Para todo hay una razón y mis actividades se incrementaron, con el pasar del día, al regresar Beto, como si se tratase de un huracán, no miento si te digo que venía alteradísimo, con un manojo de papeles debajo del brazo.
Imagínate, a un servidor sentado a la mesa, abotagado por mis propias melancolías, frente a un café un tanto frío, de abandono.
Beto, sin miramientos, se desploma sobre la silla, arrojando los papeles sobre la mesa y yo inmóvil, totalmente envarado, sin poder articular palabra.
Por fin, él se detuvo y tras una pausa, me pregunta si estaba bien, salí del marasmo con presteza y le pregunté que le pasaba, que venía tan alterado.
Mientras le preguntaba, él con desparpajo, empinó mi café frío, relajándose en la silla, dejando de a poco que la sangre de su rubicunda cara de normalizara.
“los tengo agarrados…”, solo eso pudo decir, pues comenzó a tomarse mi agua, ante esas necesidades súbitas, llamo a la moza para que nos sirva unos refrescos.
Al llegar a tomar el pedido, él con premura y hosquedad, retira los escritos ante mi mirada reprobatoria.
Una vez solos, con voz desfalleciente, comienza a relatar una serie de especulaciones técnicas, que me pierden, entonces ya hastiado de eso, le corto, diciéndole que concrete.
“Estamos en problemas…”, yo en ese punto, algo alterado, le pregunto “¿nosotros?” y me contesta “no, que va…, todos en este planeta…, si no se detienen”.
En mi vida he visto tantas cosas, que mis ojos ya tienen callos, pero la cara de ese loco, me asustó, hablaba con dificultad y sus manos le traicionaban con torpeza, queriendo demostrarme con dibujos elementales, lo que ocurría.
En determinado momento, sentí desfallecer mi intelecto, tratando de comprender.
Cuando llegaron los jugos, alcanzó a decirme, por lo bajo “no comprendo, como gente de preparación científica, puede hacer eso…, destruirán todo…”.
Lo que me decía, es muy grave y comprendía la situación, pero estaba anestesiado, ausente de todo estupor.
Fue así que tomé los papeles de Beto, los guardé en mi bolso y le invité a la barra del bar.
Hoy amanecí con cierto malestar, pero con la mente clarísima y tomando café, comencé a ordenar los escritos de mi compañero, de más está decir, del lamentable estado en que él se encuentra, pero se le pasará y esto me da tiempo para digerir las novedades.
Respecto a sus dichos, no se si el peligro es inminente, ni cuanto de lejos llegarán, no tengo la capacidad de razonamiento que él, que por cierto se mostraba muy alterado.
Por fuera, el día se presenta claro, con la lentitud característica del lugar, solo en estos papeles vibra el desconcierto, me veo en el reflejo de la ventana, todo lo pequeño que soy.
Dejo atrás mis eternas cavilaciones y bajo a desayunar, solo pues Beto sigue dormido en la habitación.
El contacto, se hará presente y le entregaré la información que pudimos encontrar, no es el procedimiento habitual, pero parece que hay urgencia en este asunto.
Ya estoy sentado, en la misma mesa que ayer, frente al ventanal y el mismo paisaje frío que comienzo a odiar.
He pedido un chocolate, cuando le dije churros, la moza comenzó a mirarme con cada vez mayor cantidad de pecas y una estúpida interrogación. Como no supe explicarme mejor, terminó trayendo unas horribles donas.
Comencé, con discreción a mirar las demás mesas y no puedo notar indicio que me haga identificar a mi contacto. Solo pude observar a la misma mujer, que ayer vi a nuestra derecha, en la otra ventana. Recuerdo que simulaba leer una revista, mientras con disimulo de tanto en tanto miraba hacia nuestra mesa. Me llamó la atención la revista que pretendía leer, una dedicada a la caza..., eso me extraño. He aprehendido en esta actividad, a observar el entorno, buscando la posibilidad de una dificultad, un error es el final de una historia.
Comencé a observar a la mujer, con cierto desparpajo, en eso tengo cierta práctica y ella comenzó a violentarse al saber que dirigía mi vista e intenciones hacia ella.
En principio, observé su belleza, jugando al inevitable puntaje dándole un ocho, pues solo podía ver su rostro y las manos menudas que salían del frondoso abrigo de lana. Los dos puntos restantes, si se los concedo, debería ganarlos en la privacidad..., pensado esto, no pude mas que esbozar una sonrisa franca que fue notada por ella en un fortuito cruce.
Mi mente, en ese momento, transitaba por infinitos caminos, el cual mas disparatado, hasta que recordé lo del contacto, para hacerlo desaparecer nuevamente, al ver una cómplice sonrisa que se ocultaba en la inutilidad de una mano, que no tapaba la mirada cargada de picardía.
La mente continuaba burbujeante, hasta que apareció la incógnita del origen de la dama. Claramente no parecía del lugar, mas bien había cierta identidad con mis propios orígenes europeo, piel algo cetrina, cabellos castaños, nariz equilibrada entre unos ojos vivaces. La boca bien formada, colocada en el lugar ideal, ni tan arriba, ni tanto despeñada, como algunas sajonas que supe conocer...
Ya en ese punto, la mirada la tenía fijada en ella, como si fuese una presa en la mira y ella no dejaba de mirar por la ventana, seguramente deseando que me acercara a preguntarle alguna tontería y mostrase sorprendida...
Apuré el chocolate y me incorporé corriendo con torpeza la silla.
Ella se sobresaltó como un venado por el ruido y pude ver el rubor aparecer en su rostro, mientras llevaba inconscientemente la servilleta a los labios. En mi mente hubo una inundación de labios temblorosos tras la servilleta, eso oprimió mi pecho como un adolescente.
Llegué a ella y con mi mejor caballerosidad y pretencioso inglés, le digo buen día y auto nombro, con un espantoso Hugo en español arrastrado por mi pésimo inglés y quedo esperando su respuesta tras la servilleta y unos ojos capturados entra la vivacidad y el espanto.
“Soy Ana”, me espetó con cierta cortedad, dejando la servilleta y no sabiendo qué hacer con las inquietas manos.
Su acento hispano, me inundó de dudas, no pude centrar con precisión el origen de esa voz de indudable dulzura.
“Soy Ana y soy española”, agregó de inmediato, quedándose por primera vez quieta, enganchada en mis ojos, sin moverse diría sin respirar.
Muchas veces, he pasado por inicios ridículos, por entregarme a escuchar mi mente anárquica, pensando mil cosas locas. Por cierto, los demás han de verme envarado en tal circunstancia, tal como la veo a ella.
Por suerte, mi automaticidad social, hizo que entre tanto tomara asiento a su mesa, mientras su cara resplandecía como un sol amaneciendo.
De inmediato, el diálogo se hizo fluido pudiendo desplegar mis condiciones de hombre galante, un tanto lejano y con infinitas incógnitas, que hacen que las damas se sientan cómodas, maternales y por sobre todo curiosas, del hombre un tanto inofensivo que tienen delante.
Me conoces, si bien no soy un galán de cine, tengo lo mío, un aspecto varonil, la delicadeza de un caballero y modales de alguien muy viajado. Ya se lo que me vas a decir, para qué todo eso, si el desenlace será el mismo...
Te aseguro, que en esos momentos no pienso en eso, aunque invariablemente llegue a ese tipo de final.
Sabes como es lo mío, no puedo anclarme en algo serio y hasta definitivo, solo lograría lastimar a quién debería amar, no es un mundo a compartir, por mas de unos días.
Todos estos pensamientos lógicos de alguien responsable, se mezclan en un torbellino, con los más básicos deseos de un hombre que supone domina la situación de un encuentro casual con una bella mujer.
En este punto, supongo que ordené dos cafés y ya había tomado una de las manos de ella, con el pretexto de leerle las líneas en su palma.
Su mano estaba fría, e invariablemente caí en el lugar común de comentar con una sonrisa, si tenes las manos frías, debe ser por que el corazón está enamorado. Ella me miró con expresión pícara respondiendo, aún no ha habido tiempo.
El contrapunto continuaba, como una estudiada danza ritual y las cosas por las que yo estaba allí, sucedían sin saberlo, por lo menos a tiempo.
Como que en una mesa apartada, se había sentado Iván, el contacto al que debía entregar la documentación recogida por Beto. En realidad era un pequeño pendrive, cosas de la modernidad.
Me di cuenta que Iván hacía un tiempo estaba esperándome, por su expresión desesperada al llevarse a la boca el pocillo de café, que casi desaparecía entre sus dedos.
Apurado le digo a Ana, que debo ir al tocador, si ya se que es un lugar común para esos encuentros, pero en este trabajo, a nadie se le ocurre algo mejor, así que me levante y al ver que dos hombres se acercaban a Iván, me senté nuevamente y miré tiernamente los ojos de Ana, hasta que ella los cerró y yo la besé con interminable pasión.
Los dos hombres, te imaginarás vestidos con ropas oscuras y el mal gusto de los yanquees, levantaban la imponente humanidad de Iván, cada uno a un lado y salieron en silencio.
Aún no había terminado el beso, cuando todos mis pensamientos, sabían que tenía poco tiempo, para desaparecer junto a Beto y todo nuestro equipo.
Cuando el acople amoroso, terminó yo estaba con el rostro algo desencajado y ella no pudo mas que reír cómplice de la situación, sintiendo culpa por lo que dijo su apurada osadía, al besarme.
Los minutos, fueron un infierno, quería salir corriendo, avisarle a Beto y ejecutar el plan de escape, pero a decir verdad, no contaba con algún plan de escape y Ana tenía mi mano entre las suyas y no me soltaba.
Ella hablaba sin parar, contándome su vida, las razones de su estadía en ese recóndito lugar de Alaska, que había dejado un novio, que una amiga, le había avisado que era un traidor... Tantas cosa dijo y yo solo balbuceaba contestaciones sin sentido, queriendo huir, pensaba cuanto tiempo podía soportar Ivan el interrogatorio y decir que yo era su contacto.
Hasta que en un momento de lucidez, le digo, “ahora si debo ir al tocador”, me levanté y salí con la mayor naturalidad del bar.
En el ascensor, temí que ya estuviesen esperándome y ordené un piso superior.
Sentía mis latidos con la urgencia del miedo, siempre me conformaba con la comparación del montañés que caminaba por los despeñaderos, al filo del riesgo definitivo.
Con estos pensamientos, bajaba por la escalera sigilosamente y observaba si estaban, prudentemente.
Al no percibir presencias indeseadas, me sumergí con rapidez en la habitación, para despertar a Beto y emprender la huida con rapidez.
Beto se despertó sobresaltado por mi angustiado relato, tratando de ordenar sus movimientos, vestirse y juntar sus cosas en los bolsos y valijas.
Por mi parte, algo mas aliviado, inutilicé la información básica luego de asegurar lo importante y conservable. Preparé la documentación y “medios”, que consoliden nuestra salida, en caso de ser necesario.
Salimos al pasillo, con nuestras cosas y un tenso cuidado, esperando lo peor en cada ruido, tras cada puerta posible de abrirse.
Bajamos por las escaleras dos pisos y allí tomamos el ascensor.
Los cinco pisos que descendimos, nos mirábamos a los ojos, en absoluto silencio. Al menos en mi caso el corazón golpeaba rítmicamente el arma que llevaba bajo mi brazo. Beto desalineado, mostraba una palidez perlada por una insólita transpiración boreal.
Llegando le digo a mi compañero, paso por la recepción y vos te quedas a mi lado cuidando. Entonces Beto con voz temblorosa me comunica, que no tiene el arma encima.
Lo miro sonriente y le digo que basta con que se interponga entre las balas y yo..., tranquilizándolo con la seguridad que en el hall del hotel, difícilmente se arriesgarían a un enfrentamiento.
Se abre la puerta del ascensor y mi garganta se retorció como trapo de piso, al verla a ella, Ana, que se abalanza sobre mi, haciéndome reingresar al ascensor,ante la atónita mirada de Beto.
Subíamos, los tres, mi compañero, no entendió quién era Ana, pero aceptó su inocencia, en nuestra historia.
Tras la presentación, tras las disculpas por mi desesperación..., perdón mi desaparición extemporánea, le pregunté qué pasaba para este encuentro tan abrupto.
Con gesto admonitorio, me dijo que no es tonta y observó mi reacción y lo raros movimientos de gente rara, en el hall del hotel.
Esos pocos datos, llevaron a su mente femenina, a considerar una situación difícil, para mi, que estaba tratando de concretar con la torpeza de un caballero, el conquistarla.
Recuerdo que coronó sus dichos con un, nunca dejo para mañana, lo que puedo hacer hoy, clavando la mirada en mis ojos, mientras apartaba a Beto y me besaba con desparpajo.
Llegamos al último piso e ingresamos a su habitación, hube de decirle que estábamos en apuros, pues estábamos enredados en un asunto de espionaje de poca monta y que si tenía a bien alojarnos, se lo agradeceríamos, mi amigo y yo.
Ana, nos miró detenidamente y luego dijo que había viajado inútilmente, por medio mundo, tratando de darle olvido y sentido renovado a su vida, que la maravilla llegó a su solitaria mesa, esta mañana y que no habría cosa que la apartara de esa posibilidad.
Imaginen lo interesante de sus dichos y la lejanía de mi mente tratando de autoconservarse.
Beto se había sentado y observaba maravillado, pero no ajeno del peligro inminente en la planta baja del hotel.
De todas maneras,nos sentíamos a salvo, en ese reducido espacio neutral, que nos brindaba una mujer, también desesperada, aunque por distinto motivo.
Luego tras un espacio de silencio, ella dijo que Beto se fuera de la habitación, mientras que le aconsejaba ocultarse en la terraza, un piso por encima.
Soy un caballero y no daré detalles del espacio de tiempo transcurrido con Ana, pero fue un acto definitivo, que no dejaba nada para el futuro. Realmente no podría hacerlo, no por pudor , mas bien por talento.
En realidad eso pensaba, al salir de la habitación buscando a Beto, que suponía refugiado en la terraza.
Había dejado los equipajes en la habitación de Ana, pues pensaba escabullirnos por otro lado que no fuese el hall de entrada y con lo puesto, tener mas posibilidad de huir con mi compañero.
Beto..., ¿Dónde estará?, su ausencia me estremeció. Descendí por las escaleras, hasta el hall y solo hallé a dos peligrosos señores, simulando leer periódicos apoltronados en los sillones. Si, ridículamente cinematográfico.
Finalmente me escabullí por la parte servicios, con la naturalidad debida, en la cocina controlé los postres que se estaban preparando, degustando alguno y aprobando con el gesto a un sorprendido chef.
Hasta que una vez afuera del edificio, donde podía ser un fácil blanco, busqué un taxi salvador.
Se darán cuenta, que en estas delicadas circunstancias, es cuando no se encuentran los taxis. Parado en la esquina, oteaba como un marino en búsqueda de la costa, pero nada.
Cada tanto, me sobresaltaban los vehículos con vidrios espejados, entonces arreglaba mi corbata con la intensión de tener la mano dispuesta al arma, pues me defendería como sea, antes de ser capturado.
Pensaba en Beto y su destino, cuando un automóvil pequeño, frena frente a mi, apareciendo Ana que con mirada cómplice me invitaba a subir.
He pasado por muchas cosas en mi vida, pero esta circunstancia supera ampliamente lo ya vivido. Hicimos dos cuadras en completo silencio, hasta que le comento que perdí a Beto.
Ella sin maquillaje y mucho menos haberse lavado la cara, delataba haber pasado por una noche de excesos, cuando me indica que lo tiene en el baúl, yo curioso le pregunto, ¿Vivo? Y ella presa de una crisis nerviosa y tentada en una risa convulsa me contesta que si.
Luego, calmándose, me relató que cuando me retiré apareció Beto y le rogó pasar , pues alguien lo buscaba en la terraza y pudo escabullirse hasta la habitación. Fue entonces que Ana, le exigió una explicación convincente, o la obligaría a llamar a la conserjería.
Beto le contó todo al detalle y ella comprendió lo precario de nuestra situación.
En definitiva estaba dispuesta a sacarnos del brete incómodo en el que estábamos.
Circulamos unos kilómetros y paramos en un local de comida rápida, dónde cambiaríamos de ropas, en busca de una apariencia mas casual pues viajaríamos a otra ciudad y otro aeropuerto dónde podríamos alquilar un taxi aéreo.
Mientras almorzábamos, las hamburguesas con gaseosas, que Ana nos trajo mientras nos cambiábamos, ella me pregunta sobre qué buscaban esos hombres, de nosotros.
Yo en estas cosas tengo amplia experiencia y con algo de suficiencia le muestro de mi bolsillo el pendrive, mientras Beto ordenaba otra hamburguesa.
Hasta ese detalle, mi memoria es fiel, luego seguimos viaje y la modorra venció mi angustiosa alerta.
Debo decir, con honestidad que despertamos Beto y yo, en un furgón de carga rodeados por unos indigentes que trataban de calentarse con licor, mientras jugaban a las cartas.
Busqué mi arma..., el pendrive y mirándonos con Beto, comprendimos todo, afortunadamente en mi bolsillo hallé algo de dinero que gentilmente dejó esa mujer que decía llamarse Ana.
Les pregunté, a los otros, dónde se dirigía el tren y me contestaron hacia el norte, a las minas de oro.
- Autor: Esteban Couceyro (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 6 de mayo de 2015 a las 10:17
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 82
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