Dulce inmortal adicción

Entré sigilosa en tu vida,
o tú entraste dispuesto a la mía,
como el Sol busca iluminar a la Luna,
o la Luna se deja avivar por el Sol.


Contradicciones que en realidad acentuaban
la ansiedad de una atracción temerosa,
afanosa de guarecer lo poco que tenía,
o recelosa de desatar el incipiente amor.


Dos millares de palabras enfrentadas,
más el doble de risas paralelas,
un beso súbito y deliberado,
suave y firme como soga de seda,
fino y sagaz como tinta de imprenta.


Impetuoso más allá de tu figura,
más que el vigor de tus abrazos,
la candidez dorsal de tu ternura,
y la gracia de donde amparas tus pasos,
más que la fogosidad de tus miradas,
o la robustez de todos tus encantos,
la fascinación que provocas en cada contacto,
más que las ganas de estar en tu camisa aprisionada.


Hay más, en la reconquista de una infancia,
más, en el aroma de sueños expectantes,
en la simpleza transparente exhumada
sobre alegrías tercas y extravagantes;
más, en la exquisitez de un reposo compartido,
en la madurez de dos pasiones ajustadas,
más, con placeres análogos y disidentes,
sé que hay más, aun más de lo pretendido.


Mi corazón de pronto apremia,
por causa un café, endorfinas y amor,
demanda redoblar y perpetuar
aquello que de extraordinario le ofrece
garantía, potencia, libertad,
felicidad, unidad, futuro y sabor.


Llena y radiante está siempre tu Luna,
segura, flamante, ávida de mayor esplendor,
el Sol que en sueños vislumbraba,
fuerte, asiduo, hermoso y sereno,
es quien la irradia con bríos hoy.


Tan sólo doce meses de intenso albor,
aunque el tiempo no imagina
que sigue en aumento este amor,
por los alborotos que incita
el suave criminal de su mandato,
roba, da, transforma alma y razón.