi pene. Ahora sus senos lucían grandiosos ante mí. Sus pezones eran como aviones que aterrizaban en mi boca y mi lengua era su pista. Chupárselos fue algo que disfruté muchísimo y que la llevó a ella al más alto grado de éxtasis que podíamos esperar. Aflojar el nudo de mi corbata pareció divertirla, porque la vi sonreír pícaramente. Desabotonó mi camisa y acarició mi pecho con mucha suavidad. No soy de esos hombres con el pecho peludo, pero esto pareció no importarle en lo absoluto. Tal vez no le gustaban así, para mi suerte. Continuaba moviéndose a un ritmo enloquecedor. Mis manos de nuevo apretaban sus nalgas y recorrían sus divinísimas piernas. Tal vez el teléfono en esos momentos seguía sonando, quizá la voz desde afuera me hablaba impaciente, puede ser… pero francamente, ya no me percataba de nada. Ella, el patito feo, acaparaba mi atención y se había adueñado por completo de la situación, de mis deseos, de mi voluntad misma.
En verdad no supe, -no sé todavía- cómo pudo suceder aquello, no me considero un hombre débil, pero la verdad es que ella supo desarmarme y tomar como quien dice, “la sartén por el mango”. Era dueña y señora de todo y apenas unos días antes, era una candidata a secretaria, candidata sin chance y ahora, por obra y gracia de sus virtudes, candidata imbatible. Cuando terminamos, se metió al baño de mi oficina, mientras tanto yo me arreglaba de nuevo mi corbata y trataba de arreglarme el cabello, alborotado por las manos inquietas de ella. La voz afuera me anunciaba que había 4 personas esperando. Transcurrieron 90 minutos, una hora y media duró lo que les relaté. Cuando salió del baño lucía igual de hermosa, de imponente. No había ninguna duda, el patito feo se había convertido en un cisne, en una tremenda hembra. Se dirigió a la puerta y antes de salir, me preguntó “¿me da el empleo?, ¿qué me dice?”. Una palabra fue lo que dije al tiempo que retomaba mi bolígrafo… “contratada”.
Pero que buen relato, más que bueno en sobre manera excitante.
Me encantó imaginar la escena , espera que en algún momento se abriera la puerta.
Mis felicitaciones.
Perfecto dúo nos regalas
Bueno no tendría cultura, pero contaba con excelentes herramientas.
Saludos y abrazos poeta.
Jajajaja... así cualquier persona le da trabajo, saludos.
Wooooow!!! Me encantó tu poema y el relato está maravilloso, no cabe duda que eres un gran poeta, mis respetos y admiración para ti, un abrazo!!!
Gracias bella, tu apoyo es muy valioso para mí. Besos.
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