Encerrado tras los nevados de la cumbre del Altiplano, todas las mañanas despierta una ciudad, a los pies de su guardián. El Illimani siempre solemne, guarda la memoria de todos sus habitantes; padre, juez, verdugo, mendigo; imagen viva para los que viven en la ciudad y muerta para los que solo están de paso. Lo primero que se ve al bajar a la hollada son sus tres lluchitos nevados coronando sus tres picos. Cualquier punto es perfecto para contemplarlo cada mañana, ver convertirse sus sombras en colores dulces; amarillos, rojos, lilas. Estrella, con sus ojos de huérfana, cada mañana sale al puente de las Américas a ver nacer el sol y también sin querer a contemplar la belleza del Illimani.
Estrella, una de las tantas escorias de la vida, olvido de la humanidad, vive junto a sus tías Ana de 19 y María de 15 años. Su tía Miriam está en la cárcel, porque fue pillada robando en la feria de las mañaneras, las frutillitas la llevaron detenida, después de que una comerciante la pescara en pleno acto; desde entonces, nunca tuvo audiencias ni prorrogas y la metieron a la cárcel de mujeres de Obrajes. Ana trabaja de bailarina en un tabledance ilegal de la América, ahí es conocida como Afrodita, por el lunar en el labio superior derecho y otro en el cuello. De carácter frio y austero sabe cómo ponerles los puntos a los borrachos que frecuentan el burdel y es con la misma fiereza con la que trata a su hermana y sobrina. Ambas aguantan los malos tratos, porque quieran o no, Afrodita es la que aporta más económicamente en ese hogar. Ella soporta su vida de bailarina de cabaret, por que consume las drogas baratas que entra legalmente al burdel, aborto unas dos veces, y ya no puede sangrar con la luna llena de cada mes. En sus delirios sueña con ser bien, tener casa, poder estudiar, vivir al lado del Trujas, su amor imposible, sueños de toda clefera de ciudad. Ambas tías se vieron en la necesidad de clefear a la niña, para aguantar tiempos hostiles, cuando falta dinero para comida o para soportar el terrible frio de la hollada. María es la que pasa el mayor tiempo con Estrella, de oficio ladrona y una de las más finas, enseño los artes del hurto a la pequeña y le hace trabajar con ella, mientras Estrella se para a llorar en alguna de las puertas de los grandes edificios de la zona Sur y espera a que algún incauto se acerque para consolarla, su tía aprovecha la distracción para robar la cartera, la maleta o la billetera. María es de carácter alegre y suave; una sonrisa dura forzada por los tratos de la vida, es su carta de presentación para cualquier paco que la quiere frejar, se vio en la necesidad de hacer pequeños trabajitos, para cubrir los gastos de la familia, después de que su hermana mayor, Esmeralda falleciera en el momento de dar a luz a su sobrina. De dimensiones pequeñas es conocida como la Pulga, es ella quien cada 3 o 4 meses lleva a la niña al centro de salud para recoger pastillas y hacerle revisar, pero la burocracia, su mal olor, el poco dinero que lleva, su poco vocabulario y el hecho de que es necesario saber leer y escribir impiden que se le trate bien.
Con ojos pequeños y sonrisa lánguida, Estrella ve al mundo decepcionada, a su corta edad ya conoce a la ciudad en su faceta más cruda, imágenes fugaces de robos callejeros, peleas, asesinatos y una que otra violación en los callejones perdidos de la ciudad, son fantasmas que la sacuden de susto en sus pesadillas mas tétricas; ya tiene la picardía de toda vagabunda, tiene el vocabulario reducido, torpe y vulgar, mañuda desde que aprendió a hablar y razonar, sabe cómo conseguir lo que quiere, se dio cuenta que las lágrimas es una buena arma para chantajear a cualquier extraño o amigo; de tez blanca, labios gruesos, cuerpo de cal, sabe que está enferma, pero no sabe la gravedad de su enfermedad. Sus días favoritos son los domingos que junto a su tía María baja a la iglesia de San Miguel a escuchar misa y pedir limosna, ella se atavía con su único vestido y zapatitos blancos, se lava y peina. Le gusta bajar por que ve familias felices entrando a la iglesia y niñas limpias, sonrientes, caminando con juguetes nuevos. Cosas que ella quisiera tener.
Así pasan sus días, con los malos tratos de su tía Afrodita, los cuidados de la Pulga y una bomba del tiempo en su cuerpo a punto de estallar.
Ya es julio, la ciudad se afana con los preparativos de las fiestas julianas, el frio se hace sentir con más intensidad, ya se registraron temperaturas bajo cero, que se llevaron por hipotermia a varios amigos de la Pulga, el Meñique y el Tijeras, amanecieron escarchados de frio en alguna plaza de Sopocachi, se terminaran de descomponer en la abarrotada morgue, en la sección de desconocidos, serán almas en pena, sin tener a nadie que lloren por ellos. Las epidemias de gripe e influenza ya comenzaron y no tardan en llegar a Estrella. Contrajo un resfrió algo sin importancia al principio. Ella ya había pasado antes por hongos, infecciones, inflamaciones, nada memorable, pero aun nadie se explica cómo logro sobrevivir a tanto, tal vez sea por el amuleto que su madre le dejo antes de morir o por sus ansias de vivir y algo de su ignorancia. Pero esta vez es distinto, su tía Afrodita no quiere dar dinero para pastillas, y su tía María no puede conseguir mucho sin la ayuda de Estrella.
El día que las estrellas decidieron salir a hacer compañía a la luna llena de julio, y el viento quiso abrigar a la ciudad y Estrella quiso subir al cielo, pasó algo así.
En la choza bajo el puente de las Américas llamada el Hueco, por los cleferos del centro, la anfitriona favorita es Afrodita, ella deja quedarse a sus amigo por días, pasándola bomba, entre soldaditos, tiner y un poco de la blanca conseguido en la Sagarnaga, los tres platos de plásticos son suficientes para servir comida a unas 10 personas y la caldera abollada sirve para preparar la sopa, como para calentar agua. Las dos camas sacadas del basurero son las únicas sillas, donde todos descansan echados o sentados. El lugar es turbio, oscuro y frio, pero se convierte en el mejor lugar para pasar algunas noches frías de La Paz.
Es víspera del 16, el desfile de teas ya comenzó, la ciudad en pleno congestionamiento, no sabe lo que se desata bajo del puente de las Américas, en el Hueco, Estrella está humeando por la fiebre, delirando con el sueño que últimamente tenia, ese, donde ella puede volar y ve a su mami junto con ella. El resfrió que cogió según se sospecha es de la anterior semana, cuando volvía junto con su tía a su casa después de la feria de la 16, en plena lluvia. María logro comprar algunas pastillas, pero no es sufriente para este resfriado; ese día Afrodita durmió todo la tarde, porque noche antes tuvo una jornada muy movida y estaba cansada; la despierta los ruidos que su hermana mete al salir y entrar de la choza, en la cama continua, la pequeña Estrella yace por la fiebre, el mate ni la pastilla que tomo hacen efecto. Afrodita despierta de mal humor, inhala un poco de clefa, busca algo para comer en la única olla que tienen y ve a la niña tirada en la cama. Se ríe, sabe que de esta no se salva. Llega María y empiezan a discutir; María llora, implora por un poco de dinero, y Afrodita feliz de que por fin se haga realidad su deseo, sale victoriosa de su casa, rumbo a su trabajo, María sin saber qué hacer, lo único que se le ocurre es ir a pedir limosna con la niña en brazos, a ver si alguien la compadece y la ayuda. Desecha la idea de ir a algún centro de salud, sabe que en esos lugares de caras no aceptan personas greñudas, con olor a clefa y sucias; además que no sabe leer ni firmar, condena de todo vagabundo del tercer mudo. Envuelta en la manta de Barbie, regalada por otro clefero, María envuelve a la niña y sale con ella en brazos.
La ciudad esta agitada por el desfile de teas, las calles más llenan de lo común, es una esperanza para que María pueda conseguir dinero. No puede evitar no llorar, entre sollozos y lágrimas, pide ayuda para salvar a su nena, camina por el centro paceño, pidiendo limosna a cada persona que pasa a su lado; mujeres envueltas en abrigos de pieles, hombres con gabardinas directamente importados de Francia, jóvenes con chalinas y guantes traídos desde la china, cholitas con mantas caras y polleras vistosas, todos, absortos en sus propios problemas, perdidos en mundos imaginados, para ser más soportable la existencia en la tierra. La humanidad no tiene tiempo para velar por una pobre huérfana nacida con sida. Nadie se percata de la pobre mujer, parece que es invisible, se siente cada vez más pequeña de lo que es; joven, señorita, caballero, señora, ayúdeme, ayuda. Implora con la mano extendida y los ojos vidriados porque consumió clefa, única manera de soportar el frio de esta noche. Se acerca a ella un paco, este la hecha con una amenaza, un perro le ladra, un hombre la empuja, cada vez más desgraciada la pobre, reniega contra la vida que le toco vivir a ella y su nena. Llega a la plaza Mayor, se sienta. La alegórica noche contrasta con la desgracia de la niña, ve la iglesia cerrada, un niño bailando en pleno centro de la plaza, piensa en robar el sombrero del muchacho con algunos centavos ya ganados, escucha risas del público de un doncito que imita las tonterías de los hombres, parejas en pleno beso, familias felices saliendo del mercado después de cenar, uno que otro mendigo igual a ella, gringos intentando pedir algunas monedas a cambio de chucherías hechos por ellos mismos. Se pone a caminar sin saber a dónde o porque, la nena sigue ardiendo en
fiebre, dormida o tal vez desmayada, ya no hace caso a la voz de su tía, con los ojos cerrados parece una muñequita, por primera vez ante los ojos de su tía parece de porcelana, la piel pálida hecha de cal, los labios rojitos como cereza, por el chupete que se lo barbo antes de la fiebre, los cabellos delgados y largos como de ángel, caen a su espalda y a cada lado de la cara, enmarcando su rostro, a la luz de la luna parecen de cobre, la nariz pequeña, perfecta, las orejas rojitas por el calor, tiene el rostro sereno, parece muerta, pero aun siente su respiración, suave, porque ve como se mueve un cabello que cae hacia su nariz; no sabe a qué plaza llego, pero de fondo se sigue escuchando el desfile y el bullicio que las personas meten por esta noche. Se sienta en el piso, cantando la nana que suele cantarle a la niña, ya no tiene lagrimas que llorar, no siente frio, aunque estemos a 5°C bajo cero, la clefita que tenía en su bolsillo la hicieron entrar en calor. Intenta despertar a la niña, pero ella no quiere, busca sus manos, están frías, son tan pequeñas, sucias, las uñas largas le dan apariencia de manos de vieja, su ropita es la misma que usa desde hace un mes, y sus zapatitos roto de tanto usar ya casi no tiene suelas, sabe que a un vive porque siente su corazón palpitar. Acaricia el amuleto que su mami le dejo antes de su muerte, un collar, con una imagen de la virgen de Copacabana y piensa que por eso logro sobrevivir hasta esas alturas… recuerda el día que nació la niña, detrás del mercado la Bolita, la promesa incumplida que le hizo a su hermana, vuelve a sentir la misma tristeza del día que Esmeralda murió y los pacos se la llevaron ya muerta al depósitos de cadáveres, mejor hubiera estado en el basurero.
Ya es media noche, el Illimani, es solo una sombra de fondo, está feliz, sus carcajadas, es frio que abraza a la ciudad; en su aliento, arrulla a la niña por primera y última vez; aunque no esté enterado de los pormenores, sabe que ella ya no volverá a saludarla cada mañana, ni se crispara en movimiento telúricos, cuando ella, en su voz de gorrioncillo repita su nombre.
…Llueve, muy despacio, casi nadie lo siente, raro, es una lluvia tibia, cálida, no parece triste la escena, es feliz…
…Estrella ya no sufrirá más…
- Autor: Tormenta Gris (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 11 de mayo de 2016 a las 07:36
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 39
- Usuarios favoritos de este poema: nelida moni
Comentarios1
Relato, que sacude amiga, veraz y muy triste
Mi afecto
Nélida
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