Retrato del que mira

Oscar Perez

Retrato del que mira

 

Como él ya no lloraba, por él llovía el cielo,

como no pedía más su plato de lentejas

la cocina cerró y sus ollas se oxidaron,

como no caminaba, sus zapatos

se llenaron de musgos y de un gato

que hizo nido en una bota malherida,

que durmió hasta convertirse en horizonte,

como nadie llamaba el viento oscuro

pasaba también de largo por su pelo,

sólo su mano reordenaba sus ideas

igual que sus cabellos, traviesos en la larga tarde.

Como él ya no sabía, nadie dijo

que lo que le pasaba es que moría,

así que sucedió que trabajaba,

que salía a correr, que oía radio,

que mezclaba una bolsa de té con el azúcar

de dos cucharaditas siempre en la misma taza,

luego dormía siete horas maquinales

y partía otra vez a dar clases a los niños.

Como no tuvo nada lo dio todo,

la nada de una casa humedecida,

la nada de unos sueños aplastados,

la nada de una noche con suspiros,

la nada de una aurora en que la ducha lo esperaba

junto a unos pantalones con papeles

en todos dos bolsillos de la calle.

Todo lo fue entregando agradecido,

y es que la luz le parecía un fiel regalo,

las manos un telar en que enlazar dos corazones

y la vida una red en la que caen

y salen ya a volar las mariposas.

Como no era poeta no mentía,

solía sonreír con las certezas de este mundo,

con las razones para odiar, con las excusas

para el robo y la ciega indiferencia,

y con la sana despreocupación de cada niño

frente al caos de este mundo y sus regentes.

El mismo no era niño, pero acaso

recordaba aquellos años sin premura

donde una mutua paz los reunía

a él y al cielo, al joven y su hermano,

pajareando en los domingos, celebrando

el día del descanso entre las uvas,

y al hombre y sus recuerdos, ya de tarde

de regreso a la casa y a algún fértil abrazo.

Como no le faltaba ningún sueño,

podía caminar por universos infinitos,

dejar atrás las horas de la angustia,

abrir de par en par sus dos pupilas

y ayudar a crear el cielo de la aurora,

allí es que se encontró con sus mañanas,

allí es que comprendió que es todo eterno, u

n mismo caminar a la alegría,

tan plácido y feraz como embarcarse hacia la nada.

Como no hacía falta, nada dijo,

tan sólo se quedó mirando el mundo,

tan sólo se volvió un fecundo abrazo

que recorre las calles esperando que despiertes.

 

http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/

 

15 05 15

  • Autor: Óscar Pérez (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 15 de mayo de 2015 a las 09:10
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 33
  • Usuarios favoritos de este poema: Melba Reyes A., Pepe Pnca
Llevate gratis una Antología Poética ↓

Recibe el ebook en segundos 50 poemas de 50 poetas distintos




Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.