LA REVANCHA
(cuentito)
Siempre supe que era enigmáticamente peligrosa. Y aunque nos amenazaba borracha no había que subestimarla.
La mujer nos aborrecía.
Y renegaba hasta de sus “mejores” recuerdos y de los únicos seres con que contaba en la vida aunque sea para odiarnos.
Su encono enfermizo era para su hijo, para su esposo, que era mi hermano y especialmente para mí que tanto la ayudaba.
Engañada por crueles espejismos de sus elucubraciones unicamente encontraría la paz en el desquite por el odio mismo.
Y en la venganza, como en el amor, la mujer es más bárbara que el hombre.
Jamás debimos subestimarla.
Los cuatro, que éramos la familia, comenzamos a beber al anochecer, y yo hasta perder totalmente el conocimiento; las borracheras entre nosotros eran como las peleas, muy intensas y hasta el final.
Después del coma alcohólico y de la violenta evasión etílica, desperté.
Lo primero que sentí fue el dolor insoportable de mi cabeza que explotaba en pedazos como una bomba.
Inmediatamente supe por el olor nauseabundo que estaba tirado en el viejo y abandonado excusado de chapa a veinte metros de la casa.
Sin duda ya era la mañana porque se filtraba una leve luz por las juntas de las planchas de lata con los palos de madera que las sostenían.
Entre mi deshidratación, el calor que aumentaba rápidamente y la repugnante atmósfera traté de incorporarme entre las arcadas que me producía la náusea.
Pero me resulto imposible moverme ya que alguien había puesto su industria en la labor de sujetarme con lonjas de cuero a un poste de los que mantenían de pie al galpón.
Cuando moví un brazo mi mano encontró el cuerpo tirado en el piso entre la orina y el excremento secos propios del lugar.
La sangre viscosa por lo coagulada me empapó la piel.
Enseguida mis dedos tocaron la rajadura que casi separaba la cabeza del torso de mi hermano degollado.
Mi sorpresa hizo brotar un alarido de mi pecho ante el cuerpo muerto y fue respondido desde el exterior del excusado por la carcajada demente de la mujer.
Mientras me embargaba la incertidumbre y vacilaba mi cordura ocurrió otro hecho espantoso. El vientre de mi sobrino estaba abierto por treinta centímetros de un tajo que desparramaba sus entrañas por el suelo donde estaba muerto.
Y mi aullido animal se oía como el bramido de un alma en pena sin perdón.
Desde el exterior del galpón llegaba la carcajada endemoniada de la asesina que ponía un marco de satanismo a la escena.
Ya el calor era intenso en el pequeño retrete por lo avanzado del día.
Pero el aumento de la luz me permitió observar varias víboras de coral, muy comunes en los bosques cercanos, puestas a mi nombre.
Se mantenían pacificas por no sentirse amenazadas y no pensaba ser yo el que las alborotara.
Dentro de mi espanto observaba sus bellos anillos rojos, negros y amarillos que se movían con la mágica lentitud de los reptiles por sobre los cuerpos asesinados.
Seguí manteniéndome inmóvil durante un buen rato y la curiosidad y el odio irracional de la mujer hizo que de un momento para otro abriera intempestivamente la puerta del galpón y trastabillando ebria cayera en el piso rodando entre el nudo de víboras y fuera mordida por los colmillos letales.
La enferma me miró por última vez con ojos de un reproche infinito.
--¡Te odio por todo lo que me diste!, dijo.--¡Los odio por humillada!, agregó.
La soberbia, en caso de recibirse favores, puede ser molesta en principio y tornarse en agobiante y generadora de odio irracional por parte del que los ha aceptado.
Hay situaciones en que los sentimientos de obligación que lleva implícito el agradecimiento pueden volverse en resentimiento mortal en contra del magnánimo.
Hay un sarcástico y oscuro dicho bearnés que dice:
“¿Por qué me odias si no te he hecho ningún favor?”.
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- Autor: juan maria ( Offline)
- Publicado: 27 de junio de 2015 a las 14:37
- Categoría: Sin clasificar
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