Pasaron varios abriles, más yo
fielmente creo que fue un febrero.
La bóveda celeste abría paso a los rayos
del sol mientras la brisa jugueteaba con mi
cabello; sin embargo, ahora que lo pienso
pudo haber sido cualquier día. Todos transcurrían igual.
Se rompía el cielo cuando en el crepúsculo la vi partir;
la frente en alto, la melena a un lado, un cigarrillo entre
el dedo índice y el medio, el bolso con sus cosas y las manos
limpias.
Nunca miró hacia atrás y yo desistí en mirarla cuando las cuencas
se me nublaron entre la calle octagonal que llevaba a nuestro hogar-
o lo que quedaba de él-.
Me quedé con su recuerdo, hacíamos el amor a oscuras cuando el astro
brillaba sin yo darme cuenta; manteníamos conversaciones de aquellas
donde idolatraba su par de senos que con tal sutileza posaba
en mi espalda. Me quedé con su alusión y el agujero de su mejilla derecha,
con la lengua viperina y juguetona que recorría todos los espacios de mi cuerpo;
arriba y abajo.
Me entregué a su desdén como la única muestra de amor real
que le conocí, haciendo un espacio entre el sostén y la máscara que usaba en
el rostro; me busqué entre las cenizas que dejó caer en el cenicero amarillo
y las sábanas carmín que se vieron teñidas de rojo, entre sus lágrimas ficticias y
todas las palabras que se vieron extinguidas como el fuego de mi ánima.
Se fue, se llevó todo; pero su recuerdo aún queda merodeando los pasillos
angostos de mentiras, con el sexo húmedo y sus dedos atados,
con las cartas sin ningún destinatario y el agujero de su mejilla derecha.
- Autor: Sue P (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 8 de julio de 2015 a las 16:36
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 48
- Usuarios favoritos de este poema: Edmundo Rodriguez
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