Carta de París.

El cielo nunca olvidará la noche que era nuestra noche, y sonaba la melodiosa música perfecta bajo el encanto de tus rojos rizos recaídos en tus blandos y penetradores ojos castaños, que veían con tez pálida la vibración de mis labios ante el temor, el miedo, a decirte en aquella noche de abril, cuanto deseaba estar contigo. Ahora le doy gracias, no al cielo, sino al Dios del cielo por poeta, por dejarme ver tus dulces ojos una vez más, esta ocasión no agarrada de mis manos, pero siento todavía como nuestros corazones necesitan encontrarse y estar juntos, pero es imposible, pues aquella luna llena fue testigo del temor que invadió mi ser y me impidió decir cuanto te amaba, desde entonces, mi hermana, mi mejor amiga, ha sabido amarme, pero no de la forma que me haría sentir feliz, la mujer que tanto he amado, yace en los blancos brazos del hombre que hoy, se convierte en su esposo, lamento tanto que esa noche el cielo no hubiera hablado, lamento aún más no haber sido yo quien hablara, pues todo hubiera sido diferente. Hoy, despido al amor de mi vida que se va de viaje, a un lugar muy lejos de aquí, y mi corazón llora desde antes de la despedida saber que seré yo quién se va antes que tú, mis maletas están listas, creo que las tuyas también, a diferencia que la mí está incompleta, yo estoy incompleto, y eres sólo tu quien me puede completar.