I
Olínala, pelearon las aves tu territorio
en la profundidad donde los cantos brillan.
¡ay! Tierra mía, más mía cuando no eres de nadie.
Pueblo estro, en ti el verso estalla,
se abre la brevedad, oh ruta de la centuria,
!saca del cieno lirico el nombre del náhuatl!
¿A quién guardas? oh pueblo hundido, hunde la furia
de las alfalfas catárticas y alza el lejano
arte de los apócrifos artesanos. Qué lado
le hallaron a los luengos barros de los quebrantos,
en las tardes de ajorcas y fardos de los viernes.
Desátame las alas cansadas que no llegan
¡ah! ya las aves duermen en cajas de lináloe.
II
De tus castas zanjas, piedra azul, olores secos,
ahí, donde peligra la zozobra de etnias
andantes, el ruido de los huestes, y más de los
límpidos hombres que aguardas heridos en ramas
de obeliscos, yo pondré de ti, entonces luego,
las ceibas de lo ignoto, maduras a la veste
de la cascara, oriunda tal vez de mi ruego,
y tú, olinala, derramaras la ya agreste
madeja de la memoria, y callas de repente
tu voz ardua, sin mausoleo, todo a repente.
III
Posó en la espiga el hambre de la garza lejana
y también posó el vuelo de otras aves galenas,
para algo servirá algún domingo. Olínala,
no me dejes entonces las eruditas iras.
Olínala !no me escuchas entonces!, entonces,
una alegre mía a ti te escucha en los halitos,
y cubro lo lejano, y entonces yo la cercanía
pinto, donde alguien duerme de ti, !oh!, ya Olínala,
lo que ya no te sirve ahora, al otro año
quizás sea un abono al beso o a algún trasto.
IV
Cuando a tu vientre se expandieron los verdugos
y la palabra de los cuervos a la palmera,
tú equipaste las sombras del invierno,
las planicies, las rocas de seno. Puse nombre
a la coima, a la amante y a la épica era
de las zanjas, oh raíz de la espina, erial clamor,
echa el sueño lúgubre del pecado al paramo,
el fuego al velamen y las manos al barro.
Olínala, alguien canta una sequedad y entonces ella,
ella llora una prosa oceánica sin sabor a lináloe.
V
Se enganchó el hombre a tu barbecho y a mil cosechas,
dormían en el visaje las yuntas que levanta el hombre.
Yo soy el orbe ido en las mañanas de octubre.
“adiós” me dijo el llanto del copal ardido, y todo queda
en ti, olinala. Bajarán montanas esperanzadas,
con rastros de los huestes y un ganado adufe del rocío,
Y no podrán, no podrán tumbarte aquellas pascuas
de las arecas temporales. Ellos cantaban
tristezas hondas y desfiles aromáticos,
y en ti, Olínala, tan quieta la borrasca se moría,
oh llano surcado, tú podías alimentar el arado,
y al hombre, y a los ecuestres de su libre pena.
VI
será la arboleda vida en manos de los caídos
y de los armados que buscaban con lebreles
la estatua de la carne y el fuego en los sonidos,
se perderán en la temporada de los rieles
ausentes. oh aquellos hombres, oh y aquellos nardos
heridos de balas avales contra el vergel
abierto. Ya han puesto libre el fuego los armados,
y se sueltan guturales vuelos, el lebrel
corre, un ojo ha dado, ¡ay bala desterrada!
has ido ya contra la vida, la vida y todo.
VII
A ti se han surcaron el vuelo de los cuervos
y su pico de arco moderno por las tardes,
se abrían a la humedad en las alas prolíficas.
!Acequia, tú pintabas dónde nacía el copal!
y el verdugo en la loma se llora de tiempo,
de barbechos y arados rotos, y él tan entero
con la madre al rebozo de gloria tendido,
y llueve a ti, solo a ti, oh el hombre, fiel cansado
al ocio de la nube y al trago del cántaro.
Olínala, no seques ni la mal panacea.
VIII
oirás, oirás musitando reversas del pecho.
!y los septiembres, ay, los septiembres! van bermejos
a mis ocultas venas titilantes, y al barbecho
de pronto le nacen voces de caminos ajenos.
Mas de ti, pueblo golpeado del hacha, oirás
los arpegios más crueles de los más solitarios.
¿Dónde te hirió el arado? ¿En qué parte de tu boca
acudió el mamífero por el mies enterrado?
Ya fueron caídos mil hombres del barbecho,
llevaban de regreso la fuerza dormida.
IX
Te miraron los albañiles el santuario ampo,
los vidrieros fueron a las aguas de tus presas,
y los carpinteros se despiertan bajo el campo
pero no encontró el herrero bajo las dehesas
el corazón de tierra. !Fugitivo paramo,
toma el gesto de la luz inmigrante!, aquello
acude al pintor y acude una luz sobre el vello
de la estatua, dejarme, pintores, aquel ramo
del reflejo de la luna pordiosera, solo
después, ¿cuándo es entonces? El reflejo calla.
X
Te cubre el adagio de marzo y el cierzo
de septiembre. Han vuelto las garzas en el aluvión.
!canto de la loma!, arparas en el esfuerzo
las paredes casacas y las calles de traición.
¿Cual incienso me recordó tu historia ubérrima
y tu historia de perfume? entonces, en comparsa
van, bailan los enamorados una decima
noche abyecta. Fue la blancura de la garza
la oruga de tu pecho. Oh campo, en el surco se abre
el mes del esqueje y los adláteres del poeta.
XI
Tembló la apología del tiempo en ti, ya la garua
cae de miedo y la altura muda acerca las dadivas
del verano, y yo la espero como a una orquesta.
¡Oh coima del llanto! nadie te vio e ibas vestida.
¡Oh injuria de mi sangre! el latido nace del que se muere.
El pueblo canta, y ya no estás el tres de octubre
y el arte del olor se pinta de ahora y verde
y ya no estás, plaza antigua, quizá pitada.
Los vientos de febrero ya han pasado, ¡terribles!
menguó aquel viento que nos escondió el tacto.
Esmeralda, te cubrirás de las épocas andantes,
Y de tules secos naciendo en las ramas del Oeste.
XII
Me fui a ver tus cerros desde lejos, oh pueblo,
oirás musitando un pecho en proclive, y si la
prenda que yo te llevo, arde por la sequía afable,
!oh! no te apures, fui enamorando los lados
de su cuerpo, poniendo ajorcas a su labial
tacto, y con ella iré buscando la tarde en los
soles de las flores, !ya, amor en el páramo!
A ti va el onirismo de montes y pichones,
la fiebre del vuelo, el cuervo blanco y lejano,
oh más lejano de dónde vengo consistente.
XIII
Te estoy pintando cercanos viajes
con la ansia de que llegues pronto.
¿A quién pertenecen tus mares y dedales
o el gozne de las póstumas calles desleídas?
¿De qué era el género de tu tacto
y tus manos marinas?
Murmuran ya las catervas voces,
¡Ay pueblo!, déjame el cañón de tu boca
y el cuerpo de las magnolias épicas
en los alzados barrancos delirantes.
Ahí se desvistió aquella, la bizma del consuelo
y ella sabe a los quebrantos de las tejas
en caricias de borde y montes de pena aromática.
Vuélame las ansias de mi pecho, por ahí,
por donde apaciguas el cariño del horizonte,
¡ah!, y no olvides que se calla la eternidad…
y ella todavía en la tarde se acercaba a ti, Olínala,
por los luengos inviernos catedráticos.
XIV
Se hundió el sol como la púa
en la guitarra de mi abuelo
Y el atardecer sonaba como a tu voz
¡Amada! Sentí lejana tu hora,
Ah, hora que vive de la distancia.
Te quise de barro, pueblo y mujer,
no por roja sino por oculta
en las pupilas del tacto alado.
Olínala, hijo de tu mujer soy.
Y no más, no más, nada escribiré
ni en la cruz alzaré la sapiencia
o una mundana metáfora tardía.
Y si en la profundidad con la que brillas
la centuria deja huellas minúsculas
de arenas y cañuelas heridas,
a tu suelo cerraran los ojos los heraldos
Y la niebla temblara en un sueño.
Escribiré después, desde el ruido,
desde las cascadas tiernas,
Y el pelo de gato en los pinceles
se usará para dibujarte como eras.
¡Te olvidé al final del recuerdo!
¿Cuál recuerdo? ¿Cuál final? ¿Cuál eres?
En alguna barranca de ti
Irá a mascullar una zorra en la piedra
Y aludirá mi verso, Y un canto de ave mi voz
¿Te habré perdido?
Algo ha de olvidarme
Quizá ella mientras duerme
Quizá yo mientras la amo.
XV
Para nacer me olvidé de la muerte
Y del cuadro de la resistencia.
Tres ruidos heroicos pasaron esta tarde
Y el ala que conoce el orbe
cayó en las ramas de la quina.
“¿Quién te espanto las playas
Y los senos que me han herido?”
Pienso eso de vez en cuando.
La arena te arrastraba la tormenta
a la manera de ser amante.
Olínala, no morirá el olor desnudo del copal
en la bravura de los dedos silencioso,
zarcos, anclados y tiestos,
tan afables a las raíces de tu pecho hundido
donde no rascaron más las aguas.
No nacen las heridas sin penas.
Quizá tú rompes la calle sin perfume
y dices palabras de amor que ahora no oigo.
Yo vengo, yo voy, se me ha secado la sed
y miro al otro lado y una mujer
baila con una flor en la mano antigua
y entonces, otrora, yo la hubiera amado.
Todavía huele a perfume de hace años.
Me nace la sed de nuevo
¡Tanto pecado fui yo de amante!
Ella se extingue de pronto en el reboso,
como negando sus luengas manos de caminos
Y los labios de la monarca siguen besando flores,
Idilios y la efímera hora agonizante.
¿Por qué las aves no respetan la frontera?
También iba yo a buscar tu tacto entre ellas.
Amé de ti las guerras que no comienzan
y los pleitos de un beso
a los que les sobra el tiempo y la fuerza.
Olínala, cubre ya el numen catártico,
no estaremos lejos tú y yo,
si acaso, en la distancia de la palabra.
Olínala, en algo servirá lo que ya no nos sirve,
un domingo tal vez, tal vez en la parcela,
tal vez en el alma que no se nos murió en las sequias,
Olínala, el tres de octubre y la esmeralda,
Algún día nos harán falta.
¡oh cuerpo de la pausa, en tersa brisa ululante!
¿Escuchas nacer un amor frenado,
desde las dinastías alumbrantes?
¡ay! Cae tu voz, tu nota en el ínclito canto.
- Autor: el poeta del abismo ( Offline)
- Publicado: 5 de agosto de 2015 a las 00:21
- Comentario del autor sobre el poema: ...a mi pueblo.
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 139
- Usuarios favoritos de este poema: santos castro checa, Cecilio Navarro, María C., JesusGodoy76
Comentarios3
Qué hermosa descripción!!!!
Un placer pasar por tus letras amigo.
Cariños de Ines Ine
Una riquísima oda a tu pueblo, con el lirismo que te caracteriza, buen poeta, poeta del alma.
Abrazos fraternos, compañero.
Me gustó conocer Olínala, y una muy buena descripción haces de tus raíces.
Un saludo
Estuve en el abismo buscándo su esencia, me alegro haber encontrado de nuevo a Lorept ahora..
Saludos
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