Porque a llorar también se aprende. No basta con fruncir el ceño y dejar caer un par de lágrimas, para que sean seguidamente desembocadas en la comisura de los labios.
Uno debe vestirse de buzo y dejarse caer, de espaldas, hacia lo más profundo del océano. Ahí donde no llegan los peces de colores, los rayos de sol ni el reflejo de luna. Allí donde el silencio le gana al ruido del viento, donde la quietud prevalece sobre el oleaje de la superficie. Donde la oscuridad nos obliga a mirar lo verdadero. Y quedarse, por sobre todas las cosas permanecer. Recién entonces, sin distracciones, uno puede dejarse penetrar por la sal del agua, empaparse el alma y llorarse a mares.
- Autor: Antonela Chiussi ( Offline)
- Publicado: 31 de octubre de 2015 a las 21:03
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 22
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