Vivir-se.

Intenso. De emociones yuxtapuestas. Agradezco cada una de ellas transitadas, sentidas, vividas. Las risas en todas sus formas y colores, las lágrimas más pesadas, la felicidad plena, el dolor más agudo. 

Miré y admiré. Me asombré, tuve miedo. Conocí, desconocí, reconocí, descubrí. Ví con ojos de ayer y de mañana. Amé, aposté, gané, perdí, abracé fuerte, dije hola y dije chau. Grité con todas mis fuerzas. Volé, me caí, me lastimé. Me levanté. Enseñé y aprendí aún mucho más. Volví a ciertos lugares. Respiré y exhalé. Sentí que me faltó el aire, también.

Pisé la arena mojada, me zambullí en el mar. Me obnubilé ante las montañas y los témpanos de hielo. Mi cuerpo sintió el calor y el frío. Y mi alma también. Leí, escribí. Me sobraron palabras (y me faltaron). A veces elegí y otras no pude. Navegué lagos, me acerqué al río. Sentí al viento. Pisé el pasto descalza. Regué plantas. Medité. Bailé. Canté. Trepé telas y me puse de cabeza al mundo. Y también sentí al mundo dado vuelta, estando parada sobre mis pies.

Compartí y partí sin irme. Y estuve, yendome alguna que otra vez.

Me sentí completa, desbordada y vacía. Y a veces al mismo tiempo.

Me sentí intensamente viva.