Larga cena
Me alimento con perros, con caballos,
con parcas que no entienden de mi muerte,
con versos que hoy ha escrito algún hermano
y que mañana serán una camisa azul en los cordeles.
Me alimento del hambre de mi pueblo,
del puño de su rabia, de la noche
que visita sus sueños, sin ojos en que abrirlos
ni almohadas en que alzar mejores alboradas.
Me alimento del ruido de las calles,
de las máquinas que forjan utensilios,
como botas, paraguas, estatuas o baúles,
o lágrimas o semen o silencios o sepulcros.
Me alimento del agua de mis venas,
de la sangre de los ríos, de la lava
de los viejos corceles de la aurora,
que en ella beberán, como en mis labios sus palabras,
y en ella correrán, como quien ve por vez primera,
y en ella morirán, porque ya nada habrá de eterno.
Me alimento sin plato, sin cuchara,
sin boca en que moler tanta semilla,
sin lengua en que palpar la arena suave
ni el dulce saborear las olas de la nieve.
Me alimento sin fuerza, ya dormido
o bien cuando en el metro miro un vidrio
y en él veo reflejos de los rostros
que el mío mirarán, sin atreverse a hablar de nada.
Me alimento del tiempo, es lo que guardo
en todas las hendijas de mi cuerpo,
en el cuarto salmón de mi columna
y en la bolsa feraz de mis imágenes de niño,
lo seco bajo el sol de mis certezas,
pues sé que pasarán como los trenes del olvido,
pues sé que se abrirán como las puertas del que vuelve
y en esa misma puerta se abraza a los que esperan,
lo amaso con la fe de mis domingos,
allí donde el zorzal hizo su nido en las migajas,
allí donde el reloj me pone un plato siempre listo
y yo me voy a masticar nuevas verdades mientras como.
Me alimento sin ver de qué se trata,
tan sólo por vivir, por deglutir mis sombras,
por masticar las dudas de un tiempo incuestionable
en que se nace y muere sin que nadie te pregunte,
sin que los labios se amen, sin que el cuerpo
se encuentre en otro cuerpo, convirtiéndose en rocío,
sin que la vida entera presente algún sentido
y, si es que lo tiene, sin que nos demos cuenta,
sin que, de darnos cuenta, lo podamos llorar cuando partimos
o bien, antes, cumplirlo con la más digna sonrisa.
Me alimento del agua en que me baño cada día,
de la tela de mi piel, con que se abraza mi camisa,
del aire que recreo en mis pulmones tras el sueño,
volviéndolo actitud, aliento, saña inmensurable
de todo lo que doy, pues cuanto entregas
entonces vuelve a ti, pues sólo así tú te haces dueño,
no sólo de tu ser, de tus enseres, sino
de tu caudal de hazañas y de pasos por el mundo.
Entonces me alimento, como tú, del universo,
que en esta cena estás y yo contigo voy comiendo
un poco de la paz, un plato de la espera
y un célebre bocado de abrazos y alegrías,
así nos nutre el sol, y en el amor saciados somos,
hasta que hay que volver a alimentarnos de esperanza.
Me alimento contigo, puede ser cuando te beso,
y tú de mi meriendas, porque al fin la mesa es una,
es una sola fe la que del hambre se alimenta
y nos deja en el mantel la saciedad de ser felices.
Me alimento por fin de esta mañana
y, pues hay más que nunca, salgo a entregar sus muchos platos,
salgo a saciar el infinito que levanta su gran hambre
y que, en los sueños de todo y cada ser hambriento,
desde lo eterno y en lo humano nos cobija con su larga cena.
http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/
19 05 15
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Autor:
Óscar Pérez (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 19 de mayo de 2015 a las 07:54
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 21
- Usuarios favoritos de este poema: Pepe Pnca, Aquiles Mirmidon
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