Hay regalos que no son bien recibidos. Como ese cactus que nos obsequió Nelly, la vecina de las torres.
En seguida fue motivo de discusión con Delia, mi mujer.
¿Para qué sirve un cactus? ¡Solo para pincharse al menor descuido! -Le increpé.
Delia se envalentonó con mi ignorancia, y contraatacó rápido: ¡Este da flores! ¡Ves que no sabés!
Para no hacer totalmente deshonrosa mi derrota, repliqué: ¡Entonces ponélo en un rincón donde no joda!
Y así quedó sellado el destino final de ese antipático ser. En tres o cuatro cruces verbales más, acordamos su ubicación provisoria.
Fue a parar junto a la medianera, al lado de la última fila de baldosas. Como pidiendo permiso al cantero que de lástima, le regateó ese pedacito de tierra junto al patio.
Pasaron varios días, no muchos, y unos brotes prominentes comenzaron a llamar nuestra atención.
¡Ves! ¡Son pimpollos! Me espetó triunfante mi esposa. ¡Son brazos que le salen! Esgrimí por toda defensa.
La segunda noche tras el descubrimiento, me anunció otra conyugal derrota. Cuando la penumbra se fue imponiendo sobre el atardecer del jardín, una hermosa flor blanca se abrió paso en la sombra.
¡Cosa rara este cactus! – Pensé. Da flores, ¡pero de noche!
Recién mañana podremos verla bien – Le dije a Delia.
Mañana será tarde – Me contestó. Volverá a cerrarse y nunca más se abrirá.
La tristeza me invadió un instante. Entonces, busqué una linterna e iluminando desde muy cerca, admiramos aquel capricho de la naturaleza.
Pensé mezquinamente: ¿Qué sentido tiene la belleza, sin exposición ni goce? ¿Como valorar un espectáculo tan efímero?
Todo me resultó curiosamente extraño. Nos fuimos a la cama con la esperanza de despertar con un milagro.
Cuando el sol volvió a imponer su energía vital, el cactus ya había consumado su venganza, ocultando su obra de arte.
A aquella flor le bastó una noche para alcanzar su plenitud. Le alcanzó un mísero rayo de luz reflejado en la luna, para enrostrarnos su gracia natural.
Me pregunté: ¿Cuántas más cosas bellas habrá en el mundo que soy incapaz de apreciar?
¿Cuántas más cosas hermosas para descubrir?
La llegada del sol, me vistió de impensado luto. Todo es cierto. Ha muerto mi flor de cactus.
- Autor: argentino nadies (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 15 de agosto de 2015 a las 11:56
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 39
Comentarios1
Flor de una noche, la tengo trepada por la pared de mi patio y da más de una docena de flores. Esta es blanca pero busqúe por internet que puede ser de otros colores.
Es enorme la flor y bellísima.
Te ha quedado muy entretenido el cuento.
Abrazos.
¡Gracias Princesa! Ciertamente el cuento tiene mucho de real. La fealdad de ese cactus me hacia impensable una flor tan bella. Ha dado varias, pero de a una por vez.
¡Te saludo guerrera!
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