Mi soledad es mala, Señor mío,
entra y verás sus mágicos fulgores
al porvenir va marchitando flores
y secando las hojas al estío.
Mi soledad, Señor, es como un río
de ancha maldad, bautiza de dolores
y en labios dulces deja sinsabores.
Es, al latir, volcán y desvarío.
Ya aprieta de una vez esta conciencia
de ser humano sin valor, ni juicio,
hazme vacío, piedra, nube, mancha;
o afina mi ilusión con tu presencia
que de haber sido cierta en un inicio
no hubiese sido nunca una avalancha.
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