Soy un cadáver ambulante en este trágico mundo de moribundos; respiro, luego existo, siento que mi vida se acaba y que ocupo un lugar que quizá, no me corresponda. Me siento pero no me encuentro, estoy a punto de desfallecer, pero me aferro al deseo de seguir viviendo, por mi mente cruzan lejanos recuerdos de mi niñez, veo familiares al otro lado, aferrados a su existencia para no dejarse llevar a la eternidad. Unos cual grotescas calaveras deambulando, otros con máscaras de payasos como burlándose de los que estamos en el turno que ellos alguna vez tuvieron, no me quiero ir, no quiero dejar esta vida, tengo miedo a lo desconocido, quisiera que me hablaran de lo que está en su mundo, pero no, me dan ganas de preguntarles como es, pero no los escucho, no me hablan, se manifiestan por señas como si me quisieran decir que me están esperando.
En medio de mis estertores siento un frío que cala mis huesos y me corta la respiración, ¿será esa otra manifestación de que se aproxima mi hora? Se abre la cortina que me separa de quienes como yo esperan la caridad de ser bien tratados ¡no como moribundos! Piden piedad, de pronto aparece una enfermera con un protuberante culo del tamaño de una batea de madera de ébano a la sala de cuidados intensivos donde me hallo postrado, no los vuelvo a ver, ¿será que se fusionaron en las nalgas de la enfermera? no los veo, pero sé que andan por ahí, “no los oigo” pero si les escucho sus risas macabras.
Seguidamente entra un médico, viejo, flaco y lánguido como la misma muerte vestido de blanco, me examina los ojos como queriendo mirarme por dentro, ¿será para saber si aún vivo? como que no vio nada porque luego intenta mirarme por los oídos, por la nariz, por la boca, ¿Qué busca? ¿Se le perdió algo dentro de mí? ¡No sé! ¿O tal vez vino a examinarme para ver si soy apto para ingresar al infierno? ¡No me quiero ir!, yo no he hecho nada, este es mi sitio, soy del mundo de los vivos… finalmente me inoculan algo dentro de mi cuerpo y me empiezo a desvanecer, paso de este mundo a otro hasta ahora desconocido. Desgraciados, ¡me mataron! Acabaron con mi vida, ¿eso era lo que querían? Pero les juro que regresaré y me vengaré, les haré la vida miserable.
Ingreso a lo desconocido por un gigantesco túnel en forma de espiral que se va reduciendo a medida que avanzo, ¡es interminable!, me estoy volviendo loco, ¿será que los muertos también nos volvemos locos? ¡Por Dios! ¡Que alguien se apiade de mí! me estoy largando para el mismísimo infierno y no me dieron tiquete de regreso.
En este viaje a lo desconocido veo luces fosforescentes, arco iris que explotan como si fueran juegos pirotécnicos, coloridas y brillantes auroras boreales, relucientes destellos de luz dorada como si estuvieran regados con polvos de oro, de pronto me asalta la obsesión de culminar mi tránsito por ese corredor, ya que veo que la luz al final se está desvaneciendo y me asalta el temor de quedar atrapado en ese túnel sin salida y… ¿Dónde quedo entonces?
Finalmente salgo de ese laberinto y llego a un sitio donde cristalinas cascadas vierten sus aguas sobre piedras fosforescente, que al derramarse sobre ellas; emiten sonidos como si fueran líricos himnos de la naturaleza, El sol resplandece intensamente, pero no me quema, no tiene rayos ultravioleta, enseguida me doy cuenta que la capa de ozono esta restablecida completamente, me sumerjo en un agua tan gélida que casi se congela pero no siento frío, hay muchos árboles con jugosas frutas para el deleite de mi exquisito paladar, pero mi preferido es el de los mangos de rosas, sin embargo, no he comido ninguno aunque están muy provocativos, no siento hambre.
Han desaparecidos mis dolores en las rodillas, columna y demás articulaciones, corro, salto, nado, pero no siento cansancio, me sumerjo en manantiales de aguas tibias y cristalinas, veo aves de mil colores, que trinan como si fueran la sinfónica de la naturaleza, coloridos peces que además de nadar saltan y vuelan fuera del agua, jugosas frutas picoteadas por pájaros parlanchines, “que no me toquen los mangos de rosas” mis preferidos, abejas que llegan a las flores y las ordeñan como si fueran vacas para luego llevar sus cantaros llenos de polen convertidos en miel a sus colmenas donde alimentan a sus orugas emitiendo con sus alas un zumbido que además de refrescar la colmena, suena a música celestial.
¡Carajo! ¿Dónde estoy? esto es mejor que el mundo de donde me desterraron, ¡esto si es vida! los muertos son ellos. Me dan ganas de pellizcarme para saber si estoy soñando, pero…no, mejor no, ahora si estoy viviendo de verdad, estoy en el cielo; esto es el Paraíso, “que viva la eternidad, por fin soy libre, soy feliz.
Después de “Volar” por su imaginario mundo; al paciente le fue disminuyendo la euforia producida por la morfina inyectada por la enfermera en sus venas y a medida que regresaba de su “Fantástico viaje” se daba cuenta que su mundo de quimeras llegaba al final y volvía a la triste realidad de muerto viviente. No me regresen, no quiero volver donde la enfermera culona que me inyecta, yo no he hecho nada malo para que me regresen del paraíso, no quiero volver con el médico de la muerte a su mundo de idiotas útiles, déjenme escoger lo que “Yo quiero”, no me quiero volver a morir en su mundo de mierda, déjenme vivir donde yo quiera vivir. De nuevo entra la enfermera con un supositorio en una mano y un vaso con agua en la otra, “A ver viejito pórtese bien que esto no le va a doler”, no le bebo más pastillas con agua, las quiero con jugo de mango de rosas o no me las tomo, esta no es tomada le dice la enfermera, ¡a no! ¿Me la va a inyectar también?
En vista de que su paciente; se resiste a la formulación del médico, la enfermera cambia de planes y saca de su bolsillo una pequeña píldora azul y se la da, acompañada del vaso con agua estéril, haciéndole creer que era “jugo de Mangos de rosas que él había visto en su “Viaje” y nuestro paciente se vuelve a dormir profundamente sin volver a vociferar por el resto del tiempo que le quedaba. En su agónico saldo de vida, no volvió a ver la luz al final del túnel, durmió plácidamente y pasó esta vez; a la oscuridad perpetua creyendo que no le habían introducido el indeseado supositorio, no volvió a ver al lánguido y flaco medico con cara de cadáver, tampoco a la enfermera con culo de batea de ébano, ni volvió a soñar con los mangos de rosas, sus preferidos. Sigue durmiendo plácidamente esperando que alguien lo despierte y le diga, que ahora “Si se murió”
EL POETA DE LOS RÍOS.
- Autor: juan sarmiento buelvas ( Offline)
- Publicado: 27 de junio de 2015 a las 13:22
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 28
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