No se siente sino un profundo malestar inmerecido
cuando, tras negarte a ti mismo el poder del tiempo,
piensas nuevamente en aquél antiguo recuerdo
que vaga por entre las sombras del olvido.
Y no pudiendo sino recordar apesadumbrado
aquél fugaz destello que iluminó mis párpados,
desprecio las perpetuas llamas que me miran a diario,
intentando rescatar el afecto que se me escapó entre tus manos.
Y si alguna vez confieso quién me arrebató la sangre
y vuelve ella de entre las sombras y me abraza,
volverán a abrazarla mis abrazos
y mis ojos mirarán dulce y nuevamente su cara,
mientras le preguntan, sellados, mis labios:
"¿Quién eres tú y qué le has hecho a quien amaba?"
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