La fruta solitaria (Cuento)

Diaz Valero Alejandro José

Esto ocurrió hace muchos, pero muchísimos años, tantos que ni siquiera me acuerdo cuántos son, sólo sé que ocurrió y eso ya es bastante.

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Todo pasó en un pequeño campo, el cual era cultivado por un señor a quién llamaban "Bastón", nadie sabe porqué, nunca nadie se lo preguntó, ni nunca nadie supo cuál era su nombre verdadero, sólo le decían de esa manera y a él parecía no importarle.

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El señor al que llamaban Bastón, era una persona muy dedicada al cuidado y siembra de árboles frutales en el pequeño campo donde vivía, para posteriormente cosechar los frutos maduros y salir a venderlos al mercado y en algunos casos, comérselos junto a su familia como postre en alguna de sus comidas y en otras ocasiones hasta preparaba jugos de fruta, que eran la delicia de su hijo menor.

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Bastón siempre conversaba con las frutas en la medida en que iban madurando, - “si siguen así, el sábado iremos al mercado” – le decía a las naranjas; mientras que a las guayabas las ponía en alerta, - “no se descuiden porque los pájaros pronto querrán hacerles picaduras” y así pacientemente a cada tipo de frutas le daba conversación de acuerdo a su estado de madurez. Sólo había una fruta que nunca recibía comentarios, porque se mantenía de color verde y crecía a ras del suelo, esta fruta era la patilla o sandía, que aun cuándo maduraba, conservaba el verde color de su cáscara.

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Esa situación particular hizo que el señor Bastón se llevara todas las frutas del campo, dejando solitaria a la sandía ya que él creía que aún estaba verde, razón por la cual ella comenzó a sentir miedo en las noches, al no sentir la compañía de sus amigas y no poder conversar con nadie.

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 A veces se quedaba pensando y se preguntaba a ella misma “¿cómo haré para llamar la atención del señor Bastón?”, “¿Cómo podré demostrarle que ya estoy lista para salir de aquí?”, así pasaba las noches pensando y pensando cómo dejar aquel lugar como lo hicieron sus amigas.

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Una mañana le contó su pena a una mariposa que sobrevolaba entre sus hojas y la mariposa le aconsejó: - “Haz como yo, transfórmate y llamarás la atención de inmediato”. Fue de esta manera como la sandía pensó cambiar su forma y comenzó a crecer y crecer sin detenerse hasta hacerse inmensamente grande, verde aún, pero inmensa y pesada.

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Tan grande fue su tamaño que el señor Bastón una mañana de las tantas que recorría el campo, la observó minuciosamente, y comentó: - “Hoy me llevaré esta sandía, luce esplendorosa y podré comerla como postre en el almuerzo”, inmediatamente la tomó con mucho cuidado y la cargó hasta llegar sudoroso a su casa.

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La sandía iba muy feliz de que el campesino la considerara una fruta madura, a pesar de su verde color y mientras se alejaba por el camino, le fue contando a todas las sandías cuál había sido su truco para salir del campo, el cual fue aprendido y repetido desde entonces por cada sandía que nace y crece en cada rincón del mundo.

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Autor: Alejandro J. Díaz Valero

Maracaibo, Venezuela

 

 

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