La noche estaba como cueva de murciélagos.
La lamparita del viejo Pipilo era lo ùnico visible
desde cualquier distancia.
A mis nueve años,
gustaba de sus consejos,
de su sincera amistad.
Como misterio salido de la sombra,
de pronto,
la figura de un hombre se paró en la puerta.
Por su ebriedad
trastabillaba y pronunciaba cosas.
Avanzó hacia mí,
me apretó el cuello,
me suspendió en el aire.
“Muchacho del demonio”, dijo.
Sorprendido,
sentí que sacaba un cuchillo.
No sé cómo
pero una fuerza inmensa entró
a mi cuerpo maltratado de hambre.
De pronto,
lo empujé contra la techumbre.
En la tenue lámpara vi bien el arma.
Era una hoja niquelada,
doblemente afilada
y con empuñadura en cruz.
“¡Desgraciado!” exclamò mientras
chocaba con la madera.
Por la puerta franca
salí como relámpago,
levantando el polvo seco del camino
e internándome
y perdiéndome
en la profunda oscuridad.
- Autor: Samuel Santana ( Offline)
- Publicado: 25 de agosto de 2016 a las 11:56
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 46
Comentarios1
Una buena entrega a la lectura.
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.