Del mar Prisionera.-

Aparezco como aparece el mar en el límpido horizonte.
Soy mar, en mi misma, que se repliega para respirar.
Me hago una extensión de las aguas embravecidas que
reclaman su lugar en el vaivén, que va y viene sin cesar.
Me tiendo para avizorar a las aves que precavidas en su
volar, no me atajan en mi paso, van a encontrar su nidal.

Vestida con blancos y espumosos tules que transparentan
los agobios y confusiones de mi alma inquieta de libertad,
he atravesado los confines más profundos de las aguas…
Nada de la inmensidad de los mares me es ajeno ahora.
Me he convertido en mar viviente para llegar al origen.
Visto sutil traje blanco, para dejar ver el color de mi alma.

Con ojos conspicuos me miran los caminantes de las orillas.
Nadie quiere nadar en las aguas profundas de la vida azul.
Hay dolor y hay miedo a quedar atrapado por el llamado.
No hay sirenas que inviten a surcar los reinos marinos…
Ninguno explica los encantos de los pletóricos cantos que
llegan a lo lejos y embrujan los deseos de irrumpir en el mar.

Debo avanzar, quiero volar por las nubes coloridas de mi cielo.
Asumo mi esencia de afinidad con los seres profundos de las
mareas, cuando se vuelven fogosos en su afán de vencer la
inercia de la llegada y la huida, a los malecones del ser…
La mar, mi hermana, me devora y me habita en mis pesares.
Son las albinas y salobres lágrimas las que me vuelve a la vida.

¡Son las danzas de mi mar interno las que celebran el regocijo
de estar viva, aunque la muerte me habita desde que probé las

aguas maternas y las ternuras de las fértiles olas que en el seno
de sus misterios me acunaron para soñar y pensar en libertad!.

¡Soy mar en tránsito y al final de mis días regresaré a mi casa!

Raiza N. Jiménez/ 2016