I
Nada más abandonar de la última parada de metro y buscar un taxi para llegar al campamento de refugiados de Idomeni sentí un profundo asco de la misión que me había encomendado la reina de Inglaterra al contemplar a menos de cincuenta metros de la puerta de Idomeni lo que era ese lugar. Bajaba un viento helado del monte Olimpo que hacía bailar en corros enloquecidos densos copos de nieve que caían sobre los toldos grises de las tiendas de campaña y las ollas de comida. El suelo era la propia tierra que formaba una masa grisácea y sucia con alguna lombriz que salía del suelo encharcado a respirar. Se formaban charcos con un dedo de hielo que se fracturaban con las frenéticas pisadas de los refugiados. Las voces humanas de los refugiados, sobre todo la de los recién nacidos se mezclaban con la del ganado de ovejas que ramoneaba fuera de las alambradas , en libertad, en un inmenso valle lleno de cipreses, pinos, carrascas, arbustos de bonji, romero, laureles, rogles de tomillo con sus diminutas hojas moradas o blancas inmensamente odoríficas , ajedrea, te silvestre….
Los guardianes que custodiaban la puerta, apoyados indecorosamente sobre una especie de murete observaron mi pase y me dejaron entrar por un pasillo entre alambradas con el suelo empisado formado de palet como los que acostumbran aponer en las playas de España para que los turistas no se quemen con la arena caliente. En este caso, protegía débilmente del barro ya que en algunos tramos el fango se había tragado el palet casi completamente y la suela de los zapatos se hundían. Mi pie notó la terrible humedad de ese lugar mientras pasaba entre una larga fila de refugiados paralela a mí al otro lado de la alambrada. Los tenía a menos de dos metros de distancia de la que yo estaba. Eran dirigidos a estacazos por sus guardianes a una barraca del departamento de repatriaciones forzadas. Me detuve cuando ya estaba a punto de llegar a esa barraca un segundo a contemplar cómo un par de funcionarios, cosida en la chaqueta la insignia de Bulgaria bajo la Europea, sobornaban sin pudor en la puerta de la barraca delante de todo el mundo a un pobre viejo para que les diera un colgante de oro no más grande que un pulgar del dedo que representaba la lámpara mágica de Aladino.
Los agente Búlgaros me miraron con desconfianza cuando me dirigí a ellos.
¿Dónde está la superintendencia? Pregunté con frialdad.
Sonriendo y dejando ver dos dientes de oro entre los huecos de una boca ennegrecida como una cueva que le daban un aspecto siniestro, uno de los funcionarios búlgaros me indicó la dirección.
Detrás de esa barraca rodeado de tiendas de campaña y protegido por una empalizada se alzaba un pequeño templo rodeado de andamios de la reforma que se estaba efectuando. Había sido cedido por el gobierno griego a los funcionarios de deportación Europa.
Varios albañiles estaban colocando un rotulo fosforescente de comunidad europea sobre unos frisos del siglo V antes de Cristo que representaban al Dios Helios tirando de su carro.
A una estatua de Apolo al que se dedicaba el templo, cuyo tamaño no sería menor de tres metros de altura donde se presentaba al Dios con una lanza, los funcionarios Europeos le habían colocado en la punta de la lanza la bandera Europea, y como estaba desnudo los Alemanes luteranos aprovecharon para ponerle un pantalón tirolés, su típico gorro con pluma de faisán y un pequeño bigotito negro sobre los labios de Apolo.
Al subir los peldaños del templo contemplé la belleza de los capiteles de orden dórico. La puerta automática de cristal blindado se abrió cuando coloqué la tarjeta que me habían dado y marque el pin que se indicaba en la parte superior de la banda magnetita.
En el salón del templo unos nutridos grupos de funcionarios jugaban al billar, otros estaban alegremente conversando en amplios sillones. Mi presencia hizo enmudecer a todos que me observaron.
Un hombre bajito, gordo y con barba con aspecto albanés, aunque luego supe que era Bosnio, fue el primero en presentarse. Estaba en la barra que había en un rincón del templo, se acercó a mí con una taza de té. Debió sospechar que yo era el representante de la delegación inglesa que se esperaba para ese día. Mis ojos azules, el paraguas que sujetaba y el sombrero de tipo bombín que cubrían mis cabellos finos y rubios que llegaban hasta mis cejas con un flequillo tipo Beatles, así como mi figura de gentelman, hizo el resto para que adivinara quien era
Mister Lawrence, ¿verdad?- preguntó asertivo.
Si- respondí de forma seca.
Como si fuera adivino me invitó a té.
¿ Un té?
Por favor- antes de responder ya tenía en té en mis manos. Me encontraba delante de todo el mundo que seguía atentamente que hacía. Observaban como de pie, sin perder la postura, apoyaba el paraguas en la punta de mi zapato y mi cadera mientras movía lentamente el te, pero venía lo más difícil y más ingles. Debía por educación dejar el sombrero sin moverme. La parcha estaba a unos doces pies de distancia. Calculé el tiro, y como si fuera un disco lancé mi sombrero que dio vueltas sobre la cabeza de la delegación Portuguesa y se quedó perfectamente quieto en su sitio.
Una vez hecho esto todo el mundo prosiguió hablando sin prestarme atención.
Yo iba con mi té sorbiendo, y pude escuchar las palabras de un funcionario Español y otro Polaco que en sus sillones respectivos comentaban los libros que estaban leyendo. Cosa que me extrañó sobre todo del español, pues en ingleteara se cuenta que los funcionarios españoles no saben leer.
Le decía con la Odisea de Homero emocionado el Español al Polaco que leía la biblia.
Conmovedor, conmovedor.
EL Polaco, como un erudito le decía que sí , que era un gran libro la Odisea, y le hablaba de Jesús y lo bueno que era ese hombre, y que ojala hubiera más como él, pero que cada día era más difícil encontrar alguien así.
ÉL español afirmaba.
Muy cierto, cierto.
Me detuve a mirar una de las paredes del fondo donde había unos mosaicos decorados del siglo V antes de Cristo donde se representaba unos delfines rojos navegando junto unas barcas y la bienvenida que recibían los viajeros cuando llegaban.
Entonces una voz suave me llamó y me sacó de mi contemplación.
¿ Mister Lawrence?
Me giré y vi a tres hombres vestidos en albornoz que acaban de salir de la piscina termal que había detrás de esa pared a la que se accedía por una puerta lateral que llevaba a otros departamentos, como la sauna.
EL hombre que me había llamado le dijo a sus compañeros:
Discúlpenme , debo hablar con Mister Lawrence, ¿ nos vemos a la hora de comer?
Los dos hombres haciendo un ademán afirmativo se alejaron caminando pesadamente hacia la mesa de billar.
EL hombre del albornoz pasó su mano gorda, húmeda y fría sobre mi cuello en un gesto de amistad, y me condujo hacia su despacho.
Entre la mampostería del sobrio templo sin apenas decoración sobresalía una pequeña bandera de Europa entre dos plumas estilográficas sobre una mesa de mármol donde había un ordenador, dosieres , material de oficina.
Se sentó en su silla y me indicó que hiciera lo mismo.
Presentí que era el intendente jefe, el encargado de coordinar los equipos de repatriaciones.
Una vez se identificó como tal me pidió mis acreditaciones que le entregue de inmediato.
Las miró de forma superficial haciendo gesto de que estaba todo correcto.
Luego su rostro cambió.
EL gesto de amabilidad se truncó en preocupación. Junto las manos como si rezara hundiendo sus codos en la mesa. Su tono de voz se hizo grave. Era un hombre acostumbrado tanto a la buena vida, como a los interrogatorios. Clavó sus dos ojos grises sobre los míos como queriendo saber lo más oculto de mi ser y si era un tipo adecuado para la misión.
Le seré franco Mister Lawrence- tras unos segundo de silencio se decidió a hablarme con sinceridad- esta misión que nos ha traído aquí no es para valientes, ni para llenarse de gloria. Pero aquí tenemos una batalla que debemos ganar y para ello se necesitan corazones duros que no se deshagan en lágrimas ante las suplicas.
¿ Cree usted Mister Lawrence que podrá firmar un expediente así y otros similares sin derramar una lágrima, sin que por la noches escuche las suplicas de esa mujer, junto a voces de niños?
Mientras lloraba y sentía arcadas ante el rostro sonrosado del intendente, recordaba el motivo de estar aquí. Mi piso en Manchester. ¿ en que momento perdí el rumbo de mi vida y me hipotequé?
Si, si, podré soportarlo, le respondí mientras me daba una bolsa para que vomitara.
Ya se acostumbrará mister Lawrence- me respondió levantándose el intendente y dándome una palmaditas en la espalda de bienvenida.
II.
Empecé a sentirme como un escéptico con la misión que me había asignado el gobierno Británico en el campamento de Idomeni a las pocas horas de haber llegado. Una vez doble meticulosamente los calcetines, las camisas, los pijamas en los cajones de mi cuarto y establecí el orden necesario para mis cosas y me duché, decidí empezar la misión encomendada conociendo de cerca la realidad de esas gente. Acaba de oscurecer y quería saber a que tipos de personas debía expulsar para que los mataran. No era fácil mi misión, sobre todo para mi conciencia. Pero las letras del jaguar que tenía aparcado en Manchaster, los pagos de la sustitución de la ducha por un jacuzzi, el suelo de parquet de los bosques vírgenes de Canadá , las facturas del club de golf más importante de Manchester , eran una autentica tortura personal. Sin saberlo, en esas gentes que podían ir al matadero, quizás, solo quizás, podría encontrar un consuelo a mi vida capitalista. Caminaba abstraído, ahora empezaba a pensar ya que tenía tiempo fuera de la ciudad. Lo primero que me extraño fue ver las estrellas.
!Cuantas!!!!
Parpadeaban como encendidas por el fuego de una mujer que bailara.
Un grupo de voces que formaba un canto como si llamaran al Salvador llamó mi atención.
La luna ilumino cerca de una empalizada con foso un trozo de muralla ciclópea donde unos jóvenes bailaban bajo los reflectores antiaéreos del campamento que se deslizaban lentamente sobre los grises toldos. Las cruces que tenían en la parte superior las tiendas de campaña formaban bajo las luces la silueta de gigantescos aviones bombarderos nazis cuyas bombas caían sobre ellos.
Sin embargo ese grupo de jóvenes de forma heroica parecían desafiar la autoridad de los guardianes.
Me apoyé entre los restos de la milenaria muralla cuando sentí como perdía el equilibrio al ver
sobre un contenedor de basura como bailaba un joven cuyo rostro era incluso más fino que el de una mujer. Su pelo, espeso y castaño vaciado graciosamente dos dedos a ambos lados de la cabeza haciendo que el pelo flotara por el aire graciosamente hacia atrás mientras bailaba sobre un contenedor de basura entra aplausos y cánticos de su tierra natal acompañado por silbidos de mujeres con la lengua y frenéticos tambores asiáticos que evocaban las marchas de los camello por el desierto. El muchacho clavó sus ojos en los míos, y empezó a hacer el baile del Egipcio mientras se contoneaba con sus flexibles piernas como una gacela saltarina.
Jamás vi en Manchester algo tan hermoso y sensual.
No tendría más de 15 años y desprendía una sexualidad embriagadora que me ahogaba.
En ese preciso instante noté como mi alma tiraba de mí como hacía años no lo hacía, desde la época en que no tenía trabajo en Manchester y deambulaba por los callejones luchando contra la policía y cantando canciones de los Smith, David Bowie y Pink Floyd. Pasó por mi mente abrir las puertas del campamento y que salieran todos los refugiados corriendo.
Sin embargo, la imagen de la Reina de Inglaterra en los billetes de cinco libras y las deudas con la Caja de Ahorros de Manchester devolvió mi alma a mi conciencia.
No me percaté de que por mi lado acaban de pasar dos enormes sombras hablando en búlgaro.
! callar malditos topos!- les gritaron golpeando las alambras que temblaron.
Entre los muchachos hubo un momento de confusión y sus joviales cánticos espirituales cesaron.
El chico del contenedor saltó al suelo y se dirigió hacia ellos.
Yo estaba demasiado ahogado al verlo…, pero quería gritar:
No muchacho, vuelve, vuelve.
Mi nombre es Faisal – les dijo haciendo una reverencia aristocrática- hoy celebramos que Faisal cumple 15 años, por eso cantamos y damos gracia al señor.
Entonces Faisal tiró con la mano de un extremo de su bella faja turquesa que llevaba sobre sus pantalones blancos y empezó a girar como una peonza mientras la faja se desarrollaba y al caer toda ella se desprendió un bote de coca cola que ocultaba.
Tomar hermanos- les dijo a los guardianes intentando pasarla por la valla.
El bote estalló como un misil lanzado por una raza de bárbaros.
Por favor basta bárbara estirpe eslava- intente mediar mientras el cuerpo Faisal resbalaba como terciopelo por la valla encogiéndose sus doloridos dedos.
Pero fuera de su los guardianes empezaron a acudir y fui empujado al barro y pateado por un salvaje rumano que me llamaba marica inglés degenerado como si fuera un vulgar voluntario de la cruz roja.
Antes de perder el conocimiento vi como se llevaban a Faisal esposado.
Al recobrar el conocimiento aun tuve fuerzas al parlamento Ingles para informar de que estábamos colaborando con las fuerzas nazis. Estaba seguro que la reina mandaría bombardear Berlín y Bruselas junto con los norteamericanos y los Rusos una vez supieran lo que estaba pasando en los campamentos. Desconocía que en esos momentos el primer ministro inglés era perseguido por los pasillos del parlamento por unos papeles de Panamá.
Los Torys jaleaban su nombre blandiendo heroicamente los papeles panameños.
Lo tenían acorralado en las escaleras cuando Bonny respondía a mi llamada sin que yo pudiera entender nada:
Señor Lawrence, las noticias que nos da son excelentes, cuando más se debilite Europa tanto mejor.
Excelente trabajo Míster Lawrence. Seguramente salvara ésta noticia al presidente.
Pero Bonny… creo que no entiendes lo que está pasando aquí….- desconcertado caminaba por el barro huyendo de los búlgaros y los rumanos intentando comprender que estaba pasando a mi alrededor.
EL amanecer que siguió fue terrible y desconcertante. Me dirigía a desayunar y a tomar unas aspirinas cuando vi al pasar hacia la barra del bar que en el templo Griego donde estábamos los europeos humeaba la pira que había en el centro y estaba rodeada de funcionarios.
Me quedé con la boca abierta cuando vi salir al intendente Alemán seguido de daneses y Belgas todos vestidos con unas túnicas color purpura.
Mi corazón sintió una punzada y salí corriendo a la calle.
Baje de dos en dos los peldaños del templo hasta dar la con estatua de Apolo que los alemanes habían convertido en un homenaje a Hitler colocando en la lanza de Apolo la bandera Europe pantalones tiroleses a Apolo y un bigotillo.
No – grité horrorizado al ver la cabeza de Faisal salir de un agujero donde le habían enterrado hasta la cabeza.
El sol empezaba a iluminar la cabeza de Apolo.
Grité llorando:
!Como, como, como..!!!!!!!!
¿ Cómo puede pasar esto?
Besé los labios de Faisal que susurro:
Aguanta.
Angelillo de Uixó.
- Autor: Angelillo de UIxó (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 9 de abril de 2016 a las 08:57
- Comentario del autor sobre el poema: un relato valiente, lleno de ternura, conmovedor.
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 47
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