Virueva Yorkus
Aquí me maldices,
con tu boca entera, partida,
saciada de lengua
errante.
Te acarician mis pupilas
en tu carne, en mi lucha,
te adorno por mil bellezas
si tu risa ya no es mucha.
Te consuelas como las hojas,
verdes y dormidas, como
las que caen de
a poco en tus senos cuando
te siento en verbo y tan salada
que empalagas.
Santo rosario,
cascabel de poco ruido, mira
tus manos hoy, solo
son recuerdo entre
cenizas y tus uñas encarnadas
apoyadas en
temblores.
Te acarician mis pupilas
en tu carne, en mi lucha,
te adorno por mil bellezas
si tu risa ya no es mucha.
Circunvolucionan tus afectos cargados de horizontes sin retornos.
Trementina de locura ebria de gruesos placeres inventados.
Te veo en mi patria
oculta, arrinconada entre gustos de
pastillas en sobra y vómitos que ulceran el piso.
Te veo la mar y ojos en agua
siendo perlas,
llamas extintas,
mi sonrisa en su reflejo.
Te acarician mis pupilas
en mi carne, en tu lucha,
te adorno por mil bellezas
si tu risa ya no es mucha.
Los dolores son dulces
cuanto más amarga es la espera.
Y eres arrogante con
tu paso filoso, con los cuencos
de morbosidad que
desatan tus hilos, que rueda
en tu cabeza, y que mi
mente no deja ver algo más
que no forme parte
de tu intenso rostro.
Me encuentro junto
a ti, cuello falaz,
que te muerdo cada noche
con cada sbornia soberbia
con la que
me rechazas por mi ser,
pútrida imberbe!
- Autor: Franz Talíthier (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 7 de febrero de 2016 a las 15:13
- Categoría: Espiritual
- Lecturas: 78
- Usuarios favoritos de este poema: Hugo Emilio Ocanto
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